Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Tienes cara de pavo escuchando la pandereta


Pavo navideño. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1889. Membrete: A. Ybáñez Abad. Hellín. De izquierda a derecha: Chus (hija mayor del fotógrafo y de Laure, tiene unos trece años); un niño o una niña de tres o cuatro años aproximadamente que podría ser Estrella (hermana de Chus); el pavo; una criada o vecina; y Laure, de rodillas, con un plato y un cuchillo (es la madre de Chus y la esposa del fotógrafo) Positivo sobre cartón. Imagen: 11,2 x 18,8 cm. Cartón: 12,8 x 21,8 cm. Formato Boudoir. (Archivo Miguel Tomás).

Con un suave y decidido gesto Laure inclinará la cabeza del pavo, acercando el pico al buche. Practicará un rápido corte (técnica iai-jutsu, “desenfundar y cortar”), una incisión en el cogote del animal. Como el pavo está pico abajo se desangrará inevitablemente. Agitará patas y alas en vano. Toda su sangre pasa al lebrillo, gotea. La mezclarán con piñones y pan rayado para hacer el relleno. Lo decapitarán y desplumaran entre las cuatro mujeres. Y antes de entrar en el horno, la sangre que perdió volverá a su cuerpo en forma de albóndiga denigrante.

Las dos chicas que sujetan las patas posan con la dignidad que requiere el momento, la niña pequeña, en cambio, parece algo asustada (ha presenciado cómo se debatía el bicho regando el suelo de plumas y ella sólo se sabía eso de la pavica, la pavá, pone huevos a maná..). Laure nos clava su mirada samurái y sonríe porque alguien detrás de su marido toca la pandereta. Pero es la mirada aviar la que atrae nuestra atención. Hace ciento veinte años ese ojo veía a Alejandro manipulando un artilugio de madera y esa estampa incomprensible fue precisamente lo último que ese ojo vio. ¿Fue de verdad su última visión? ¿Observa resignado o altanero? ¿Hay pánico a perderlo todo en ese ojo desorbitado? ¿Resignación, altanería o puro miedo a la caricia del filo? ¿Es ojo porque nos ve o porque lo vemos? Contestaría Antonio Machado ¡Échale guindas al pavo!, si supiera que esa pupila se ha transformado en un puñado de pixeles. Y cuántos humanos quisieran conseguir un posado tan perfecto, una mirada tan viva y abarcadora.

El próximo 25 de diciembre comeremos una vez más pavo relleno y tal vez alguien cuente a quién se regaló esta fotografía y con qué intención, o tal vez alguien descubra entre las trufas y el paté al mismísimo Sauron.

Dedicado a los comensales del pavo navideño.


sábado, 11 de diciembre de 2010

Correspondencias


Retrato de las hermanas Lencina. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1904. (Colección Izquierdo Laborda). Se trata de una copia que apareció en El ojo del tiempo. Fotografía antigua de Hellín. (Los legados de la tierra), p. 32. Cortesía del Archivo Municipal de Hellín.


Retrato de las hermanas Tomás Ibáñez. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1901. Tarjeta postal. (Colección Carmen Tomás).

Se olvidarán de nosotras, olvidarán nuestros rostros, nuestras voces y cuántas éramos, piensan melancólicas las seis niñas mientras posan para Alejandro. Pero se equivocaban.

Las tres primeras, las hermanas Lencina Morales, son de izquierda a derecha Nicolasa, Candelaria y Soledad. Tuvieron un hermano que no sale en la foto porque era demasiado pequeño o porque no había nacido aún: Rafael Lencina, padre de Rafael Lencina Ruiz.

Las tres siguientes, las hermanas Tomás Ibáñez, son de izquierda a derecha María, Lola y Rafaela. Tuvieron un hermano que no sale en la foto porque era demasiado pequeño o porque no había nacido aún: Alejandro Tomás, padre de Alejandro Tomás Espinosa.

¡Busque las siete diferencias!, parece gritarnos el fotógrafo. Vale, pues vamos allá. Las Lencina están a la altura de la ocasión: recién peinadas, vestidos nuevos, calzas de encaje, zapatos relucientes, flores, lazos y escarapelas. Las Tomás, nietas del fotógrafo, venían de jugar en la calle: flequillos desiguales, lamparones en el vestido, bolsillos abultados, medias de batalla, zapatos cubiertos de polvo, y no hay adornos ni cofias. La pequeña Rafaela se emperró en que no se hacía ninguna foto si no salía también la muñeca. El abuelo barbudo transigió y gracias a ello tenemos su primer retrato como matrona.

De las Tomás, María es las más alta, la que apoya el codo sobre la maceta. Había nacido en 1894, así que en la foto tendría unos siete años. Cuando cumpla los diecisiete se casará con José María Silvestre Paredes. Y Lola, la que está en medio, nació en 1897, y contaría en ese momento con cinco años de edad. Esta niña tan nostálgica y con tanto moflete será la madre de Maruja Tomás, la célebre Tía Anica.

La composición, las posturas, los gestos ensimismados, el piso, el velador, la maceta, la planta, el oscuro fondo..., idénticos. Tan idénticos que los detectives creen que ambas imágenes se tomaron el mismo día, y que tal vez la datación de la primera deba adelantarse también hasta 1901. Recordemos que Rafaela, la más pequeña, había nacido en 1899, y en la imagen no aparenta más de tres años, por lo que estaríamos cerca de ese 1901 o como mucho 1902. Esto fue lo que pasó: las hermanas Lencina fueron al estudio a hacerse un retrato para que perdurara en el ojo del tiempo, y Alejandro quedó tan satisfecho de su trabajo que llamó a sus nietas para crear esta curiosa correlación visual entre las Lencina y las Tomás.

En 1901 Chéjov estrenó su obra teatral Las tres hermanas. Irina, Masha y Olga viven amargadas en una ciudad provinciana. Sueñan con la vida de Moscú, sueñan con palacios, conciertos, cafés, tertulias, moda francesa..., en balde, todo sueños rotos. Las hermanas Prozorov tienen un hermano pequeño que no sale en la foto, Andrei, pero su mujer, Natasha, una auténtica paleta, acabará adueñándose de la casa familiar que ellas se verán obligadas a abandonar.

OLGA (abraza a las dos hermanas): La música que toca es tan alegre, tan animosa, ¡se sienten deseos de vivir! ¡Oh, Dios mío! Pasará el tiempo y nos iremos para siempre. Se olvidarán de nosotras, olvidarán nuestros rostros, nuestras voces y cuántas éramos; pero nuestras penas se transformaran en alegrías para los que vivan después que nosotras, la felicidad y la paz reinarán en la tierra; los hombres encontrarán una palabra amistosa para los que vivimos ahora y nos bendecirán. Oh, mis queridas hermanas, nuestra vida aún no ha terminado. ¡Viviremos! ¡Esa música es tan alegre, tan gozosa! Un poco más, y sabremos para qué vivimos, para qué sufrimos... ¡Si pudiéramos saberlo, si pudiéramos saberlo!


Gracias a Carmen Tomás Espinosa y a Rafael Lencina Ruiz.

La traducción de Chéjov está tomada de la edición de elaleph.com

Dedicado a Abu.