[Retrato de Federico Motos Fernández (1865-1931). Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Chinchilla, hacia 1890. Carte-de-visite: 10,1 x 6,1 cm. Biblioteca Virtual de la Real Academia Nacional de Farmacia. Número de control: RANFE20110006280. La fotografía está pegada al revés sobre el cartón, velando parcialmente el membrete: Alejandro Ibáñez, fotógrafo y pintor. Dorso: Gabinete fotográfico A. Ybáñez. Hellín. Casa fabricante de las tarjetas: Lohr y Morejón, Madrid. Esta casa de productos fotográficos ayuda a la datación, aunque Manuel Carrero la ubica en 1890 (Historia de la industria fotográfica, CCG ediciones, 2001, p. 46), hemos encontrado referencias en los Anuarios Comerciales desde 1885, por lo que fechar el retrato a partir de entonces sería posible. Sobrescrito con tinta azul: D. Federico Motos = Chinchilla.]
Manuel Sagredo nos envía el enlace de
esta curiosa fotografía: Federico Motos veinteañero. Las
anotaciones manuscritas al dorso son raras, así que aprovechamos
para tirar del hilo. ¿Qué hacían Federico y
Alejandro en Chinchilla, si el primero era de Vélez Blanco y el
segundo de Hellín?
Federico Motos, farmacéutico y pionero
de la arqueología española, natural de Vélez Blanco (Almería),
termina los estudios de doctorado de Farmacia en 1886 en la
Universidad Central de Madrid, según consta en su expediente
académico (UNIVERSIDADES, 1115, Exp. 64) conservado en el Archivo
Histórico Nacional. En 1890, con 24 años, se casa con Caridad
Torrecillas, e instala su residencia y su propia farmacia en Vélez
Blanco. En este pueblo almeriense vivirá desde entonces, aunque las
expediciones arqueológicas y las temporadas lejos su casa serán
habituales. Al parecer, desde 1886 y hasta su boda en 1890,
distribuye el tiempo entre Madrid, Granada y Vélez Blanco (Martínez,
Cándida y Muñoz, Francisco, Federico Motos. Historia y
arqueología del sureste peninsular en los inicios del siglo XX,
Universidad de Granada, p. 38), pero el dorso de la foto sugiere algo
más. En el libro citado (p. 25) encontramos la pista: Demetrio
Motos, padre de Federico, fue juez de Primera Instancia en varias
poblaciones, entre ellas Chinchilla.
Para acotar las fechas buscamos el
nombramiento chinchillano de Demetrio:
MINISTERIO DE GRACIA Y JUSTICIA
Resoluciones adoptadas respecto al
personal de Jueces de Primera Instancia en las fechas que se
expresan.
26 Febrero de 1887. Nombrado en el
turno 3º de dichas disposiciones para el de Chinchilla, de entrada,
vacante por defunción de D. Federico Castelló, a Don Demetrio Motos
y García, abogado de los Tribunales que reúne las condiciones
exigidas para su ingreso en la carrera.
Méritos y servicios de D. Demetrio
Motos y García.
Se le expidió el título de Licenciado
en Derecho civil y canónico en 31 de julio de 1862, habiendo
ejercido la profesión en Vélez Blanco durante más de nueve años
pagando cuota de contribución.
Ha sido Juez municipal de Vélez
Blanco, y desempeñó el cargo de Oficial segundo de la Comisión de
examen de cuentas de la provincia de Almería. (Gaceta de Madrid, 84, de
25/03/1887, p. 954).
Y también su traslado:
El Juez de Totana, Sr. López Cardona
ha sido trasladado a Fonsagrada (Lugo), nombrando para ocupar su
vacante a D. Demetrio Motos y García, que desempeñaba el Juzgado de
Chinchilla. (Las Provincias de Levante,
22/04/1893, p. 3).
Por tanto el juez Demetrio, padre de
Federico Motos, vivió en Chinchilla (Albacete) desde el 26/02/1887
hasta el 22/04/1893. Su hijo, no sólo lo visitaría en estas fechas,
sino que pasaría temporadas con él, y en una de éstas Alejandro le
haría su retrato de juventud al revés, carente aún de la barba que
lucirá Federico en las imágenes que hasta hoy se habían publicado.
Sí, en cualquiera de estas fechas pudieron coincidir, por eso la
datación en 1890 de la Biblioteca de la RANFE es bastante certera.
Pero elijan ustedes, mirando la posible edad del retratado en sus
ojos y facciones, qué edad podría tener dentro de un período que
va desde los 22 a los 28 años, y así darán con su fecha exacta.
Alejandro Ibáñez, con treinta y tantos, todavía tenía ganas y
fuerzas para estas expediciones fotográficas que lo hacían viajar
por toda la provincia.
En aquel entonces Federico Motos ya se
interesaba por la arqueología, así que le preguntó a Alejandro qué
había por la zona de Hellín. El fotógrafo le habló de un cerro
donde brotaban santos antiguos y cabezas de mármol en un paraje
que llamaban Minateda, y le explicó que muy cerca también había un
refugio en una ladera con paredes sorprendentes. Si se friccionaban
con un poco de agua, emergían figuras que no parecían de este
mundo. Él iba allí de excursión con sus hijos y los asustaba sacando al
hombre fósil de la piedra mientras susurraba conjuros en
latín. Había hecho fotos donde se podían apreciar, pero las tenía
en su estudio de la calle Osarios.
Durante años guardó el farmacéutico
la información de Alejandro, hasta que...
Me apresuro a comunicarle de un encuentro maravilloso, pues se trata de una cueva pintada en donde hay más de 300 figuras, todo en una superficie de más o menos ocho metros. Es una piedra muy dura y consisten las figuras en ciervos, caballos, cabras y figuras de hombres con flechas, plumas, lanzas, etcétera, habiendo también bastantes figuras de hombres y mujeres y todas ellas en perfecto estado de conservación, no existiendo ni incrustaciones, ni estalactitas. Creo sea la mejor hasta ahora conocida en España, aún incluyendo las de Altamira.
(Ver p. 33 y ss).
Y el hallazgo no tardó en ser
procesado por el ámbito académico:
Sin remontarnos a las noticias que
podemos considerar históricas, y sólo por aportar algunos hitos
señalados, la historia de la investigación comienza con los
trabajos del equipo de Henri Breuil, quien encarga diversos trabajos
a Federico Motos para el estudio de las pinturas rupestres en el
sureste. De esta amplia zona se estudia Hellín y se lleva a cabo el
descubrimiento del conjunto de Minateda en 1914 (Breuil, 1920) por
parte de Pedro Flores, un prospector a sueldo de Federico Motos
(Ripoll perelló, 1988). Este hecho motiva la realización de
una campaña en 1915 con el estudio de las pinturas, la excavación
de la necrópolis ibérica del bancal del Estanco Viejo (su revisión
en López Precioso y Sala Sellés, 1988) y el primer estudio riguroso
que se publica en 1946 (Breuil y Lantier). (En López Precioso, Francisco Javier, “La investigación arqueológica en el Campo de Hellín. Valoración
de un modelo de estudio”, en Arqueología de Castilla La Mancha,
Universidad de Castilla La Mancha, 2007).
[Minateda, 1927/1928. A la izquierda,
la ciencia, el arqueólogo Hugo Obermaier, con traje oscuro y
paraguas. En el centro, el poder, con mano napoleónica, el alcalde
de Hellín Juan Martínez Parras, y a su lado el duque de Alba,
apoyado en su bastón. A la derecha, el dinero y las tierras, el clan
de los Campaña, dueños de la Nava. Esta imagen apareció en el
libro sobre el Colegio Martínez Parras, de Pedro Jesús Blázquez,
p. 20, aunque en el pie de foto se omitía la presencia del noble. En
cuanto a la fecha, se indica en dicha publicación 1927, pero a la
luz de las siguientes referencias, parece más bien que esta foto
pudo tomarse en 1928, posiblemente en primavera.]
Precisamente científicos y académicos
se pusieron manos a la obra cuando se dispararon las alarmas a causa
de los daños sufridos en la cueva. Quienes pusieron el grito en el
cielo fueron Joaquín Sánchez Jiménez y Pedro Novo Colson en la
sesión de 17 de febrero de 1928 de la Real Academia de la Historia.
Al margen de la papeleta de protesta, el secretario escribió: Darles
gracias y esperamos noticias para proceder en conveniencia. En
la sesión de 02/03/1928, Joaquín Sánchez Jiménez insiste
con otra carta en varios de los daños sufridos y sus causas, en
la Cueva mayor de las de Minateda, que es lo que hasta ahora ha
podido examinar. Ante el cariz que estaba tomando la cosa, se
decide derivar el asunto a Hugo Obermaier. El celo de Joaquín
Sánchez Jiménez le valdrá la confianza de la Comisión Provincial
de Monumentos y de la RAH para informar sobre nuevos descubrimientos
en el Tolmo de Minateda a partir de 1930, pero sobre todo le valdrá
al alcalde de Hellín, Juan Martínez Parras, un buen tirón de
orejas por tener tan descuidadas las pinturas rupestres del abrigo de
Minateda. Obermaier, que se las sabía todas, y conocía los
contactos de Martínez Parras en Madrid, implicó al mismísimo duque
de Alba, presidente de la RAH, en la defensa del abrigo, y en Hellín
se plantaron ambos a cantar las cuarenta a más de uno. (Obsérvese
el gesto de los retratados, para entender la situación).
Evidentemente, la historia llegó a la prensa, así ocurría el
12/11/1928 en La Voz,
de Madrid, (página 9):
Y un par de años después:
De esto se ocupó a tiempo la Comisión
provincial de Monumentos, pero no fueron bastantes los esfuerzos que
realiza para impedir la destrucción de esta importante riqueza
arqueológica que va perdiéndose a medida que aparece, y que. sin
embargo, constituye una interesante estación, muy visitada por las
Comisiones científicas de todos los países.
Ya en 6 de febrero de 1928 se hicieron
gestiones cerca de la Real Academia de la Historia para que ésta se
incautara del valioso vestigio antes de que fuese destruido
absurdamente, gestión que dio lugar a una visita hecha por el duque
de Alba y el profesor Obermaier, y a un principio de encauzamiento de
cosas para su conservación.
Con laudable intención se interpuso el
Ayuntamiento, asumiendo el cuidado del abrigo, y en tal sentido
actuó, comprando los terrenos en que se encuentra enclavado. Pero
esto no es bastante. Apelamos al propio testimonio del duque de Alba,
que de propia ciencia conoce la valía y significación de estas
pinturas, para las que invocamos la conveniencia de que pasen a la
jurisdicción del Estado, a los fines de su custodia adecuada, como
monumento de investigación científica y curiosidad y enseñanza del
turismo. (Manuel Oñate Soler, en El
imparcial, 06/04/1930, p. 6).
Y es que la actual obsesión por vallar el campo
y por ocultar la cultura a nuestra mirada tampoco tiene sentido. Los
gestores de hoy se dedican a crear espacios muertos, “protegidos”
dicen ellos; invirtiendo en la fachada, pero esta fachada se agrieta
si no hay personal cualificado que la mantenga ni visitantes que le
den pulso. Poco antes de la Guerra Civil, Carmen Tomás Espinosa,
biznieta del fotógrafo Alejandro Ibáñez, una niña de apenas seis
años, trepaba por la ladera con un trapo y un bote lleno de agua.
Siempre restregaba la figura que más le gustaba: una madre que
llevaba de la mano a un niño. Sin saber nada sobre la oxidación de
los pigmentos naturales, ni de los deterioros advertidos por los
departamentos universitarios de química, Carmen frotaba la roca y
presentía. No comprendía el magnetismo que enganchaba su mirada a
la de otra niña que vivió hace miles de años y se observó allí
pintada, agarrando fuerte la mano de su querida madre, protegidas
para siempre en aquel escondite, sin rastro del guarda, en secreto.
Dedicado a Manuel Sagredo, al simpático
personal de la Biblioteca de la Diputación Provincial de Almería, y
a todos los bibliotecarios y archiveros que realizan su callada e
imprescindible labor para conservar nuestra memoria.