Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

jueves, 7 de marzo de 2013

Para que nunca olvides...


Ramón Jordán, a lo Harry Houdini. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1900. (Colección José Ramón Sáez).

Ramón Jordán García (Hellín, 1892 – 1930) se marchó definitivamente por culpa de una pulmonía que se pilló en un viaje a Madrid cuando tenía 38 años. Se había casado con la chica de sus sueños, aquélla a quien primero mostraba sus trucos de magia, Consuelo Sánchez Córcoles. Ambos continuaron con la tradición familiar del comercio y pusieron una tienda en su propia casa, en la esquina de la Portalí con la calle Cassola. Allí vendieron comestibles hasta que Consuelo enviudó y transformó el espacio en un taller de costura.

Ramón y Consuelo hicieron famosos sus artículos, así, Echaide o el Fotico o Gabriel Ibáñez, que casualmente era hijo del fotógrafo que retrató a Ramón el día de su primera comunión con levita, bombín y bastón, le dedicó esta especie de serventesio en el semanario ¡Adelante! del 9 de julio de 1927: Por la noche te compras una cuarta / de garbanzos en casa de Jordán, / que entran muchos más que en una octava, / y a cuarenta no llegan los que dan.


La tienda de los Jordán, al fondo, con el cortinaje plegado sobre ambas puertas. Plaza de la Puerta de Alí. Autor: Luis Redondo. Conocida imagen publicada en El ojo del tiempo. Fotografía antigua en Hellín, p. 49, por los Servicios Culturales del Ayuntamiento de Hellín, en 1998. Se indica que fue tomada hacia 1910-20 (Cortesía de José Ramón Sáez). ¿Escucha el burro / el caño en la peana / o sólo tira?

Ramón era hijo de Antonio Jordán Romero (1858-1940) y Carmen García Tébar (1868-1920). En 1953, Juan Fajardo o el Peteneras, como quieran, que había sido amigo del Fotico, publicó en el número 5 de la revista Macanaz un texto titulado “Mi Viernes Santo”, donde podía leerse esta referencia al padre de Ramón: Fue tradicional costumbre, hasta casi nuestros días, que la Santa Cruz, guía de las procesiones, hiciera su subida al Calvario llevada a hombros de cuatro hampones, ancianos y desgraciados, que por muchos años, capitaneó un viejo mercader llamado Antón Jordán, el cual mercader, tenía acostumbrada a estas pobres gentes a consumir una arroba de vino del mejor que “se pisaba” en la plaza, y terminaban la carrera dedicando sus más cómicas y fervorosas saetas, mientras “zarandeaban” el paso, al que no seguía ningún nazareno, por componerse la cofradía de estos cuatro o seis desgraciados, que formaban sin túnicas, pero investidos de buena fe.

Lo que no dice el bueno de Peteneras es que la desgracia que acarreaba Antón, el viejo mercader, no era la pesada cruz, sino la putada tremenda de ver morir a su pequeño Houdini una víspera de San Juan. Aquel 23 de junio del 30 Ramón no pudo con las cadenas, esposas y grilletes que lo atenazaban. Apenas un par de años antes se había hecho cargo de la carpintería funeraria de sus tíos Eusebio Uríos Tomás y Concha García Tébar por fallecimiento del primero. Su tía Concha era la madrina de su hermana Antonia y no podía dejarla sola, pero además siempre había admirado la inquietud de sus tíos con U. Eusebio Uríos y Ulpiano Jordán. Los dos estuvieron en la Junta Municipal de Asociados durante el bienio 1893-94 y siempre andaban quejándose de lo mal que estaba el Coliseo. Precisamente en las ruinas de aquel gigantesco teatro soñó el pequeño Ramón los primeros aplausos para sus increíbles números. A veces se colaba también en el Principal con el barbudo Alejandro Ibáñez y sus nietas. En penumbra asistían encantados los niños a los prodigios de aquel fotógrafo loco.

A los 23, Ramón se encuentra en Cartagena cumpliendo con sus obligaciones militares. Es 1916 y está muy enamorado de su novia. Las redes sociales de entonces se llamaban fotografía, postal y correo. Lo único que ha cambiado es que ahora escribimos peor.

 Ramón Jordán con el uniforme de quinto. Autor desconocido. Cartagena, 1916. Formato postal. (Colección José Ramón Sáez). Dorso manuscrito: A mi querida Consuelo le dedico este recuerdo, para que nunca olvides, cuando su... fue quinto. Tuyo siempre. Ramón. Cartagena, 24/11/1916.

Consuelo Sánchez esperando. Autor desconocido. Hellín, 1916. Formato postal. (Colección José Ramón Sáez). Dorso manuscrito: Te dedica este retrato en prueba del muchísimo cariño que te profesa tu Consuelo.

¿Qué palabra poner en esos puntos suspensivos que indican cierta censura o pudor? ¿Para que no olvides a tu novio? ¿Para que no olvides tu amor? ¿Para que no olvides tu vida? ¿Qué palabras poner en los huecos? ¿Aún escuchas o sólo tiras? Tal vez no haya que empeñarse tanto. Los magos y sus trucos escapan a las leyes, y nos dejan colgados de nuestra propia ilusión, como si aquellos fuegos artificiales sobre la nieve fueran lo único. Alehop!!

Dedicado a José Ramón Sáez Jordán.

domingo, 24 de febrero de 2013

Onírica

Saleta proyectando la boda de su hermana. Autores: Juan Ibáñez Abad y su hija Saleta Ibáñez Navarro. Yecla (Murcia), 1914. Fotomontaje. Positivo sobre paspartú sin membrete. (Colección Juan Giménez Ibáñez).


Saleta quería mucho a su hermana pequeña. Eran hijas de diferentes madres, pero eso no importaba. Saleta no pudo tener niños, así que cuidó de su hermana como si fuera su hija. De hecho se la llevó a Madrid en los primeros años del recién inaugurado siglo XX, cuando la Casa de la Moneda fichó a su marido, Antonio Belda. Tocaban juntas el piano y ponían posturitas en el pequeño escenario imaginando la ovación del público o que las saludaban desde un tren en marcha. Saleta enseñó a su hermana el secreto de las poses, la magia de retocar el vidrio, le enseñó a esperar y esperar..., una espera necesaria para que la imagen captara ese momento congelado y emocionante que haría subir las lágrimas un siglo después como si se tratara de un sortilegio. Sí, Saleta, como tantas otras mujeres, se especializó en esperar.

Aquí Saleta imagina literalmente, crea una imagen: su querida Asunción casándose algún día con Juan Giménez, su novio. Saleta sonríe porque sonríe Asun –se puede leer al revés–. Ambas felices, la mayor con casi 40 –iba a escribir “frisaba los cuarenta”, pero me ha dado no sé qué–, la menor con veintipocos. La veía claramente arrastrando un largo velo, pero al mismo tiempo elegante y moderna. ¿Llegaría esto algún día a producirse? ¿Es tan poderosa nuestra imaginación como para transformar la realidad, impregnar con destellos de luz la vida de las personas que amamos? ¿O simplemente fabricamos un trampantojo sobre el foro de nuestros deseos?

Todos los implicados en esta fotografía onírica, Juan Ibáñez Abad, sus hijas Saleta y Asunción, y su yerno Juan Giménez, conocieron a un señor alto y bohemio que se llamaba Blas Candela. Llegaba de madrugada al estudio y hacía verdaderas virguerías con los negativos. Juan, Saleta y Asun eran buenos retocadores, pero Blas era un manitas, la técnica del collage, tan denostada por los puritanos, coser y cantar para él. –Lo mismo te hacía un traje que una foto –me cuenta su nieto. No sabemos si en la época de esta foto, Blas ya andaba por Niño 52, pero trabajos como éste serían muy de su gusto. Lo que no imaginaba ninguno de ellos es que los hijos de Blas serían retocadores en los gabinetes Ibáñez de Montera y Atocha, y mucho menos que un nieto, también llamado Blas Candela fuera retocador del fotógrafo de las estrellas en Gran Vía 70. Dos sagas paralelas se funden a lo largo de tres generaciones, fotógrafos y retocadores, Ibáñez y Candela, imaginación y belleza.

Asunción y Juan el día de su boda. Autor: Juan Ibáñez Abad. Yecla, 1914. Membrete: J. Ibáñez. Niño, 52. Yecla. (Colección Juan Giménez Ibáñez).

Fotografiar los sueños y que éstos se hagan realidad, como un filtro dorado que nos salve, yo estaría todo el día disparando!


Dedicado a Juan y Amparo Giménez Ibáñez, a Blas Candela e Isabel Martínez, y a todas las mujeres que dejaron de esperar.


viernes, 4 de enero de 2013

GRÉTEL


[Rafaela y la bruja. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1905. Formato postal, fondo perdido. Archivo Miguel Tomás.]

Este divertido montaje en el que Rafaela Tomás Ibáñez se desdobla en niña y anciana bien podría entenderse como una metáfora del transcurso de una vida, la pequeña observa su futuro de anciana miope y mellada. Pero conocemos la historia de esta foto: el libro que causa la risotada de la falsa vieja es una selección de cuentos de los hermanos Grimm. Ya saben, los chavales se habían puesto tibios de chocolate y la bruja se relamía pensando en sus tiernos mofletes. No imaginaba ella la fuerza de esta niña! Volcó Grétel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron por el suelo...

Para Leticia, Álvaro y Grétel, en este 4 de enero al que habéis cambiado el color.