Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

domingo, 28 de marzo de 2010

SALETA IBÁÑEZ NAVARRO


Saleta Ibáñez Navarro y Asunción Ibáñez Martínez. Autor: Juan Ibáñez Abad. Positivo actual a partir de negativo de vidrio. Plano entero. (Archivo Vicente Ibáñez). Saleta se apoya sobre una silla y Asunción sobre un velador. Se han arrancado los miriñaques decimonónicos. Hay quince años de diferencia entre las dos. Asunción mira cariñosa a su hermana mayor, más bajita y abundante. Ambas se casaron con fotógrafos. Podemos fechar la toma cerca de 1910 si aceptamos que Saleta aparenta treinta y pico, y Asunción unos veinte. ¿Le pediría el padre-fotógrafo a Saleta esa mirada directa, esa caricia leve bajo la oreja, o sería acaso un gesto heredado de Margarita?

Poco se sabe de Saleta. Hija de Juan Ibáñez Abad y de Margarita Navarro, la exuberante, nace en Yecla el 10 de septiembre de 1876 a las ocho de la mañana en la calle Niño, 52. Como lleva los genes de su abuelo Juan Antonio, queda atrapada desde joven por la magia de la cámara, pero también se percibe algo de su madre, como una naturaleza animal. En el gabinete de su padre se enseñó a retocar, ilustrar, colorear, iluminar..., y alcanzó tal grado de destreza, tanta sensibilidad en la comprensión de los matices de la luz, tanta originalidad en la aplicación extrañamente pop de la policromía, que su padre confiaba a ciegas en ella. Desde finales del XIX, iba con él y con sus hermanos a reuniones y ferias de profesionales de la fotografía. Las cuatro o cinco mujeres que solían asistir en aquellos tiempos a una actividad tan masculina debían aguantar carros y carretas. Más de una pelea que se había liado bajo las elegantes carpas por algún comentario machista, se había saldado con alguna ceja rota, los fuelles sofocados y los trípodes astillados. En una de estas farras los Ibáñez fueron ayudados por dos jóvenes de Novelda, los hermanos Belda Alted. El mayor, Antonio, le pidió matrimonio a Saleta descamisado, despeinado y sudoroso, mientras Jaime, el menor, seguía atizando mamporros. (Años más tarde Jaime Belda relatará estas trifulcas a los navajeros albaceteños para ganarse su confianza).

Partida de matrimonio. Yecla. Parroquia del Niño Jesús. 01/02/1899. Antonio Belda Alted (24) con Saleta Ibáñez Navarro (22).



Hermanos Tomás Ibáñez, de izquierda a derecha: María (ocho años antes de casarse con José María Silvestre Paredes en), Lola, Rafaela (la pícara matrona de Hellín), y Alejandro (sobre el triciclo). Plano entero. Formato apaisado: 11,5 x 18 cm. Paspartú: 13 x 21,3 cm. Grosor: 2 mm. Membrete: “Belda y Señora. Novedades fotográficas”. Dorso: “Centro de Novedades Fotográficas Belda y Señora. Especialidades de la casa: Esmaltes, pendientes, gemelos, imperdibles. Retratos de día y de noche con luz artificial de gran efecto artístico.” Hacia 1904. Los cuatro niños miran fuera de campo con los ojos como platos, quizás a su tía Saleta. (Archivo familiar Miguel Tomás).

Parece ser que se instalaron en Alicante y más tarde en Madrid. Conservo una fotografía de los hermanos Tomás Ibáñez en cuyo membrete puede leerse “Belda y Señora”, me pregunto si esta señora es Saleta. Seguramente. A pesar de que se reconozca de alguna manera su labor profesional, la fórmula produce un tufo bastante despectivo. Los hombres lucimos apellido, las mujeres no deben destacar: todas señoras. Los hombres nos peleamos por las mujeres, somos brutos y lo demostramos, lucimos apellido. Luego anulamos a la mujer que vive a nuestro lado y nos ilumina la vida: todas señoras. Su nombre, su rostro, su luz, fuera del tiempo y fuera de la historia por ser mujer..., y aunque ésa es una historia que me gustaría contar, lo cierto es que hoy poco se sabe de Saleta.

En la próxima entrada:

Gabriel Ibáñez


domingo, 14 de marzo de 2010

Margarita Navarro –la exuberante–


Retrato de Margarita Navarro García. Autor: Juan Ibáñez Abad. Yecla, c/ Niño, 52, hacia 1882. Plano entero. Cabinet con marco en relieve por presión. (Archivo Vicente Ibáñez). Margarita podría tener unos 36 años en esta estampa de estética anglófila: al matrimonio Ibáñez Navarro le encanta la tendencia marcada por los duques británicos y la sociedad victoriana. La armonía entre la naturalidad y lo artificioso, entre la contención y la provocación, da lugar a esta imagen ejemplo del buen oficio de Juan y del sugerente posado de Margarita. El abanico yace abandonado sobre la columna –columna postmasónica que se repite en innumerables retratos de Niño, 52: obsérvese la entrada “Juan Ibáñez Abad y una desconocida”, donde es el fotógrafo quien se apoya en la misma–; un caracolillo ha caído sobre la frente; el gesto ambiguo de la mano, a medio camino entre el pensador y la caricia ruborizada, ya lo quisiera Carmen de Burgos; una mirada sensual, directa a cámara, y los labios entreabiertos hacen el resto. Siempre que Juan retrataba a Margarita acababan como el rosario de la aurora.

Agustín Navarro era el albéitar de Yecla. Sus aficiones: los caballos, la Naturaleza en general, la montaña en particular y el dibujo. Cuando nació su hija a finales de octubre de 1846, no lo dudó: Margarita. (Partida de bautismo. Margarita. Hija de Agustín Navarro Palao y Ana García Carpena. 30 de octubre de 1846, a la una de la noche. Calle de Santa Bárbara, 55. Nombre completo: Margarita, Purificación, Claudia, Narcisa). –¡Esta zagala nos dará nietos! –dijo a su mujer.

A finales de los 60 Juan Antonio Ibáñez estaba plenamente convencido de que su hijo Juan podía ganarse la vida como fotógrafo, pues desde muy pequeño había desarrollado un talento natural que él mismo hubiese querido. Lo mandó a retratar por los pueblos cercanos a Hellín para que se bregara y le pidió que empezara en Yecla donde tenían familia.

A Margarita le encantaban los animales, como a su padre, y desde niña lo acompañaba a las alquerías. Su cuerpo se había fortalecido en contacto con placentas, marranos, relinchos y rebuznos. Aunque provenía de familia acomodada, había visto ya muchas veces a las yeguas bufar de placer y dolor.

Juan estrenaba en Yecla una broncínea lente alemana. Se dirigió al recinto ferial para montar su pequeño decorado, pero quedó tan absorto ante el espectáculo de aquella joven que hablaba con una jaca preñada, que la jornada se le pasó sin gastar ni una sola placa. Margarita lo vio ahí plantado, con esa mirada abrasiva y aquellos artilugios desparramados. –¿Me hace usted un retrato? –le pidió ella, mientras se secaba el sudor que le caía por el cuello.

Marga y Juan se casaron en Yecla el dos de febrero de 1871. Vivieron cuatro años en Hellín con el resto de la familia Ibáñez Abad donde empezaron con esa producción de nietos que había profetizado don Agustín. En 1875 se trasladan a la casa-estudio yeclana de Niño, 52. Las crías venían a un mundo tibio y mullido. Margarita las acogía en sus inmensos pechos y las hartaba de leche y miel. Así llegaron Juan, Luis, Caridad, Saleta, Pascual, Rafael, Lola, y los gemelos Vicente y Francisca. De los nueve, cinco vivieron el tiempo suficiente para convertirse en la tercera generación de fotógrafos. Un viejo veterinario, amigo de su padre, la asistió en el parto de los gemelos. El pobre hombre venía de un corral: la septicemia acabó con la fortaleza salvaje de la madre en una semana. Con los últimos delirios febriles Margarita recuperó los bufidos de las yeguas, las crisálidas reventando los capullos, los conciertos de las ranas en primavera. Vio a su marido llorar en silencio. –Juan, cuida de los niños.

Juan desapareció dos días con sus noches. Cuentan que estuvo por el monte Arabí, vagando como un quijote desconsolado. Tuvieron que pasar cuatro años para que rehiciera su vida con Asunción. Ya anciano abría el álbum donde Margarita guardaba su olor, su voz, su calor, su exuberancia..., y palpitaba.

En la próxima entrada:

Saleta Ibáñez Navarro


domingo, 7 de marzo de 2010

JUAN ANTONIO IBÁÑEZ MARTÍNEZ –el adn de la fotografía–


Autorretrato de Juan Antonio Ibáñez Martínez. Hacia 1860. Tendría unos 40-43 años. Posiblemente hecho en Hellín, al poco de trasladarse a esta población, pero no habría que descartar la opción de Jumilla. Apareció en La huella de la mirada, p. 235, aunque aquí se reproduce una copia del original. (Archivo Vicente Ibáñez). El autor aparece sentado sobre una tosca silla, elegantemente vestido, sujetando un habano en su mano derecha. Si bien el conjunto transmite cierta sensación de humildad y sencillez, destacan algunos rasgos: la profunda mirada a cámara que heredarán sus hijos, la tupida y cuidada barba que también dejará a su descendencia, y esas manos fuertes acostumbradas a trabajar la madera y la química.

Autorretrato de Juan Antonio Ibáñez Martínez. Hellín (Albacete), hacia 1874-75. Contaría con 55-56 años de edad. Esta imagen debe de ser muy cercana a la fecha de su muerte. La barba ya se ha blanqueado, la vestimenta se muestra más austera, en cambio la mirada es la misma que en la imagen anterior. Sus ojos rasgados, casi almendrados, parecen interrogarnos, ¿estáis ahí? (Archivo Vicente Ibáñez).

Juan Antonio es el iniciador de la mayor saga de fotógrafos profesionales que se conoce. Empieza a mediados del siglo XIX y aún hoy, en 2010, algunos de sus descendientes siguen dedicándose a esta actividad. El sortilegio que practicó en sus hijos para transmitir con tanta potencia su amor a la fotografía constituye un enigma que pertenece a una historia que me gustaría contar.

Sobre sus hijos, los Ibáñez Abad, se ha escrito de forma incompleta e inexacta. En algunos libros y artículos sólo se habla de dos hermanos: Juan y Alejandro, por ello el hermano pequeño, Anastasio, el fotógrafo sin rostro, fue reivindicado en la anterior entrada, ¡ojalá se cumpla la profecía de su nombre! También se ha dicho equivocadamente que nacieron en Hellín: sí nacieron, pero como fotógrafos, ya que venir al mundo lo hicieron en Jumilla. Su padre, nuestro Juan Antonio Ibáñez Martínez de mirada inquisitiva, ha emergido en los archivos parroquiales de Santiago de Jumilla, del Niño Jesús de Yecla y de la Asunción de Hellín. La historia de esta estirpe de fotógrafos pioneros se muestra algo diferente desde entonces.

Este sonido me gusta: el archivero Vicente Canicio pasa las hojas centenarias en la iglesia de Santiago.

Juan Antonio Ibáñez Martínez nace en Yecla el 20 de noviembre de 1819, el mismo año que Walt Whitman y veinte años antes de que Daguerre diera el paso decisivo en París. Tras un primer matrimonio con Isabel Algarra, Juan Antonio casa con una joven de Jumilla: Francisca Abad Crespo. Según la partida de matrimonio de 1845 ambos contaban con 24 años de edad. (Francisca había nacido el 20 de agosto de 1820).

De Juan Antonio Ibáñez y Francisca Abad nace en Jumilla la camada Ibáñez Abad por este orden: Juan (hacia 1847), Josefa (hacia 1848), Catalina (hacia 1852), Alejandro (hacia 1855-56), y Anastasio (25/12/1857). No disponemos del día exacto de nacimiento de los cuatro hermanos mayores: como suele ocurrir en este tipo de investigaciones, el libro que falta en el archivo parroquial de Jumilla es precisamente el que más nos interesaba, el de bautismos correspondientes a ese periodo. No obstante hemos podido calcular los años de nacimiento con poco margen de error, ya que disponemos de sus partidas de defunción. Parece una broma del destino el hecho de que Anastasio, el hermano más postergado por los historiadores, figurara en otro libro, salvándose así su registro exacto. Los tres varones, Juan, Alejandro y Anastasio, fueron fotógrafos como su padre, y posiblemente también las dos hermanas participaran de algún modo en la empresa familiar, bien realizando fotografías, bien colaborando en tareas indirectas, aunque fundamentales, como la iluminación o coloreado de los positivos. Pero ya saben que en aquella época, segunda mitad del siglo XIX, las mujeres aún se consideraban meros apéndices del hombre de la casa, sobre todo en determinadas actividades profesionales, por ello pueden encontrarse fórmulas como “Ibáñez y Cia.” o “Ibáñez e hijas” para reflejar la autoría de una mujer.

En el Archivo Municipal de Hellín se puede consultar la Matrícula de todos los contribuyentes sujetos al pago del subsidio industrial y de comercio correspondiente al año 1862, signatura A 117/3, (por cierto, en este año había 1917 vecinos en Hellín). En este documento aparece Juan Antonio Ibáñez dado de alta con el número 16, pero no como fotógrafo, sino como carpintero. Esto no debe extrañar: por un lado la labor de carpintero y ebanista le sería muy útil para fabricar sus cámaras de cajón de madera, y para arreglar y afinar pianos, su otra profesión; por otro lado, se trata de fechas tan tempranas para la fotografía que pocos se atreverían a calificarla como su actividad principal. En cambio, todos sus hijos ya la reivindican con orgullo, son fotógrafos. Gracias a la labor de recopilación y difusión de su director Francisco Javier López Precioso, el Museo Comarcal de la misma localidad conserva buenos fondos de fotografía antigua. Una selección de estas obras se publicó en el catálogo El ojo en el tiempo (1998), mediante el proyecto “Los legados de la Tierra”, y una de ellas es quizás la primera panorámica realizada de Hellín, adivinen su autor...

Así que la familia pionera de la fotografía en la región del altiplano se traslada desde Jumilla a Hellín entre 1858 y 1862, y nada más llegar se ponen manos a la obra con sus cachivaches: retratos fotográficos, al óleo y al carbón. ¿Por qué Publio López indica que Juan Antonio estableció su estudio en Hellín en 1863, dando a entender que empezó entonces con la fotografía? (La huella de la mirada, p. 49). Si tenemos en cuenta que el mismo historiador propone 1833-1899 como sus fechas de nacimiento y fallecimiento, cuando en realidad las partidas no dejan lugar a dudas: nace en Yecla en 1819 y muere en Hellín en 1875, deberíamos tener cierta esperanza en que lo de 1863 constituya otro palo a ciegas. De este modo podríamos especular con la posibilidad de que Juan Antonio no sólo empezara unos años antes de 1863 en Hellín, sino que ya en Jumilla, tal vez en la década de los 50, pudiera realizar sus primeras fotos. ¿Por qué no?

De momento estos detectives lanzan el siguiente reto:


Retrato de personaje desconocido de Hellín. Autor: Juan Antonio Ibáñez Martínez. Entre 1860-74. Carte-de-visite: 5,5 x 9 cm. Medio plano. Fondo perdido. (Archivo Miguel Santos).

¿Hay alguien en Hellín que pueda identificar a este tipo tan simpático y orondo?

Si en Jumilla se encontrara alguna prueba, fotografías o anuncios publicitarios en prensa antigua, de la actividad de Juan Antonio Ibáñez Martínez, este municipio se convertiría en uno de los primeros de España en albergar un estudio profesional en tiempos de auténticos exploradores. Sólo será necesario que hurguemos un poco en nuestro viejo álbum o en las cajas de zapatos o de puros o de galletas donde guardamos nuestros viejos amuletos para traer de nuevo esos rostros al tiempo. Y quizás los tres detectives salvajes regresemos algún día a saludar a Vicente Canicio, la pulcritud personificada, a pasear por esas calles que huelen a historia, a misterio, y nos encontraremos de nuevo entre las persianas echadas con aquel cartel psicodélico: Regreso al futuro. Dejemos por ahora a Juan Antonio recitándonos estos versos con su mirada: Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
 / porque lo que yo tengo lo tienes tú
 / y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.


En la próxima entrada:

Margarita Navarro

–la exuberante–


lunes, 1 de marzo de 2010

Anastasio Ibáñez Abad –el fotógrafo sin rostro–


Personaje desconocido. Autor: Anastasio Ibáñez Abad. Carte-de-viste: 5,5 x 8,5 cm. Membrete: Anastasio Ibáñez. Fotógrafo. Almansa. Hacia 1900-1910. Fotografía sobre paspartú verde rugoso. Reverso sin publicidad. Retrato en plano medio y fondo perdido. Mirada triste bajo cabello rubio. Posiblemente los ojos están pintados posteriormente. ¿Quién eres?, ¿por qué tanta nostalgia?, ¿a quién le regalaste esta foto?

Nadie habla de Anastasio. Nadie comenta su obra fotográfica. Nadie ha publicado hasta ahora ningún retrato que lo identifique. Parece que una maldición se ha cebado con su memoria. Si sus hermanos Juan y Alejandro resultan de sobra conocidos, sus descendientes incluidos, Anastasio se manifiesta como el ibáñez apócrifo. Dimos con él a través de sus hijos muertos, las partidas de defunción de Hellín tienen páginas llenas con sus nombres: hijo de Anastasio y Filomena, hija de Anastasio y Filomena...

Publio López no lo cita en sus libros. Hay menciones difusas, notas sueltas por ahí: en el censo de fotógrafos profesionales (publicado en la Historia de la fotografía española coordinada por Miguel Ángel Yáñez y otros, p. 562) se repite dos veces su registro: Almansa (Albacete, 1900) y Valencia (1910); en el boletín Anaquel (nº 40, p.36) se escribe su nombre; y sobre todo en Almansa. Imágenes de un pasado, 1870-1936 (Villavert, Piqueras y Gómez, Instituto de Estudios Albacetenses), ya que aquí se dan a conocer algunas imágenes y el logotipo característico del reverso. Poca cosa si lo comparamos con hermanos tan profusos.

Anastasio Ibáñez Abad se casó a la edad de 23 años con una chica de Hellín, Filomena Romero Morcillo, el 17 de octubre de 1881. Tuvieron siete hijos. En 1888 muere Antonio (18 meses, gripe); en 1889 Purificación (6 años, difteria), Francisco (5 años, difteria) y Elvira (8 meses, difteria), los tres en un período de veinte días del mes de enero; y en 1892 Rafael (un año, hemofilia). Sobreviven Concha y Alfredo. Este último se casará en 1914 con Maravillas Uríos en Villena, ¿seguiría Alfredo Ibáñez la saga fotográfica?

Era el menor de los cinco hermanos Ibáñez Abad. Los tres chicos Juan, Alejandro y Anastasio; las dos chicas Josefa y Catalina, también relacionadas con la fotografía. Todos ellos nacieron en Jumilla y después se trasladaron a Hellín con sus padres, donde empezó Anastasio a trabajar como fotógrafo, pero como al pobre se le morían los hijos a pares, decidió buscar protección en otras tierras. Primero con un gabinete en Almansa, y una década más tarde en Valencia, al parecer como fotógrafo de prensa. Anastasio..., poca cosa todavía. Así que nos propusimos hozar por los cerros del altiplano. Rosa, Ana y yo tenemos una cita con el archivero de la Parroquia de Santiago de Jumilla. El coche nos lleva por una autovía sin tráfico. La llovizna y la bruma nos envuelven poco a poco. Vicente Canicio, el archivero, casualmente hermano y padre de fotógrafos, es un hombre afable que pone a nuestro alcance libros manuscritos hace siglo y medio. Me gusta cómo suena el papel centenario en lo profundo de la sacristía mientras los niños de Jumilla ensayan su primera comunión.

Aquí está, exclaman Ana y Rosa. Anastasio Ibáñez nace el 25 de diciembre de 1857, hijo de Juan Antonio y de Francisca. El fotógrafo sin rostro empieza a imprimir una suave veladura sobre su vida, de momento sólo se distingue una silueta difusa, pero ya tenemos algo más. Empujados por este hallazgo nos dirigimos a Almansa. La carretera pasa por Yecla, luna creciente: Hellín, Jumilla, Yecla, Almansa. En el archivo municipal nos recibe una entusiasta María José Uribe que nos proporciona otro regalo, copias de varias fotografías realizadas por Anastasio y su logotipo. Algún día los detectives salvajes tendrían que homenajear a los archiveros, pondremos rostro a Anastasio, dice María José; aquí hay tesoros escondidos, advirtió la maga Beatriz; mi tiempo es vuestro tiempo, nos dijo Ricard en el AGA de Alcalá de Henares. Rostros, tesoros, tiempo..., rostros que se pierden en el tiempo, rostros que vuelven al tiempo, tesoros. ¿Quién guarda el de Anastasio?


En la próxima entrada:
JUAN ANTONIO IBÁÑEZ MARTÍNEZ