Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

domingo, 13 de febrero de 2011

Bailando con fotos


Villa Margarita. Autor: Ibáñez Navarro (?). Yecla, hacia 1917. (Colección Ibáñez de la Chica).

Un documento precioso para la historia de Yecla: la casa del retratista, la casa de campo de Luis Ibáñez Navarro, Villa Margarita, cuya fachada, como si fuera la de un templo, nos transmite una valiosa información. Seguramente Luis preparó el enfoque, el encuadre y contó con algún aliado que se encargara de la exposición, quizás sus hermanos Pascual o Asunción.

Desde que publicamos El accidente de caza, la silueta de Luis ha ido haciéndose más nítida en el espejo. Sabíamos que había sucumbido al dolor de ver a su madre Margarita irse para siempre cuando él sólo contaba con trece años de edad. Habíamos dicho que su pista se perdía desde el momento en que marchó a la capital. Ahora sabemos que Luis fue a Madrid a principios de los años treinta, para recibir los cuidados de su hijo Aurelio, que era médico. Había sufrido un derrame que lo apartó para siempre de la frenética actividad artística que desarrollaba. Su carácter cambió y el hombre que bailaba con fotos se convirtió en un melancólico remedo de sí mismo. Se recuperó físicamente, por lo que se atrevió a regresar a Yecla, pero ya nada fue igual. Durante la Guerra Civil recibió presiones porque era amigo de todos y enemigo de nadie. Una mañana en que bajó a la casita desde su estudio de San Pascual se encontró con las viñas arrancadas. Ese mismo día, casi al final de la contienda, decidió irse de Yecla para siempre. Murió en Madrid en 1953: está enterrado en el Cementerio de La Almudena. Luis se había casado dos veces. La primera, con Ana Azorín Santa; la segunda, tras enviudar, con Lola Azorín Santa. Con Ana tuvo dos hijos, Margarita y Aurelio (el médico); con Lola otros dos, Luis y Mario, que eran dos bichos traviesos que hacían las delicias de sus padres.

La casa fue construida en 1913, según el diseño del propio Luis, en la huerta que mira hacia la zona de Caudete, a escasos dos km del centro de Yecla. La linterna parece un trampantojo, toda una declaración de intenciones: un fotógrafo necesita luz, pero más la mentira, el engaño. La fecha de la cornisa nos ayuda a identificar las figuras que posan tras la barandilla. Luis está de pie luciendo su tupida barba. A su lado se sienta su segunda mujer, Lola, en pose Sylvia von Harden. En el siguiente tramo de terraza hay dos jóvenes de pie: con vestido oscuro, Margarita (nacida en 1900); con traje claro y casi escondido tras el copón, su hermano Aurelio. Hay además cuatro niños pequeños, tres de pie y uno sentado a los pies de Luis. Dos de ellos tienen que ser los pillos Luis y Mario. Los otros dos pequeños serían primos o vecinos, y la otra mujer que permanece sentada a la derecha tal vez sea Saleta, hermana de Luis. Las personas que se observan en el porche podrían ser los empleados de la finca.

Cuando Dolores se quedó sola, viajaba de vez en cuando a Yecla y aprovechaba para abrir los postigos y ventilar una casa clausurada durante meses. Eliminaba telas de araña y nidos de diversas especies. Al entrar la luz, le parecía escuchar de nuevo la música del polvoriento gramófono, le parecía que Luis volvía de arreglar el jardín y se ponía a bailar con ella. Abría todas las habitaciones y sacudía la humedad de los colchones, abría el estudio y acariciaba la cámara y los telones, todo reposaba tal y como lo dejó él, todo congelado como en una foto en la que pudiéramos meter la mano. Abría la puerta del laboratorio en la planta baja y daba la luz, entre las cubetas se deslizaban pececillos de plata. Abría la sala donde se impartían las clases de dibujo..., mira los pinceles, Luis, fosilizados.

Una cámara gigante de cemento y ladrillos, un friso que abre los ojos y nos mira a través del tiempo, que muestra una palabra, un nombre de madre y de hija, un grito: MARGARITA. Los jóvenes yeclanos que juegan hoy entre sus ruinas y hacen grafitis en sus muros lo siguen pronunciando, Margarita, Margarita... Estoy seguro de que a Luis le hubiese encantado pintar una flor gigante con la técnica del spray.

Dedicado a Ana Rodríguez, Luis y Julio Ibáñez de la Chica, y Teresa Ibáñez Losada.


2 comentarios:

  1. Y todo en la memoria se perdía...
    Ojalá todos tengamos a alguien que muchos años después rescate nuestro recuerdo y nos deje vivir en la memoria de los que vendrán.

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  2. abu, ya sabes lo que decía Quevedo, eso depende de nosotros...

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