Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.
domingo, 21 de febrero de 2010
Rafaela Tomás Ibáñez
sábado, 20 de febrero de 2010
Enmienda 1
Hemos recibido una información que ha confirmado quién es la niña que acompaña a Juan Ibáñez Abad. En efecto, se trata de su hija Asunción. Nos hemos alegrado tanto por esta identificación que inmediatamente nos hemos convertido en detectives salvajes para hurgar en los libros de partidas de Yecla. No hemos tardado mucho en encontrarla en el libro de bautismos correspondiente al año 1891. Nace el 18 de marzo a las 11:00 h. en Niño, 52. Nombre completo: María Asunción Gabriela Josefa Ramona Pascuala Vicenta (!). Su padre: Juan Ibáñez Abad; pero su madre no es Margarita Navarro. ¿Cómo? Aquí pone Asunción Martínez Plaza (?). Vaya, nos tememos lo peor... Vamos a los libros anteriores y encontramos que el 4 de octubre de 1886 Margarita alumbra a dos gemelos: Vicente y Francisca. (El mayor por una hora, Vicente Ibáñez Navarro, será fotógrafo en Yecla, Cieza, Linares y Madrid: calle Montera; la menor por una hora, Francisca Ibáñez Navarro muere a los catorce meses, un triste día de Navidad de 1887). Está claro que algo pasó con la exuberante Margarita entre el nacimiento de los gemelos en octubre de 1886 y mediados de 1890. Solicitamos los libros de defunciones de ese período. Margarita Navarro, consorte de Juan Ibáñez Abad, muere el 10 de octubre de 1886 (seis días después de parir a los gemelos), a los 40 años de edad, en la calle Niño, 52. Tras 16 años de matrimonio, una infección, la típica fiebre puerperal de aquellos tiempos, hizo que Juan llorara de rabia por primera y única vez en su vida. Somos detectives salvajes.
Pero volvamos a Asunción, lo que importa ahora es que ha dejado de ser una desconocida, ese rostro que posaba anónimo en el tiempo tiene ya nombre, tiene ya una historia que aún se prolonga, pues surge un nuevo dato para tirar de la cuerda: Asunción se casó con Juan Giménez Torregrosa el 9 de septiembre de 1914 en Yecla. Y la que era Margarita ya no es Margarita, sino Asunción madre, pues Margarita llevaba enterrada catorce años cuando se reveló la foto que encabezaba la entrada anterior. Tachamos y corregimos, cambiamos la historia de quienes no tienen Historia y nos quedamos pensando en estas imágenes que nos engañan y nos muestran datos falsos o equívocos o inexactos. Presentimos que la historia se sustenta sobre pies de barro y garabatos distraídos. Y al pensar en todos esos rostros perdidos en la otra cara del tiempo, la negra espalda de Javier Marías, nos sobreviene una sensación incómoda de vértigo.
Este blog empieza a funcionar: Teresa Ibáñez Losada, descendiente de Juan Ibáñez Abad, ha tenido la gentileza de ponerse en contacto con nosotros.
(La entrada sobre Rafaela Tomás, mañana).
sábado, 13 de febrero de 2010
Juan Ibáñez Abad y una desconocida
Juan Ibáñez Abad nació en Jumilla (Murcia) en 1847. Era diez años mayor que su hermano Alejandro, aquel fotógrafo que volaba en globo. Aprendió desde muy jovencito los secretos de la cámara trabajando con su padre. Había llegado a Hellín con ese aspecto de adolescente romántico y con esa mirada seria y profunda que mantendrá durante casi un siglo. En las fiestas de Yecla retrató a una exuberante moza. El 2 de febrero de 1871 se casaba con ella, su nombre: Margarita Navarro García. Ambos tenían 24 años. El 4 de diciembre de este mismo año nace en Hellín su primer hijo, Juan Ibáñez Navarro, que en el futuro establecerá su estudio en Gandía. En 1874, su primera hija, Caridad, también en Hellín. El padre de los Ibáñez Abad muere en 1875 –ya diremos cómo cuando le toque su turno–, sus hijos tienen que decidir dónde operar, así que tras quince años de juventud hellinera Juan marcha a Yecla. Allí nacerá el resto de su descendencia: Pascual, Luis, Saleta, Vicente, Asunción..., por supuesto, todos fotógrafos. Como su hermano Alejandro, Juan Ibáñez Abad trabajó toda su vida, combinando la fotografía con otras actividades creativas y artesanales: afinador de pianos, repostero, pintor, dibujante, ebanista, fabricante de su propio material fotográfico... Retrató a miles de personas de la zona y a toda su descendencia, hasta que el 7 de abril de 1932, con 86 años de edad, su cuerpo dijo basta. Su mirada no.
Uno de sus nietos fotógrafos, Juan Ibáñez Villasclaras, dejó escrito sobre él: Trabajó y desarrolló notablemente la fotografía de su tiempo. Él mismo se fabricaba las antiguas placas al colodión, y vivió la gran transformación y progreso de las nuevas emulsiones fotográficas, cuando había comenzado con los papeles de ennegrecimiento directo. Hombre enormemente emprendedor, era un hábil ebanista, músico y fabricante de pastas hojaldradas que por su calidad fueron objeto de atención de la Casa Real de la que fue nombrado proveedor oficial. Su hija Saleta también estuvo casada con el fotógrafo Antonio Belda, establecido en Alicante y Madrid.
Y el historiador Publio López: seguramente el mejor de los que trabajaron entonces en las provincias castellano-manchegas, (La huella de la mirada, p. 49), e incluye tres limpios autorretratos de diferentes etapas de su vida. Recordemos que este lujoso volumen analiza la fotografía antigua de Castilla La Mancha. Pues bien, en un trabajo de similar calidad pero más general, Historia de la Fotografía en España (p. 57), el autor vuelve a elegir el mismo autorretrato de Juan Ibáñez Abad con su cámara nariguda. A mí también me gusta.
Carte-de-visite. Publio López la fecha hacia 1865, entonces Juan rondaría los 20 años de edad. Posiblemente esté hecha en Hellín, ya que la columna donde se apoya la cámara corresponde a la decoración que utilizaba su padre, como veremos en entradas posteriores. Dicha cámara puede ser de fabricación propia, excepto la lente. Yo apuesto por Hellín, 1870. Un autorretrato que Juan se haría para declarar su amor a Margarita. (Archivo Vicente Ibáñez).
La crítica especializada tiende a vituperar la obra de estos fotógrafos cuando se dirige a sus auditorios provinciales o regionales, pero el discurso cambia cuando se habla de la Gran Fotografía, del Arte, de Mira Que Estudio Tan Bonito Tengo, de Historia General De, y resulta entonces que todos aquellos simpáticos pioneros se convierten en ganapanes, arribistas y aprovechados ignorantes de la verdadera sensibilidad del enfoque y la pose. ¿En qué quedamos?
Hoy existen catálogos exquisitos de daguerrotipos enmarcados en metales nobles, las piezas originales encerradas en urnas blindadas de alta seguridad se estudian con rayos láser y microscopios electrónicos. Las fotos de los Ibáñez están pegadas en cartones, escondidas en un altillo polvoriento, guardadas en cajas de puros o de hojalata, pero de vez en cuando alguien las saca, mira, ésta es tu bisabuela, y el dedo de un niño acaricia su rostro en el tiempo y susurra qué guapa. Y Juan y Alejandro sobrevuelan la mancha y el levante y el altiplano, y sonríen desde su globo. Alejandro mira a su hermano y piensa que es uno de los principales personajes de una historia que le gustaría contar.
¿Asunción?
Sí, Asunción Ibáñez Martínez.
(Agradezco a Vicente Ibáñez y a Ana Santos Payán su generosidad).
En la próxima entrada:
RAFAELA TOMÁS IBÁÑEZ
sábado, 6 de febrero de 2010
José María Silvestre Paredes
lunes, 1 de febrero de 2010
Alejandro Ibáñez Abad
El formato circular del retrato se convierte en un globo aerostático que sobrevuela un pueblo desvaído. El piloto gasta la misma barba que el retratado y conversa con ese gato que maúlla desde el tejado. Mientras se eleva a los cielos, Alejandro Ibáñez mira a cámara aguantando la risa y acechando con inquietante gesto. Aunque ya se cuentan más canas que en imágenes anteriores, esta foto parece tan divertida e irónica que ha sido la elegida para inaugurar este otro viaje. La postal no indica fecha alguna, pero si suponemos que el autor aparenta unos 40 años, habría que situarla en Hellín, cerca de 1895.
Alejandro Ibáñez Abad nació en Jumilla en 1855-56 y murió en Hellín en 1928 a los 73 años de edad. A esta localidad llegó siendo un niño y vivió en ella toda su vida profesional, salvo un pequeño paréntesis de la década de los ochenta en el que huyó a Alcantarilla (Murcia) por razones que se relatarán en otro momento. Junto a sus hermanos Juan, Josefa, Catalina, y Anastasio, aprendió el oficio de su padre, Juan Antonio Ibáñez Martínez, pionero de la fotografía en la región e iniciador de la saga más inaudita y numerosa de fotógrafos profesionales del mundo. (¡Y no sólo por el río Mundo!, típico chiste de la zona...).
Durante más de cincuenta años retrató a gente de Hellín y de los pueblos del entorno. Muchas familias de estas localidades conservarán aquellos posados en cuyo membrete podía leerse A. Ybáñez. Retrataba también al óleo y al carboncillo, y como era habitual en aquella época, a veces iluminaba o coloreaba sus fotografías. Fue un artista polifacético, un hombre de enigmática alegría: el misterio que rodeó su figura ha llegado hasta nuestros días. El historiador Publio López asegura que fue fabricante de los célebres Libritos Ibáñez –dulces navideños, especialidad de la casa–, afinador de pianos, pésimo concertista de guitarra, muñidor de memorables sesiones de magia, prestidigitación y espiritismo, destacó como excelente retratista al carbón, solvente fotógrafo y mediano pintor (La huella de la mirada, p. 49).
Unos meses antes de morir ya se presentaba como fantasma, tal y como puede certificar el número 24 (17/12/1927) de ¡Adelante!, periódico que dirigía su nieto Alejandro Tomás Ibáñez:
UN FANTASMA EN HELLÍN
Noches atrás, ha hecho su aparición en la calle de D. Francisco Silvela, un tétrico fantasma, sembrando el terror y la desolación entre los pacíficos vecinos de aquel barrio.
Ante el peligro que les amenazaba, el maestro zapatero don Salvador Giménez y el Sr. Veneno con sus oficiales y contertulios, decidieron hacerle frente, y anoche lograron descubrirlo.
Se trataba de un infeliz que usa capa y bigote como a lo garçòn, que habiendo probado las ricas e inmejorables OBLEAS IBÁÑEZ y no disponiendo de dinero para adquirirlas, quería dar pánico a los vecinos y después asaltar la casa de sus fabricantes, y llevarse unas cuantas cajas, para con ellas pasar unas Pascuas de rechupete.
Cuando voy a Hellín, me encanta pasear por Francisco Silvela, la antigua calle Osarios, en cuyo número 9 residía y trabajaba Alejandro: “Gabinete de Fotografía y Pintura”, y me quedo mirando a esas casas que conservan una pequeña azotea bien iluminada y me digo por qué no... El caprichoso destino ha querido reunir a Alejandro, el abuelo loco, con Alejandro, el nieto escritor: hoy sus calles se tocan, Francisco Silvela y Alejandro Tomás Ibáñez son perpendiculares; acaso sea éste el último truco del mago espiritista.
La última vez que fui por allí a hacer de detective salvaje pude hablar con una de las biznietas de Alejandro Ibáñez Abad, me contó que ella nació el mismo día en que él murió, me contó también qué cosa hizo su bisabuelo justo antes de morir, y os puedo asegurar que no fue viajar en globo.
(Alejandro Ibáñez Abad es uno de los principales personajes de una historia que me gustaría contar).
En la próxima entrada:
JOSÉ MARÍA SILVESTRE PAREDES