Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Feliz cumpleaños Daguerre!


[Juan María Ibáñez Villasclaras (Cieza, 3 de octubre de 1915 - Madrid, 18 de marzo de 2004) estrenando su primera cámara con sus primas y una muñeca. Yecla, hacia 1922. Autor: Vicente Ibáñez Navarro, padre del precoz fotógrafo. Archivo Vicente Ibáñez Cabello. Positivo actual de negativo en placa de cristal. Obsérvese que de algún modo todos los personajes miran a cámara.]

Ya faltaba poco para que nacieran los pelirrojos. Pronto se instalarían en la calle Montera de Madrid. Por las venas de ese niño que ajusta su primer encuadre corría la sangre de generaciones de artistas. ¿Dónde estará hoy esa foto que Juan hizo para su padre hace 90 años? Los niñas soñaban que Juan hacía su primera foto. Mientras disparaba, Vicente soñaba que su hijo sería fotógrafo como él, como su padre, como su abuelo. Daguerre soñaba que los sueños de los niños podrían atraparse en una bola de cristal.

Gracias Daguerre por mostrar a mis familiares a lo largo de épocas y provincias, a los que soñaban y a los que no, al barbudo que se volvió loco, a la que rezó el rosario antes de perder su recato, al que viajó en globo, a la que cantó y se fugó, a la que no parió porque se cayó de la mula, al niño pelirrojo que tanto soñó con la bola de cristal que dentro se metió... ¡Que cumplas muchos más!


martes, 25 de octubre de 2011

ASTRO


[Juan Ibáñez Navarro (1871-1963), de 91 años, a su llegada a Venus. Septiembre de 1962. Autor: Juan Ibáñez Molina, su nieto, en colaboración con Ramón Ibáñez Aznar, y los operarios José Catalá y José Moreno. (César Ibáñez Molina se encontraba en Sidi Ifni, realizando el servicio militar).]

Ven aquí niño dijo Juan a su hijo. –Túmbate a mi lado y mira al cielo, que va a llorar San Lorenzo.

Un día desastroso en las pedanías de Hellín, el calor sofocante de agosto, sólo con la ayuda de un crío de siete años, y lo peor de todo: namásqueunafotico a un pobre campesino que paga una gallina despeluchada.

–Lo quemaron vivo los romanos. Sus lágrimas se convirtieron en estrellas fugaces. Juanico, si ves alguna, pide un deseo..., si puede ser que mañana hagamos más fotos.

Padre, por qué no hacemos fotos a las estrellas?

Porque no hay luz, Juanico.

Pero el tío Alejandro dice que...

Tu tío está loco.

En 1878 Juan Ibáñez Abad realizaba una expedición de un par de meses por la comarca que comunica Jumilla con Hellín. Se llevó a su hijo como aprendiz y dejó en Yecla a su mujer y a la pequeña Saleta con dos años recién cumplidos. A mediados de agosto llegaron a Hellín derrotados y hambrientos, cubiertos de polvo y noches al raso. Cuando la madre de Juan y abuela de Juanico los vio aparecer en el portón se echó las manos a la cabeza y por dentro se cagó en Daguerre. En Hellín también vivían entonces los hermanos de Juan. Catalina, casada con Juan Moreno, un maestro tuerto, tenía un niño de apenas dos años al que habían puesto Juan Antonio en honor del padre fallecido recientemente. El niño había sacado los dos ojos, gracias a Dios. Luego estaba el tío loco, Alejandro, que no paraba de retratar a su nena Chus, de sólo un año. Por último, Anastasio que se había echado una novia muy guapa que se llamaba Filo. Todos se rieron del hermano mayor cuando apareció hecho un Cristo.

La primera locura que se le ocurrió a Alejandro al poco de casarse en 1876 fue la de regalar a su mujer, Laure, una foto de las estrellas. Construyó una especie de primitivo globo sonda al que enganchó la vieja cámara de su padre. La cámara tenía un mecanismo rocambolesco ideado por el relojero del pueblo para descubrir el objetivo al cabo de un tiempo de ascensión. Una noche salió muy digno de su laboratorio y fue con el artilugio quijotesco a la plaza. Antes se soltarlo, se aseguró de que el reloj de latón clavado a la cámara hacía tic-tac. Un grupo de curiosos seguía con atención (esta frase no es mía) los movimientos del joven. Cuando el globo se perdió en la oscuridad nocturna y todos los cuellos se esforzaban hacia arriba, Alejandro elevó el índice y pronunció un sortilegio incomprensible para quienes iniciaban su regreso a la bodeguilla: alea jacta est. Al amanecer Alejandro volvió a su casa con las manos vacías y sin saber si el invento había funcionado.

Pero el tío Alejandro dice que el año pasado echó fotos desde el cielo.

Tu tío está loco.

[Joan Fontcuberta feliz en el espacio. Autor: Iván Istochnikov, finales de los 60.]

El fotógrafo Joan Fontcuberta conoció la extraordinaria historia de Juan Ibáñez Navarro y quiso emular su aventura. Sus planteamientos transgresores lo llevaron a superar con éxito la exigente preparación soviética. Así pudo ser admitido en una expedición soyuz a finales de los años 60, en la que rindió merecido tributo a la pionera fotografía astral de los Ibáñez.

Cuando Juan cumplió los 90, soñó con su padre tumbado en Hellín buscando las perseidas en aquel océano de galaxias y se dijo que ya era hora de ir a buscar las placas de su tío Alejandro. Eligió Venus como destino. Al volver escribió una carta a sus amigos (dos médicos y el jefe de policía de Gandía) explicándoles su viaje al planeta del amor. Para demostrar la veracidad de su historia se retrató con su espectacular traje de astronauta, y luego firmó muy serio: Juan Ibáñez Navarro.

Aquella sesión fotográfica se realizó tras muchos ruegos y exigencias venusianas. Finalmente, se hizo la foto al acabar la jornada de trabajo, sobre las diez de la noche. Juan Ibáñez Aznar no quiso formar parte de aquella burla que relataba su padre. A los demás miembros del equipo les resultó muy curioso que el traje espacial obligara a llevar abierta la bragueta. Como la tecnología ha evolucionado tanto en los últimos años, tal vez puedan resultar chocantes algunos elementos del equipo. El saludo, en cambio, es el típico gesto, conocido universalmente, vengo en son de paz.

¿Has pedido un deseo, Juanico?

Sí.

¿Cuál?

Volar hasta Venus.

[Autorretrato de Juan Ibáñez Molina, nieto de Juan Ibáñez Navarro, en la Luna.]

Como se ve, los Ibáñez continúan con su afán explorador, pero yo sospecho que la historia de las placas espaciales del loco de Alejandro se acerca más al mito que a la historia. Quién sabe si no es imposible que nos orbite todavía un trasto con un eco de soledad como la cola de un cometa que emita su mudo tic-tac, tic-tac, tic-tac.

Para Luna.

domingo, 19 de junio de 2011

Barcos y fruta


Pailebotes en el Puerto de Gandía. Autor: Juan Ibáñez Aznar. Gandía, 1947. (Archivo Municipal de Gandía. Imagen 1249/32).

Juan Ibáñez Molina cerró su estudio de la calle Mayor de Gandía en 1996, se jubilaba tras toda una vida dedicada a la fotografía. Ese mismo año clausuraba su primo Vicente el afamado gabinete de Gran Vía, 74 de Madrid. –Vicente era un genio –nos repite emocionado.

Juan nos invita a una paella en el restaurante de la Piscina, desde donde contemplamos el espectáculo bucólico de las montañas. Luego nos lleva a la playa y al puerto, allí están los hangares que tantas veces habíamos visto fotografiados. Se ríe contando las historias de su abuelo. Recordemos que Juan Ibáñez Molina es hijo de Juan Ibáñez Aznar, nieto de Juan Ibáñez Navarro, biznieto de Juan Ibáñez Abad, y tataranieto de Juan Antonio Ibáñez Martínez, ya pertenece por lo tanto a la quinta generación de fotógrafos profesionales.

Esto es lo que me comentó Juan sobre la foto de los pailebotes abarloados: uno de los gestores de las aduanas del puerto de Gandía encargó a mi padre esas fotos, porque el puerto presentaba una aglomeración inusual aquellos días. Esta acumulación se debía a la exportación de naranja. Las barcazas realizaban una navegación de cabotaje a lo largo de la costa para cargar la fruta. Así que el autor de la serie es mi padre, Juan Ibáñez Aznar, y aunque yo sólo tenía diez o doce años, lo acompañaba. Recuerdo que el día que fuimos a hacer las fotos al puerto era un sábado por la tarde, porque yo estudié en el colegio de las Escuelas Pías, entre 1946-50, y sólo tenías libres las tardes de los sábados para ayudar a mi padre. Subimos al balcón de la torre, desde allí había una buena vista del puerto y de su ajetreo. También hicimos unas cuantas desde una barquita, y tuvimos que repetirlas muchas veces por culpa del movimiento. Mi padre entregó el trabajo al señor que se lo había encargado y éste quedó muy satisfecho. Los negativos estuvieron por el estudio mucho tiempo, eran placas de cristal de 18 x 24.

En la lujosa y documentadísima Historia del Puerto de Gandía, de Fernando Giménez Cervera, editada por el CEIC Alfons el Vell y por el Departamento de Promoción Económica del Ayuntamiento de Gandía, esta foto de los pailebotes aparece nada más y nada menos que en la cubierta del libro. Otras de la misma serie ilustran el interior. Resulta extraño que no se cite en ningún momento la autoría de Ibáñez, ni siquiera cuando se puede distinguir el característico logotipo. Valgan entonces estas líneas como remiendo del olvido o como fe de erratas.


Juan Ibáñez Molina con su Linhof Technika de 1954, en su casa de Gandía. Autora: Ana Santos Payán, 2011.

Agradezco al Archivo Municipal de Gandía su colaboración. A Juan Ibáñez Molina su tiempo, su cariño y la paella.


lunes, 11 de abril de 2011

GLAMOUR

Cary Grant y Conchita de Juan. Autor: Vicente Ibáñez Gámez. Madrid, hacia 1954. (Colección Vicente Ibáñez).

El galán de Hollywood interpreta a un ladrón reformado en la peli que acaba de rodar; la princesa fenicia que palpita a su lado es la mujer del fotógrafo. Él posa con elegancia fascinante, ella sujeta el cigarrillo como las poetas de Malasaña medio siglo después. Una vez leí que glamour provenía de un término emparentado con gramática, o sea que antes las personas con hechizo eran quienes poseían el misterioso don de la palabra. A mí me ocurre lo contrario, que no tengo palabras para describir el misterio de esta imagen. Al menos, diría que las joyas de la señorita Frances de Juan no corrían peligro (aquella noche). O sí. Hay una mano de mujer sobre su hombro... Me pregunto si le resulta tan fácil a Vicente atrapar el misterio y la magia con su cámara, atrapar a un ladrón..., un ladrón atrapando a un ladrón..., un ladrón atrapado atrapando a un ladrón, quizá esto sea la fotografía.

Dedicado a Kika y Paco, que encantarían al mismísimo Hitchcock.

martes, 29 de marzo de 2011

A espaldas del tiempo


Asunción Ibáñez Martínez. Autor: Juan Ibáñez Abad. Yecla, hacia 1910. Membrete: J. Ibáñez. Yecla. Tarjeta postal. Fondo perdido. Perfil trasero. (Colección Juan Giménez Ibáñez).

Escribo: Asunción es una mujer guapa. Enseguida paro, me detiene el tiempo verbal, me pregunto si quedaría mejor en pasado: Asunción era una mujer guapa. Miro y remiro la foto que Juan, hijo de Asunción, me mostró en Alicante. Asunción, ¿eres guapa o eras guapa? El fotógrafo, tu padre, pensaba qué guapa eres, hija, mientras hacía esta arriesgada toma de tu perfil y tu espalda, y tal vez comparaba inconscientemente tu cintura y tu talle con las guitarras y violines que él mismo fabricaba. Escribo: Tienes 20 años y no estás loca y eres guapa..., luna de penumbra en mi habitación. Pero el pretérito sigue llamando a la puerta y aunque me gusta mezclarte con los recuerdos de los muertos, creo que soy capaz de distinguir aún entre ficción y realidad, entre la gelatina de plata y tu voz. Eras fuerte y amabas a tu madre y querías a tu padre, y cuidabas de tu hermana Saleta, pero también eres soñadora de playas y horizontes y campos con olor a tierra mojada y a excremento de ganado, y por eso eres una Virginia Woolf con peinado victoriano y moño recogido. Si eras una niña asustada porque tus muñecas salían como ángeles amortajados en las fotos, y eras quien coloreaba sus ropas para resucitarlas, ahora eres la sensualidad de Ingres, eres la música de Man Ray. Eras la pequeña, pero eres la madre de todos cuantos te rodean. Escribo: madre.

Asunción Ibáñez Martínez nació el 18 de marzo de 1891, a las 11 h., en la calle Niño, 52, de Yecla (Murcia). Su nombre completo, según la partida de bautismo: María Asunción Gabriela Josefa Ramona Pascuala Vicenta. Era hija de Juan Ibáñez Abad y de su segunda mujer, Asunción Martínez Plaza. Sus padrinos fueron sus hermanos Pascual y Saleta. En 1914 contrajo matrimonio con Juan Giménez Torregrosa, banquero republicano, crupier y fotógrafo profesional que se retrató bailando foxtrot. Tuvieron cuatro hijos: Ramón, Julio (que falleció en 1919 a los dos años de edad), Juan y Amparo. Asun murió en Cartagena en 1961. Tenía 69 años.

Cuando sus hijos eran pequeños, solía llevarlos a la playa de Gandía y así visitaba a su hermano mayor, Juan Ibáñez Navarro, que podía presumir de un estudio precioso en la calle major de esta localidad levantina. La abundancia de atrezzo encantaba la imaginación de los hijos de Asun. Un día el pequeño Juan pasó de las ideas a los hechos y se emperró con el patinete utilizado para las fotos infantiles. Aunque su madre le dio unos cuantos pescozones, el patinete acabó marchando de Gandía a Yecla. La familia de la Safor devolvía las visitas la vieja Yécora. A uno de estos viajes corresponde la siguiente imagen.

En la finca del procurador. Autor: Juan Giménez Torregrosa. Yecla, 1926. Tarjeta postal. (Colección Juan Giménez Ibáñez). De izquierda a derecha: Asunción Ibáñez (35 años); su hijo Juan Giménez Ibáñez (con el patinete de Gandía); Juan Ibáñez Abad (padre de Asun y abuelo del niño); el perro; Margarita Ibáñez Aznar (de Gandía, hija de Juan Ibáñez Navarro y nieta del señor de las barbas blancas); Manuela Ibáñez Aznar (hermana de la anterior); el procurador José Soriano y su familia: dos hijas y, sentada, Lola, su mujer; por último, Consuelo Ibáñez Aznar (hermana de las mencionadas Margarita y Manoli).

Esta imagen no se tomó con los medios del estudio ni se preparó con el tiempo y la paciencia de los posados interiores, no obstante hay algunos detalles... esa composición, el grupo genera una estructura piramidal, reflejo del monte que sirve de foro. La figura central y más elevada corresponde al dueño de la finca. Las primas de Gandía ríen divertidas, seguramente Juan Giménez, el fotógrafo, está soltando algún chistecillo de los suyos, pero al ala izquierda no le hace tanta gracia, quizás lo hayan oído muchas veces. El perro dormita sin pudor alguno ante la eternidad. Asunción viste de luto, tal vez su madre ha fallecido recientemente.Y hay un señor de otro tiempo, Juan Ibáñez Abad, que había nacido en 1846, que andaba ya por los 80, que probablemente había conocido al conde de Lipa, aquel legendario maestro que enseñó a su padre el arte de la fotografía..., que había vivido la época de Bécquer y Rosalía, y que ahora vivía la de los jóvenes Lorca y Alberti, que había sido testigo de la evolución de la fotografía, que había viajado en diligencia para realizar largas expediciones, acarreando un pesado equipo, y veía que ahora las cámaras cabían en un bolsito..., que había perdido a cinco hijos y a sus dos mujeres..., que se iba al Monte Arabí a gritar, y ahora se conformaba con beberse el alcohol del viejo laboratorio.

Escribo: su hija es su madre.

Su nieto, con patinete y todo, no imagina que su abuelo es uno de los fotógrafos de mayor calidad entre los pioneros, hoy sí lo sabe. Hablo con ese niño que conoció a Juan Ibáñez Abad y que sobrevivió a la represión franquista. Ya no sé si mezclo ficción y realidad..., ese niño hoy tiene 90 años.

Juan Giménez Ibáñez. Autora: Ana Santos Payán. Alicante, 2011.

–Sigues usando tirantes –le digo.
–Y patinete –contesta entre risas.

Creo no haber confundido todavía nunca la ficción con la realidad, aunque sí las he mezclado en más de una ocasión como todo el mundo, no sólo los novelistas, no sólo los escritores sino cuantos han relatado algo desde que empezó nuestro conocido tiempo, y en este tiempo conocido nadie ha hecho otra cosa que contar y contar, o preparar y meditar su cuento, o maquinarlo.
(Javier Marías, Negra espalda del tiempo).

De izquierda a derecha: Ingres, Bañista de medio cuerpo (1807); Juan Ibáñez Abad, Asunción a espaldas del tiempo (1910); Man Ray, El violín de Ingres (1924).

Dedicado a Juan, María, Juan Manuel y Berta, con el recuerdo de una mágica tarde sin tiempo.

Gracias a Ana y a Rosa, que lo hicieron posible.

jueves, 24 de marzo de 2011

Gigantes


Elizabeth Taylor y Vicente Ibáñez. Madrid, 1954. (Colección Vicente Ibáñez de Juan).

La actriz y el fotógrafo de las estrellas en la fiesta de inauguración del estudio de Gran Vía, jóvenes, sonrientes, felices..., artistas vivos que buscaban, que amaban, que llegarían a lo más alto, que harían de sus vidas película radiante, dos ángeles oscuros, caídos en el abismo de la amargura sin fondo: Liz, perseguida por una rémora de risitas machistas; Vicente acuciado por los acreedores del tiempo cuando su pozo de petróleo se agotó. Dos vidas paralelas, dos finales opuestos, ella recordada con cariño ayer cuando murió a los 79 años, él olvidado por toda la prensa española cuando murió el año pasado también a los 79.

Elizabeth Taylor (1932-2011), Vicente Ibáñez (1930-2010), dos gigantes regalando sonrisas.


sábado, 12 de marzo de 2011

Demasiado azul


Catalina Ibáñez Abad. Autor: Juan Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1875. (Colección Remedios Gordaliza Moreno).

Por fin la encontramos: Catalina, su rostro en el tiempo. Ni la invasión de cólera morbo, ni siglo y medio de silencio han conseguido acabar con ella. Apoyada en el velador, mira fuera de campo hacia su derecha. Su gesto paciente, lánguido, irradia dulzura. La elegante toca contrasta con el estudiado descuido del cabello: un caracolillo rebelde con forma de corazón adorna la frente. Sus ojos negros brillan desde la inmensidad, enmarcados por sombras, maquillaje. Los pendientes y el vestido de gala indican lo especial de la ocasión. Si fuera el día de su propia boda con Juan Moreno López, en enero de 1875, Catalina tendría 24 años y un taladro en la mirada.

El logotipo del dorso indica que su hermano Juan ya se había establecido en Yecla, por lo que quizás la foto pueda ser un par de años posterior a 1875, pero no hay contradicción con el hecho de que la toma pudiera realizarse en Hellín. Según demuestra la correspondencia entre Juan y Margarita, por aquellos años el fotógrafo realizaba largas expediciones a los pueblos de la zona durante la primavera y el verano, y pasaba algunas temporadas en Hellín. Así que en los trabajos producidos fuera de Yecla, también utilizaría los cartones con la publicidad de su estudio de la calle Niño. Y desde luego que hubo más ocasiones para posar con ese vestido, recordemos las bodas de sus hermanos pequeños: Alejandro en 1876 (con Laure) y Anastasio en 1881 (con Filo).

Catalina Ibáñez Abad (Jumilla, 1852 – Hellín, 1885), es una de la primeras fotógrafas profesionales de España, y casi seguro la primera en la región. Empezaría a trabajar en el estudio hellinero de su padre a finales de los años 60. Y no sólo se dedicaría a retocar cristales y a preparar materiales y posados, sino que también intervendría en la captura de imágenes. Su importancia queda reflejada en el logotipo que hallamos en el Museo Comarcal de Hellín y que ya publicamos en este blog. Esa “hija” del sello es ella, Catalina, y esta deferencia que tiene su padre resultaba poco habitual en la sociedad machista de la época. ¿Cuántas mujeres trabajadoras y creativas siguen hoy secuestradas en ese vergonzoso anonimato? Esta semana pasada se ha celebrado el día de la mujer, un día que debería celebrarse a diario con nombres y apellidos.


J. Ibáñez e hija. Fotógrafos.

Había llegado a Hellín con ocho o diez años..., aprendió de su padre los secretos de la luz marcada en el colodión y el rasgueo de la guitarra. Con su hermano Alejandro daba unos conciertos a dúo que animaban a los muertos. Y además de su alegría juvenil tenía un don especial para embellecer a los retratados. Se casó con un personaje de Hellín, un carpintero tuerto que luego se hizo maestro de instrucción primaria y les decía a sus alumnos cosas como poco garlar y mucho guiñar. Cuando empezó la invasión, sus niños le preguntaban por qué se le ponía la piel de ese color azulado y ella sin perder el humor les decía entre temblores que era una princesa y ellos sus principitos. Llorando como un cíclope, Juan le prometió que cuidaría de los hijos, no imaginaba que él también sería devorado por el cólera y moriría apenas cinco días después que Catalina. Ambos vivieron 33 años. Entonces quedaron solos tres hermanos: Juan Antonio (diez años), José (tres años) y Amparito, (seis meses de edad). Pero el cólera no había saciado aún su hambre y quiso llevarse a la pequeña, que murió tres días después que su padre. Sobrevivieron, pues, los dos chavales.

El pequeño, José, será el padre del famoso guitarrista David Moreno, y el abuelo de los artistas de Cuernavaca, conexión realizada gracias a la prodigiosa memoria de Lola Morales. El mayor, Juan Antonio, se había esfumado. Únicamente teníamos su partida de matrimonio de 1900 en la que se decía que era sastre y que se casaba con Ángeles Aurelia Furio.

¿Cómo encontramos a los descendientes de Juan Antonio y la foto de su madre Catalina?

1. Tecleo en el buscador de google los apellidos Moreno Furio. Un solo documento: Memoria de los manzanareños muertos en los frentes de combate durante la Guerra Civil (1936-1939), por Antonio Bermúdez García-Moreno. En la entrada 158 aparece MORENO FURIO, Antonio, de la 68 Brigada Mixta. Hijo de Juan Antonio y Aurelia. Nació el 6 de febrero de 1911. Quinta de 1932. Vivió en calle Toledo, 13. Comerciante. Oficio 69 de 20 enero 1939, (Libro Registro de Entradas de documentos), remitiendo certificado básico para su entrega a Antonio Moreno (nuestro Juan Antonio), padre del soldado desaparecido Antonio Moreno Furio. Desaparecido en el frente de Teruel el 10 de marzo de 1937, según anotación manuscrita en el Acta de Clasificación del Expediente General de las Operaciones de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército de 1932. Archivo Municipal de Manzanares. [Juan Antonio tuvo que ser fuerte. Siendo niño, vio morir a sus padres y a una hermanita. Ahora le notificaban que su hijo había caído en combate].

2. En el listín telefónico de Manzanares (Ciudad Real) hay un total de 23 referencias para el apellido Moreno. Llamo a todos pero no hay suerte. En uno de los números sale un niño que tras escuchar mi relato empieza a gritar: ¡papá, que llaman del diario de Patricia! Cuando se pone papá, le aclaro que no sé quién es Patricia y repito una vez más el motivo de mi llamada. Siente mucho no poder ayudarme, me dice.

3. Llamo a Hellín, a mi oráculo Lola Morales para preguntarle si le suena de algo que pudiera haber algún Moreno, familiar suyo, en la localidad de Manzanares. Sí, sí, sí, claro que sí, cómo no me había acordado antes, estuve en la boda de una prima en Madrid, y allí conocí a Luis Moreno y a su mujer, y vivían en Manzanares. Me acuerdo de que cuidaban a un sobrino. Ellos no tuvieron hijos. [Vale, aunque no tuvieron hijos, había sobrinos, así que podría haber descendencia en Manzanares].

4. Llamo al registro municipal del cementerio de Manzanares. Me atiende Carmen, que toma nota de los pocos datos de que dispongo y promete escribirme si encontrara algo. Efectivamente me contesta al cabo de un par de días: Aurelia Furio falleció en 1943, a los 62 años de edad. Su marido, Juan Antonio Moreno Ibáñez falleció en 1948, a los 71. Además de los mencionados Antonio y Luis, tuvieron otro hijo llamado Juan que murió en 1936, a los 31 años. [Corregimos pues, Juan Antonio tuvo que ser fuerte. Siendo niño, vio morir a sus padres y a una hermanita. Durante la Guerra Civil perdió a dos hijos, Juan y Antonio, este último había caído en combate. Por si fuera poco, también enterró a su mujer al poco de acabar la guerra].

5. Pienso que tal vez los hermanos Moreno Furio (Juan, Antonio y Luis) podrían haber tenido una hermana y que quizá el apellido Moreno haya quedado relegado al segundo lugar. Habría que buscar otra vez en Manzanares a quienes lleven Moreno como segundo apellido. Una corazonada: Luis cuidaría de un sobrino que sería su ahijado y que podría llamarse como él. Tecleo Manzanares, Luis y Moreno como segundo apellido. Aparece un total de UNA referencia. Luis Gordaliza Moreno. Llamo. Como una letanía memorizada, empiezo a recitar mi historia. Enseguida me corta: son mis padres y mis abuelos. Hablamos un buen rato, me cuenta anécdotas del guitarrista David Moreno, yo le cuento que sus hijos viven en Cuernavaca, México, procurando que no se note que estoy llorando. Me proporciona el teléfono de su hermana Remedios, ya que ella es quien más tiempo vivió con su madre, Candelaria Moreno Furio, y quien conserva el álbum familiar. Ella tiene fotos de Catalina y de su marido, que era tuerto.

Y 6. Remedios, biznieta de Catalina, es una mujer encantadora. Hemos llegado a puerto.

Un niño de diez años llorando junto a la cama en la que yace su madre demasiado azul, demasiado azul, demasiado azul... Ella lo consuela con caricias y mimos. No te preocupes amor mío, mañana estaré mejor, toma, te regalo la foto que me hizo el tío Juan, para que me veas más guapa. El chico guardó aquella fotografía toda su vida para que ahora la puedas ver tú.

Gracias a Elena Medel por su poema cian y a la detective Carmen López por su inestimable colaboración desde Manzanares.

Dedicado a Aurelia, Luis, Julio y Remedios.

sábado, 19 de febrero de 2011

Pascual corregido y aumentado


Pascual Ibáñez Navarro. Puede tratarse de un autorretrato o de un retrato hecho por su padre, Juan Ibáñez Abad. Yecla, hacia 1905. Medio plano, fondo perdido. Positivo actual a partir de negativo en celuloide de la época. (Archivo Vicente Ibáñez).

Pascual Ibáñez Navarro (1878-1925) vivió siempre en Yecla. Enmendamos la información publicada en Tributo 2: Una mujer dura, en la que se decía que sólo había tenido dos hijos. Pascual contrajo matrimonio con Carmen Ibáñez Polo y tuvieron siete hijos: Juan, Margarita, Epifanio, Rafael, Pascual, Clotilde y Carmen.

Trabajó como fotógrafo, pero también se dedicó a otro tipo de actividades comerciales como la repostería. Durante mucho tiempo los detectives pensaron que este pulcro retrato pertenecía a su hermano Luis, engañados por el parecido de las barbas de ambos: en la fotografía de grupo Plata en las venas, Pascual aún carecía de este adorno capilar. Pero en casa de Vicente apareció un acetato que zanjaba el asunto.

La prueba


Negativo del retrato de Pascual Ibáñez Navarro. Leyenda manuscrita por Juan Ibáñez Villasclaras. (Archivo Vicente Ibáñez).


El detalle

Pascual Ibáñez Navarro. Detalle.

El zoom del visor permite distinguir este curioso guiño: Pascual utiliza un alfiler de corbata con la impresión de su propio retrato en miniatura sobre esmalte. Se puede intuir hasta la pequeña cámara fotográfica que nos apunta. Pascual está orgulloso de su profesión, está orgulloso de ser hijo, nieto, hermano y tío de fotógrafos. La fotografía se cuela otra vez dentro de la fotografía, a través de una corbata, cerca del corazón. ¿Tendrá esa miniatura a su vez un alfiler con otro retrato casi microscópico? ¿Me observarás tú en el esmalte brillante de tu monitor? ¿Qué dios detrás de dios la trama empieza?


Dedicado a Piluca y a José María.


domingo, 13 de febrero de 2011

Bailando con fotos


Villa Margarita. Autor: Ibáñez Navarro (?). Yecla, hacia 1917. (Colección Ibáñez de la Chica).

Un documento precioso para la historia de Yecla: la casa del retratista, la casa de campo de Luis Ibáñez Navarro, Villa Margarita, cuya fachada, como si fuera la de un templo, nos transmite una valiosa información. Seguramente Luis preparó el enfoque, el encuadre y contó con algún aliado que se encargara de la exposición, quizás sus hermanos Pascual o Asunción.

Desde que publicamos El accidente de caza, la silueta de Luis ha ido haciéndose más nítida en el espejo. Sabíamos que había sucumbido al dolor de ver a su madre Margarita irse para siempre cuando él sólo contaba con trece años de edad. Habíamos dicho que su pista se perdía desde el momento en que marchó a la capital. Ahora sabemos que Luis fue a Madrid a principios de los años treinta, para recibir los cuidados de su hijo Aurelio, que era médico. Había sufrido un derrame que lo apartó para siempre de la frenética actividad artística que desarrollaba. Su carácter cambió y el hombre que bailaba con fotos se convirtió en un melancólico remedo de sí mismo. Se recuperó físicamente, por lo que se atrevió a regresar a Yecla, pero ya nada fue igual. Durante la Guerra Civil recibió presiones porque era amigo de todos y enemigo de nadie. Una mañana en que bajó a la casita desde su estudio de San Pascual se encontró con las viñas arrancadas. Ese mismo día, casi al final de la contienda, decidió irse de Yecla para siempre. Murió en Madrid en 1953: está enterrado en el Cementerio de La Almudena. Luis se había casado dos veces. La primera, con Ana Azorín Santa; la segunda, tras enviudar, con Lola Azorín Santa. Con Ana tuvo dos hijos, Margarita y Aurelio (el médico); con Lola otros dos, Luis y Mario, que eran dos bichos traviesos que hacían las delicias de sus padres.

La casa fue construida en 1913, según el diseño del propio Luis, en la huerta que mira hacia la zona de Caudete, a escasos dos km del centro de Yecla. La linterna parece un trampantojo, toda una declaración de intenciones: un fotógrafo necesita luz, pero más la mentira, el engaño. La fecha de la cornisa nos ayuda a identificar las figuras que posan tras la barandilla. Luis está de pie luciendo su tupida barba. A su lado se sienta su segunda mujer, Lola, en pose Sylvia von Harden. En el siguiente tramo de terraza hay dos jóvenes de pie: con vestido oscuro, Margarita (nacida en 1900); con traje claro y casi escondido tras el copón, su hermano Aurelio. Hay además cuatro niños pequeños, tres de pie y uno sentado a los pies de Luis. Dos de ellos tienen que ser los pillos Luis y Mario. Los otros dos pequeños serían primos o vecinos, y la otra mujer que permanece sentada a la derecha tal vez sea Saleta, hermana de Luis. Las personas que se observan en el porche podrían ser los empleados de la finca.

Cuando Dolores se quedó sola, viajaba de vez en cuando a Yecla y aprovechaba para abrir los postigos y ventilar una casa clausurada durante meses. Eliminaba telas de araña y nidos de diversas especies. Al entrar la luz, le parecía escuchar de nuevo la música del polvoriento gramófono, le parecía que Luis volvía de arreglar el jardín y se ponía a bailar con ella. Abría todas las habitaciones y sacudía la humedad de los colchones, abría el estudio y acariciaba la cámara y los telones, todo reposaba tal y como lo dejó él, todo congelado como en una foto en la que pudiéramos meter la mano. Abría la puerta del laboratorio en la planta baja y daba la luz, entre las cubetas se deslizaban pececillos de plata. Abría la sala donde se impartían las clases de dibujo..., mira los pinceles, Luis, fosilizados.

Una cámara gigante de cemento y ladrillos, un friso que abre los ojos y nos mira a través del tiempo, que muestra una palabra, un nombre de madre y de hija, un grito: MARGARITA. Los jóvenes yeclanos que juegan hoy entre sus ruinas y hacen grafitis en sus muros lo siguen pronunciando, Margarita, Margarita... Estoy seguro de que a Luis le hubiese encantado pintar una flor gigante con la técnica del spray.

Dedicado a Ana Rodríguez, Luis y Julio Ibáñez de la Chica, y Teresa Ibáñez Losada.


viernes, 4 de febrero de 2011

Un año buscando a Anastasio


Anastasio Ibáñez Abad. Autorretrato. Villena, hacia 1898. (Colección Enrique Oliver).

El 01/03/2010 escribíamos: Rostros, tesoros, tiempo..., rostros que se pierden en el tiempo, rostros que vuelven al tiempo, tesoros. ¿Quién guarda el de Anastasio? Y más adelante decíamos que se le habían muerto cinco hijos y que sólo teníamos noticia de dos supervivientes: Sobreviven Concha y Alfredo. Este último se casará en 1914 con Maravillas Urios en Villena, ¿seguiría Alfredo Ibáñez la saga fotográfica? Como los historiadores sólo hablaban de los hermanos de Anastasio (Juan y Alejandro Ibáñez Abad), como nadie había publicado su retrato hasta hoy, como no conocíamos a sus descendientes, lo llamamos el fotógrafo sin rostro, pero todo ha cambiado, Anastasio ha recuperado su rostro en el tiempo y ahora podemos contestar a las preguntas que nos hacíamos un año atrás: su rostro lo guarda como un tesoro su biznieto Ike Oliver Ibáñez, y sí, en efecto, el hijo de Anastasio, Alfredo, también fue fotógrafo.




¿Cómo encontramos a Anastasio?

Bueno, la verdad es que los detectives salvajes viajan y hacen preguntas, la verdad es que a veces nos quitamos el sombrero y mirando a los ojos decimos eso de Señora..., pero no siempre nos hallamos pensativos con el cenicero a rebosar de colillas y el aliento de coñac. Éstas son las cosas que en realidad nos han ayudado: un portátil conectado a la red (MacBook Pro 5,5), un teléfono, gente amable, amigos, un soplo. Y éstos fueron los pasos:

Septiembre, 2009. Beatriz Esteban nos habla de la herramienta de búsqueda Family Search. Tras leer noches y noches el material que proporciona esta web, sabemos que Anastasio Ibáñez Abad nace en Jumilla (Murcia), en 1857, que vive en Hellín donde se casa con Filomena Romero, que viven Concha y Alfredo (hijos), y que éste contrae matrimonio con Maravillas Urios en Villena, 1914.

Desde principios de 2010 buscamos durante meses a los Ibáñez Urios por toda España, nada.

11/01/2011. 11:31 h. El soplo. El detective Freix escribe desde Valencia: en la consulta del cementerio de Valencia por internet, he encontrado un Ibáñez Urios, Francisco, que falleció en 2002. Buena suerte en sus pesquisas.

16:30 h. Buscador del cementerio de Valencia. Ahí está, Francisco Ibáñez Urios. Además de la fecha de fallecimiento se indica cremación.

16:45 h. Llamo al cementerio de Valencia. Me dicen que no tienen más datos, y que si fue una incineración, que llame al crematorio.

16:50 h. Llamo al crematorio. Confirman los datos anteriores, añaden que Francisco vivía en Carlet (Valencia) y me dan el nombre de la empresa funeraria.

16: 55 h. Llamo a la funeraria. Me dicen que los expedientes de más de cinco años se destruyen, mala suerte.

17:00 h. Consulto en el listín telefónico de Carlet (Valencia) el apellido Ibáñez. Hay un total de seis. Llamo a todos pero ninguno tiene nada que ver con Ibáñez Urios. El último del listín es un señor Ibáñez muy amable que me dice que lleva mucho tiempo en Carlet y que el apellido Urios no es de allí, seguro. Me entretengo charlando un poco con él, conoce muy bien Carlet. Por cambiar de tema le pregunto si existe alguna residencia de la tercera edad, me dice que sí y que sería buena idea llamar allí.

17:20 h. Siguiendo las indicaciones del señor Ibáñez amable, llamo a la Residencia Mixta de Ancianos de Carlet. Una señora me dice que no le suenan los apellidos, pero me pide que espere, que va a mirar en el ordenador. Dos minutos interminables. Ha tenido usted suerte, me dice. Francisco Ibáñez Urios estuvo aquí, en efecto. Me indica los teléfonos de sus hijos Alfredo y Maravillas. En ese momento estoy seguro de que ellos son descendientes de Anastasio, ya que su único hijo superviviente se llamaba Alfredo y la mujer de éste Maravillas. Es decir, las personas a las que iba a llamar por teléfono tenían los mismos nombres que sus abuelos paternos.

17:35 h. Un poco nervioso (un año de búsqueda lo merece y las palabras se me vienen a la cabeza como las ideas a Stephen King) llamo a Maravillas. Telefónica le informa de que actualmente no existe ninguna línea con esa numeración. Mierda!

17:40 h. Llamo a Alfredo. Coge el teléfono. Amablemente escucha mi titubeante historia. Y me confirma que es hijo de Francisco Ibáñez Urios (nacido en Villena en 1920), nieto de Alfredo Ibáñez Romero, y biznieto de Anastasio Ibáñez Abad. Me dice entonces que Alfredo, el hijo de Anastasio, también fue fotógrafo profesional en Villena. Uno más para la saga. Me da el teléfono correcto de su hermana, y me habla de sus primos también descendientes de Anastasio.

En días posteriores voy hablando con todos ellos, todos me tratan con cercanía y yo les hago el gesto del sombrero por teléfono. Ike me asegura que tiene un retrato de Anastasio, que pronto me lo escaneará y que podré ponerle rostro por fin.

01/02/2011. 21:18 h. Mensaje de Ike. Aquí está Anastasio Ibáñez Abad, el fotógrafo con rostro.


De izquierda a derecha: Juan Ibáñez Abad (placa de cristal), Alejandro Ibáñez Abad (positivo retocado) y Anastasio Ibáñez Abad.

Contemplo el parecido de Anastasio con sus hermanos, las barbas floridas, las miradas penetrantes. Anastasio entorna un poco más los ojos, tal vez no duerma mucho. Creo que Alejandro y Anastasio se parecen más entre ellos. Juan, aparenta más seriedad, para eso es el mayor, para aparentar. Anastasio, el pequeño, es el más feliz (a pesar de todo) y el que va más a la moda, esa corbata canalla. Tres hermanos fotógrafos. Tres hermanos con dos hermanas. Tres hermanos alejados que se hablan con la mirada. Un historia que se repite.

Ahora sí me sirvo una copa de coñac.


Dedicado a Ike, Alfredo, Maravillas y Maravillas.


lunes, 31 de enero de 2011

Adela en la trinchera

Francisco y Adela. Autor: Vicente Ibáñez Navarro o su hijo Juan Ibáñez Villasclaras. Madrid, 1942. Estudio de c/ Montera, 23. (Colección Adela Romero).

Francisco y Adela se casaron el cinco de noviembre de 1942 en la parroquia de su barrio, el Cristo de la Victoria. Aquel día cayó un aguacero sobre Madrid y tuvieron que correr por la calle Fuencarral para comprar el sombrero y el ramo de flores sin empaparse. Luego bajaron a Sol y buscaron algún estudio donde hacerse la foto. Subieron un poco por la calle de la Montera y se metieron en Ibáñez. Adela sacó el sombrero de su aparatosa caja y lo estrenó para la ocasión, con velo y todo. El collar de perlas se rompió años más tarde al volver de una fiesta.

Los fotógrafos cuchicheaban su jerga, Vicente Ibáñez ya tenía 55 años, su hijo Juan 27. La escasez de material fotográfico durante la terrible posguerra potenció el ingenio y el reciclaje: cuando se acabó el celuloide, recuperaron las viejas placas de cristal. Pero aún así el toque moderno era necesario.

–¿Han visto El halcón maltés o Billy, el niño? –preguntó Juan a los novios.

–Pues sí.

–Es que lo que se lleva ahora es el plano tres cuartos del cine –aclara Juan–. Resulta muy elegante.

–Los pies siempre afean –masculla Vicente sonriendo a Francisco y Adela.

–Quietos..., bonita sonrisa señora.

Aunque Adela no sonreía para imitar a las estrellas de Hollywood. Simplemente era feliz, habían sobrevivido. (Y ninguno de los cuatro podía imaginar lo premonitorio de aquella fotografía: la hija de Francisco y Adela se casaría mucho tiempo después con un descendiente de Alejandro Ibáñez Abad).

En el altar se quitó el velo, Francisco le sacó la lengua y se puso bizco. Les dio un ataque de risa y el cura los reprendió. –Señores, lo que están haciendo es una cosa muy seria.

Francisco Serrano había nacido en La Habana. Antes de que estallara la Guerra había trabajado en la embajada de Cuba, pero cuando Franco bombardeó Madrid la primera vez, enseguida se alistó en las Brigadas Internacionales como guardia de seguridad.

Adela Romero Pascual, madrileña, había nacido en 1917. Vivía en Guzmán el Bueno. Su hermana Carmen era amiga de Dolores Ibárruri, que en los primeros meses de 1936 fue encarcelada en Ventas. Carmen le contaba a su hermana Adela que fue a visitar a su amiga recluida y que casi se muere del susto cuando Lola le dio una pistola envuelta en un trapo. –Deshazte de esto, aquí no la necesito.

En otoño de 1936 la lluvia de acero arreciaba sobre Madrid. La madre de Adela había salido a buscar algo de comida y había vuelto pálida. Después de vomitar, contó a sus hijas que un obús había caído en la Gran Vía. Había visto a una mujer sin cabeza, un surtidor de sangre y de tripas. A su lado, un niño llorando.

Desde noviembre la casa de Adela está casi en la línea de frente. Los combates cuerpo a cuerpo se desarrollan en los alrededores de la Ciudad Universitaria: Parque de la Bombilla, Hospital Clínico, Residencia de Estudiantes... Le comento a Adela que he leído que algunos soldados africanos de Franco llegaron a Moncloa y a la calle Ferraz. Y que existe la teoría de que no quisieron seguir avanzando para que la guerra se prolongase y así poder aniquilar al enemigo. –Pues sí, yo vi a los moros en mi calle, en Guzmán el Bueno, pero de allí no pasaron. Les echaron a tiros los brigadistas y la gente que les arrojaba cosas desde los balcones. Recuerdo que fue el 20 de noviembre de 1936 –me dice, entornando los ojos–. Pero no se fueron porque quisieran. Los echamos.

En 1938 Francisco Serrano es destinado a hacer guardia en una barricada de Guzmán el Bueno. Allí conoce a Adela. Se enamoraron en el baile de la verbena. En el cine Palacio de la Música se besaron y se prometieron sobrevivir para casarse tras la guerra. El 28 de Marzo de 1939 Madrid es entregado al enemigo. Francisco es conducido con otros militares a un campo de concentración en Vallecas. Al día siguiente se fuga y va a buscar a Adela. –¿Cuándo nos casamos?

El capitán Carlos Alegría, personaje de Los girasoles ciegos, expone la teoría –rechazada por Adela– para justificar su rendición al bando perdedor. Llama la atención que Alberto Méndez sitúe los hechos un año después, en 1937.

»Preguntado por las razones de su conocimiento de los hechos referidos, el procesado responde que porque de él dependía la Intendencia para el Frente Sur y Suroeste, bajo las órdenes directas del General Várela. Y que por eso sabe que en noviembre de 1937 el coronel Ríos Capapé y Mohamed el Mizzian llegaron hasta la parte alta de la calle Ferraz, en el centro de Madrid, donde sólo encontraron una resistencia de francotiradores en retirada.

»El declarante es mandado callar y lo hace.

»Preguntado acerca de si son las gloriosas gestas del Ejército Nacional la razón para traicionar a la Patria, responde: que no, que la verdadera razón es que no quisimos entonces ganar la guerra al Frente Popular.

»Preguntado que si no queríamos ganar la Gloriosa Cruzada, qué es lo que queríamos, el procesado responde: queríamos matarlos.

(Alberto Méndez, “Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir”, en Los girasoles ciegos, Anagrama, 2004, pp. 27-28).

Querían matarlos, pero no lo consiguieron. Ahí están los dos tan campantes, orgullosos de haber defendido la libertad y la democracia, felices por estar vivos y juntos. Eso sí que es una alegría.


viernes, 21 de enero de 2011

Un conde que enseñaba magia: Luis Tarszenski


La familia Tarszenski Voisins. Autora: Amalia López de López, alumna de Luis Tarszenski, conde de Lipa. Jaén, hacia 1863. En el centro de la imagen, sentado, Luis Tarszenski, conde de Lipa; detrás, apoyada en la espalda del conde, su mujer, Magdalena de Voisins; a la derecha, la hija mayor, Enriqueta, y a la izquierda el hijo menor, Luis. (Archivo familiar Hernández Luike). La fotógrafa almeriense afincada en Jaén retrata a su maestro. Posiblemente Luis Tarszenski motiva que ella sea la primera fotógrafa profesional de España que dispone de estudio propio. (La datación en 1863 se ve reforzada por el hecho de que está probada la estancia del conde en Jaén durante el periodo 1862-1864, según Isidoro Lara y Emilio Luis Lara en La memoria en sepia, pp. 53 y ss.).

Partida de matrimonio nº 339: Sevilla, a 17 de junio de 1844.

Don Luis Tarszenski, conde de Lipa, natural de Lupco, provincia de Podlaskie (Podlaquia), Polonia, soltero, de 38 años, ex-comandante de los Ejércitos Nacionales de Polonia, con domicilio en la población de San Lorenzo; contrae matrimonio con:

María Magdalena de Voisins, natural de Estepa, provincia de Sevilla, soltera, de 26 años, con domicilio en la calle de la Dama, nº 14.

Padres del contrayente:Benedicto Tarszenski, de profesión Grande de Polonia, y Tecla Konarzenski, ambos de Lupco, Podlaquia, en Polonia.

Padres de la contrayente:Esteban Voisins, de Carcasona, en Languedoque, Francia, teniente coronel retirado, e Isabel Antonia Canet, de Zaragoza.

Los próceres de la historia de la fotografía han considerado la figura del conde de Lipa como misteriosa, enigmática, triste –como la de don Quijote– y hasta ficticia. Estos adjetivos no se refieren precisamente a la categoría mágica del título de esta entrada, más bien denotan la pura y simple falta de información. Al bueno de Tarszenski lo despachan instituciones y supuestos especialistas con fórmulas hechas, o frases repetidas y no contrastadas. Que si en 1847 el conde de Lipa ya estaba de viaje por España –¡antes!, como mínimo desde 1843 vive en Sevilla–; que si era un fotógrafo transeúnte o ambulante desmerecedor de la atención dedicada a los Clifford, Laurent, Lorichon... –cuando en realidad esa menospreciada ambulancia propagaba una labor docente pionera que posibilitó el nacimiento de la primera generación de fotógrafos españoles–; o que si se le pierde la pista cuando se marcha a Francia o Italia –muy novelesco, pero la verdad es que el conde de Lipa se estableció en la provincia de Badajoz y murió en Zafra–. Qué manía, y luego dirán que este blog es literario. Por suerte, los descendientes de Luis Tarszenski, con la ayuda del historiador José María Lama, están realizando una investigación seria y concienzuda sobre los pasos perdidos del conde. Y gracias a su generosidad se puede consultar toda esta documentación en la web

http://condedelipa.com/about/

Pero volvamos un momento a la foto de familia para ver si hay trazas del magisterio de Luis Tarszenski en nuestros Ibáñez. Recordemos que según los testimonios orales de los fotógrafos de la tercera generación –en concreto de Juan Ibáñez Navarro–, fue el conde de Lipa quien enseñó el arte de la fotografía a Juan Antonio Ibáñez Martínez, al parecer en Yecla –este último punto queda pendiente de confirmación documental–. Dependiendo de las fechas del encuentro entre el polaco y el yeclano, también pudo participar en las clases el hijo mayor de Juan Antonio, Juan Ibáñez Abad. Y la verdad es que la composición de este grupo de otra de sus distinguidas alumnas recuerda en algo a la de la entrada anterior, las cadenas humanas, el apoyo en la espalda del ser querido, la distribución de tonalidades de los vestidos, pero sobre todo ese gesto de Enriqueta, esa mano que acaricia delicadamente el mentón es la mano de Margarita, es la mano de Saleta, es la mano coqueta de algunos retratos de la pintura romántica.

¿Qué edad pueden tener? Hemos propuesto la fecha aproximada de 1863. Enriqueta aparenta unos 18 años y sabemos que había nacido en El Puerto de Santa María (Cádiz) en 1845. Si estuviéramos en lo cierto, Magdalena de Voisins tendría unos 45 años, y Luis Tarszenski 57, mientras que el pequeño Luis podría tener 13 más o menos. No cuadran las edades del conde, si comparamos su partida de matrimonio –habría nacido en 1806– con la de defunción –por la que nacería en 1793–, así que tendremos que esperar hasta dar con su partida de bautismo en Polonia.


El maestro. Retrato de Luis Traszenski, conde de Lipa. Detalle de La familia Tarszenski Voisins. Autora: Amalia López de López. Jáen, hacia 1863. (Archivo familiar Hernández Luike).



El alumno e iniciador de la saga Ibáñez. Autorretato de Juan Antonio Ibáñez Martínez (1819-1875). Hellín, hacia 1860-65. (Archivo Juan Ibáñez Molina). Publicamos por segunda vez esta imagen, ahora acompañada de un marco de la época y del comentario al dorso de puño y letra de su nieto Juan Ibáñez Navarro: Juan Antonio Ibáñez. Fotógrafo natural de Yecla. Murió en Hellín a los 55 años, el día 4 de Marzo de 1875. Padre del fotógrafo Juan Ibáñez Abad, de Yecla. –Sólo queremos aclarar que su hijo Juan Ibáñez Abad había nacido en Jumilla, aunque después vivirá en Hellín, y establecerá definitivamente su estudio en Yecla–.

Luis Tarszenski, conde de Lipa (1806?-1871), comandante de los ejércitos polacos, descendiente de nobles, disfrutó de una vida cuajada de intrigas nobiliarias, espías, sublevaciones, batallas, derrotas, huidas, viajes continuos, amistades con príncipes, reyes, artistas y científicos, pero sobre todo disfrutó del reconocimiento de sus pupilos. De ahí que se haya conservado un retrato suyo realizado por su alumna almeriense, o que tengamos noticias de su labor a través de cinco generaciones de fotógrafos Ibáñez.

Esta doble faceta artística y didáctica ya fue subrayada por la prensa de la época de Córdoba, ciudad en la que debió de vivir unos meses desde finales de 1861 a principios de 1862: Artista notable. En su lugar oportuno verán nuestros lectores el anuncio del nuevo gabinete fotográfico que acaba de abrirse en esta capital. El profesor que lo dirige es el señor don Luis Tarszenski, conde de Lipa, procedente, según se nos ha dicho de la emigración polaca. Además de las buenas noticias que tenemos del señor conde, dado a conocer como aventajado artista en las capitales donde ha ejercido su profesión, hemos visto un álbum con porción de retratos ejecutados por él, los cuales por su dulzura, y lo bien acabados, nada dejan que desear. Por ello, y lo módico de los precios que tiene establecidos, nos atrevemos a recomendarlo al público de esta ilustrada población. (En La Alborada, Córdoba, Año III, 22/12/1861, p. 3). [El subrayado es mío].

Participó en los primeros movimientos revolucionarios de la Europa decimonónica contra el imperio del zar, y su derrota frente a las tropas rusas originó que con otros insurrectos huyera a Francia donde se les concedió una especie de asilo político hacia 1830-32. Hay bibliografía que documenta el importante papel que jugó Luis Tarszenski en el trato dispensado a los polacos exiliados en Francia. La etapa gala y su estancia en París resultaron determinantes, ya que trabó amistad con Daguerre, según testimonios orales de los descendientes del conde. Daguerre lo introdujo en las artes mágicas de la fotoquímica y en los secretos de los posados. Para estrenarse como fotógrafo realizó al parecer una serie de daguerrotipos sobre obras artísticas del Louvre, y seguro que no dejó de mirar y mirar hasta fatigar la vista, para años después aplicar las enseñanzas de pintores y escultores a las composiciones y gestos de sus propios retratos. El rey Luis Felipe de Francia le otorgó por esta serie el título nobiliario que usará en España: conde de Lipa.

Como conde de Lipa se encuentra en Sevilla en 1843, pero aún se desconoce si pudo llegar antes a España. En todo caso hay que recordar que la presentación oficial del daguerrotipo se había producido sólo cuatro años antes, por eso un detective de verdad salvaje debería investigar el papel que pudo jugar Tarszenski en la primera daguerrotipia andaluza, y sevillana en particular. Fue en Sevilla donde se casó al año siguiente con Magdalena. Tuvo dos hijos, Enriqueta –casada con Manuel Hernández, y cuya descendencia está recuperando el rostro del conde en el tiempo–, y Luis –profesor en el Instituto Republicano de Zafra y en La Habana, Cuba, donde enseñó Ciencias Naturales y Cosmología–. (Extracto de http://condedelipa.com/about/ ).

El conde viajó por toda España: Sevilla, Cádiz, Málaga, Córdoba, Jaén, Valencia, Madrid, Extremadura, desarrollando esa doble labor artística y docente. Reconstruir su itinerario, estos pasos perdidos en la selva española, resultará una tarea tan ardua como apasionante. Él hizo las primeras fotografías o daguerrotipos de muchas ciudades y pueblos, captó momentos históricos como la colocación de la primera piedra de la Biblioteca Nacional en 1866, y lo más importante, mostró a varias generaciones de españoles los mecanismos del moderno ilusionismo.

Para terminar veamos cómo suele ventilarse a nuestro conde:

Mención especial merece el autotitulado conde de Lipa, exiliado polaco que llegó a España hacia 1860 y al que encontramos a lo largo de los años siguientes en diversas ciudades y pueblos de Andalucía, Extremadura, Valencia o Madrid. Verdadero Fanelli de la fotografía, el conde de Lipa instruyó a decenas de fotógrafos, realizó miles de retratos y cientos de vistas de Andalucía y Extremadura. Pero fueron sobre todo, Charles Clifford y J. Laurent los más importantes fotógrafos que trabajaron en España, los que han dejado una obra más extensa y los que más decisivamente llegaron a influir en la fotografía española de su tiempo. (Publio López Mondéjar, Historia de la fotografía en España, Barcelona, Lunwerg, 2005, p. 40).

¿Autotitulado? ¿1860? ¿Fanelli? Ni era anarquista ni italiano, pobre. Y mira que tuvo nombres, Ludwik en polaco, Louis en francés y Luis en español, pero Luigi... Dice Joan Fontcuberta quela fotografía miente en el sentido de que toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera, pues sólo faltaba que con lo difícil que ya nos lo pone la fotografía, ahora los historiadores también nos la quieran colar.

Pero pongo tanta atención en mirar, en no dejar de mirar, en pensar que miro, que al cabo de un momento mis ojos se fatigan [...]. Me asaltan dudas de haber visto sin darme cuenta.

(Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, VI).


Las manos coquetas. De izquierda a derecha: La condesa de Vilches (Federico Madrazo, óleo sobre lienzo, 1853); detalle de Enriqueta Tarszenski (Amalia López de López, discípula del conde de Lipa, hacia 1863); Margarita Navarro (Juan Ibáñez Abad, hacia 1882); Saleta Ibáñez Navarro (Juan Ibáñez Abad, hacia 1910).

Agradezco a José María Lama sus valiosas aportaciones.

Dedicado a los descendientes del conde de Lipa, en especial a Enrique Hernández Luike, Isaac Hernández –fotógrafo en activo–, y Helena Hernández, todos ellos herederos de su magia creativa, de su dulzura...