Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Tienes cara de pavo escuchando la pandereta


Pavo navideño. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1889. Membrete: A. Ybáñez Abad. Hellín. De izquierda a derecha: Chus (hija mayor del fotógrafo y de Laure, tiene unos trece años); un niño o una niña de tres o cuatro años aproximadamente que podría ser Estrella (hermana de Chus); el pavo; una criada o vecina; y Laure, de rodillas, con un plato y un cuchillo (es la madre de Chus y la esposa del fotógrafo) Positivo sobre cartón. Imagen: 11,2 x 18,8 cm. Cartón: 12,8 x 21,8 cm. Formato Boudoir. (Archivo Miguel Tomás).

Con un suave y decidido gesto Laure inclinará la cabeza del pavo, acercando el pico al buche. Practicará un rápido corte (técnica iai-jutsu, “desenfundar y cortar”), una incisión en el cogote del animal. Como el pavo está pico abajo se desangrará inevitablemente. Agitará patas y alas en vano. Toda su sangre pasa al lebrillo, gotea. La mezclarán con piñones y pan rayado para hacer el relleno. Lo decapitarán y desplumaran entre las cuatro mujeres. Y antes de entrar en el horno, la sangre que perdió volverá a su cuerpo en forma de albóndiga denigrante.

Las dos chicas que sujetan las patas posan con la dignidad que requiere el momento, la niña pequeña, en cambio, parece algo asustada (ha presenciado cómo se debatía el bicho regando el suelo de plumas y ella sólo se sabía eso de la pavica, la pavá, pone huevos a maná..). Laure nos clava su mirada samurái y sonríe porque alguien detrás de su marido toca la pandereta. Pero es la mirada aviar la que atrae nuestra atención. Hace ciento veinte años ese ojo veía a Alejandro manipulando un artilugio de madera y esa estampa incomprensible fue precisamente lo último que ese ojo vio. ¿Fue de verdad su última visión? ¿Observa resignado o altanero? ¿Hay pánico a perderlo todo en ese ojo desorbitado? ¿Resignación, altanería o puro miedo a la caricia del filo? ¿Es ojo porque nos ve o porque lo vemos? Contestaría Antonio Machado ¡Échale guindas al pavo!, si supiera que esa pupila se ha transformado en un puñado de pixeles. Y cuántos humanos quisieran conseguir un posado tan perfecto, una mirada tan viva y abarcadora.

El próximo 25 de diciembre comeremos una vez más pavo relleno y tal vez alguien cuente a quién se regaló esta fotografía y con qué intención, o tal vez alguien descubra entre las trufas y el paté al mismísimo Sauron.

Dedicado a los comensales del pavo navideño.


sábado, 11 de diciembre de 2010

Correspondencias


Retrato de las hermanas Lencina. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1904. (Colección Izquierdo Laborda). Se trata de una copia que apareció en El ojo del tiempo. Fotografía antigua de Hellín. (Los legados de la tierra), p. 32. Cortesía del Archivo Municipal de Hellín.


Retrato de las hermanas Tomás Ibáñez. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1901. Tarjeta postal. (Colección Carmen Tomás).

Se olvidarán de nosotras, olvidarán nuestros rostros, nuestras voces y cuántas éramos, piensan melancólicas las seis niñas mientras posan para Alejandro. Pero se equivocaban.

Las tres primeras, las hermanas Lencina Morales, son de izquierda a derecha Nicolasa, Candelaria y Soledad. Tuvieron un hermano que no sale en la foto porque era demasiado pequeño o porque no había nacido aún: Rafael Lencina, padre de Rafael Lencina Ruiz.

Las tres siguientes, las hermanas Tomás Ibáñez, son de izquierda a derecha María, Lola y Rafaela. Tuvieron un hermano que no sale en la foto porque era demasiado pequeño o porque no había nacido aún: Alejandro Tomás, padre de Alejandro Tomás Espinosa.

¡Busque las siete diferencias!, parece gritarnos el fotógrafo. Vale, pues vamos allá. Las Lencina están a la altura de la ocasión: recién peinadas, vestidos nuevos, calzas de encaje, zapatos relucientes, flores, lazos y escarapelas. Las Tomás, nietas del fotógrafo, venían de jugar en la calle: flequillos desiguales, lamparones en el vestido, bolsillos abultados, medias de batalla, zapatos cubiertos de polvo, y no hay adornos ni cofias. La pequeña Rafaela se emperró en que no se hacía ninguna foto si no salía también la muñeca. El abuelo barbudo transigió y gracias a ello tenemos su primer retrato como matrona.

De las Tomás, María es las más alta, la que apoya el codo sobre la maceta. Había nacido en 1894, así que en la foto tendría unos siete años. Cuando cumpla los diecisiete se casará con José María Silvestre Paredes. Y Lola, la que está en medio, nació en 1897, y contaría en ese momento con cinco años de edad. Esta niña tan nostálgica y con tanto moflete será la madre de Maruja Tomás, la célebre Tía Anica.

La composición, las posturas, los gestos ensimismados, el piso, el velador, la maceta, la planta, el oscuro fondo..., idénticos. Tan idénticos que los detectives creen que ambas imágenes se tomaron el mismo día, y que tal vez la datación de la primera deba adelantarse también hasta 1901. Recordemos que Rafaela, la más pequeña, había nacido en 1899, y en la imagen no aparenta más de tres años, por lo que estaríamos cerca de ese 1901 o como mucho 1902. Esto fue lo que pasó: las hermanas Lencina fueron al estudio a hacerse un retrato para que perdurara en el ojo del tiempo, y Alejandro quedó tan satisfecho de su trabajo que llamó a sus nietas para crear esta curiosa correlación visual entre las Lencina y las Tomás.

En 1901 Chéjov estrenó su obra teatral Las tres hermanas. Irina, Masha y Olga viven amargadas en una ciudad provinciana. Sueñan con la vida de Moscú, sueñan con palacios, conciertos, cafés, tertulias, moda francesa..., en balde, todo sueños rotos. Las hermanas Prozorov tienen un hermano pequeño que no sale en la foto, Andrei, pero su mujer, Natasha, una auténtica paleta, acabará adueñándose de la casa familiar que ellas se verán obligadas a abandonar.

OLGA (abraza a las dos hermanas): La música que toca es tan alegre, tan animosa, ¡se sienten deseos de vivir! ¡Oh, Dios mío! Pasará el tiempo y nos iremos para siempre. Se olvidarán de nosotras, olvidarán nuestros rostros, nuestras voces y cuántas éramos; pero nuestras penas se transformaran en alegrías para los que vivan después que nosotras, la felicidad y la paz reinarán en la tierra; los hombres encontrarán una palabra amistosa para los que vivimos ahora y nos bendecirán. Oh, mis queridas hermanas, nuestra vida aún no ha terminado. ¡Viviremos! ¡Esa música es tan alegre, tan gozosa! Un poco más, y sabremos para qué vivimos, para qué sufrimos... ¡Si pudiéramos saberlo, si pudiéramos saberlo!


Gracias a Carmen Tomás Espinosa y a Rafael Lencina Ruiz.

La traducción de Chéjov está tomada de la edición de elaleph.com

Dedicado a Abu.


lunes, 29 de noviembre de 2010

Los dorsos 1


Dorso de una fotografía de Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1890. (Archivo Miguel Tomás).

AY, boa constrictor abrazando a la vaca que muge. ¡Ay! Alejandro atravesado por su apellido. ¡Ay! Cámara, guitarra y azúcar: Ybáñez. Ay como una corona sobre un edificio dorado de bandas, orlas, curvas y motivos vegetales, el art nouveau de los modernistas. Y de Darío, Y de Klimt, Y de Gaudí.

Gabinete fotográfico A. Ybáñez Abad. Hellín. Y de Hellín. La i griega con sus brazos poderosos, con su jardín de senderos que se bifurcan. En el sótano una tipografía minúscula: Lohr y Morejón. Madrid, la empresa proveedora del material fotográfico.

Nuestro corresponsal en Madrid nos dice ha tenido ocasión de visitar la Casa y Almacén de los Sres. Lohr y Morejon, Espoz y Mina, 3, dedicada exclusivamente a la venta de toda clase de aparatos y artículos necesarios para la Fotografía. En dicha casa encuentran los señores fotógrafos y aficionados al arte, un completo surtido de cámaras para galería y viaje de los últimos modelos y construcción sólida a la vez que elegante y ligera a todos precios y objetivos de los mejores autores, para retratos, vistas, reproducciones interiores, etc., etc., todos ensayados y garantizados por dichos señores, que tienen perfectamente montada una fábrica de placas secas al Gelatino bromuro de plata, y otras tarjetas para retratos y vistas, de las que nos ocuparemos en otra ocasión. Se remiten gratis catálogos ilustrados. (El Fomento: revista de intereses sociales, Salamanca, 14 de julio de 1886, año VI, 687, p. 2).


Dorsos de Alejandro Ibáñez Abad. (Archivo Miguel Tomás).

Ambos aluden a su faceta como pintor al óleo. El de la izquierda no indica la habitual localidad hellinera, tal vez corresponda a su paréntesis de Valdepeñas (1882-1888); y el de la derecha señala al pie otra empresa proveedora: A. Sáenz Corona, de Madrid.

La Casa Sáenz Corona fue la encargada de otorgar el premio para las mejores fotografías de la sección de arquitectura en el concurso organizado en 1901 por la Sociedad Fotográfica de Madrid. En concreto Sáenz Corona entregaría al ganador un veráscopo Richard y 100 pesetas en cartulinas para fotografías, elegidas por la persona premiada. (La fotografía: revista mensual ilustrada, Madrid, 1 de enero de 1902, año I, 4, p. 125).

Dorso, reverso, envés, vuelto, cruz, espalda, como se quiera, aquello que se esconde y que suele proporcionar mucha más información de la que nos imaginamos. No estaría mal que alguien se atreviera a hacer un buen catálogo de estas espaldas tatuadas, porque cada marca en la piel, cada dentellada nos habla de ese terrible combate de los fotógrafos contra la serpiente.


lunes, 22 de noviembre de 2010

Ficción o documento


Joven soñadora de tus ojos. Autor: Juan Antonio Ibáñez Martínez. Hellín, hacia 1865. Tarjeta de visita o carte-de-visite: 5,6 x 9 cm. Plano americano o tres cuartos. (Archivo Freix).

El detective Freix envía desde Valencia este retrato provocando la anagnórisis que más adelante comentaremos. Primero queremos preguntarnos por esta joven, tal vez quinceañera, cuya identidad desconocemos. ¿Cómo transmite esa expresión de sosiego y dulzura? ¿Por qué secuestra nuestra atención esa naricilla chata? Si nos fijamos en algunos detalles, este posado decimonónico se convierte en un juego de correspondencias y contrastes. El camafeo prendido a la gargantilla de raso negro marca el centro orbital. Y esos ojos que brillan desde hace siglo y medio no están solos; los botones, el broche, el camafeo, la doble lentejuela del pendiente también observan. Y las finas cejas, la raya en un peinado de emperatriz suicida, los labios..., enmarcan. El cuello blanco del vestido y la oscura gargantilla repiten en versión textil el contraste de piel y cabello. La mirada ligeramente desviada del eje de la cámara fija un punto de atención eterno, un amor, un sueño que perdura.


Joven soñadora de tus ojos, detalle.

Y ahora la anagnórisis: cuando el señor Freix nos hizo llegar esta Joven soñadora de tus ojos constatamos que se trataba de un retrato que ya figuraba en nuestro archivo personal, ¡y por partida doble! Hay una copia exacta a la del señor Freix y otra más con formato de óvalo que muestra sólo el busto de la joven. Los tres positivos se reencuentran en un blog del siglo XXI tras haberse separado en una caja de madera del siglo XIX. ¿Quién eres? ¿Por qué acudes así? ¿Cuántas sois?

Si Juan Antonio disponía de una cámara de ocho objetivos como la que inventó Disdéri a mediados de los 50, la joven soñadora habría salido de una de esas placas de “ocho en uno”. Sería divertido un proyecto de búsqueda y reunión de las restantes piezas del puzzle. Me acuerdo de Verónica Aranda recuperando las postales que envió desde fuertes y fronteras para crear su postal de olvido. Me acuerdo del detective Fontcuberta catalogando todas las imágenes de Laika para acabar demostrando que la pobre perra ni siquiera existió.

Freix tampoco sabe quién es la retratada, pero nos envía otra fotografía en la que aparece su bisabuela hellinera. Un tesoro para él, pues es la única que posee de ella. Se llamaba Rosario y había nacido en 1862. Se casó con un madrileño de Fuenlabrada con el que recaló en Valencia hacia 1893, tras un largo periplo de ferias. Nos cuenta Freix que desconoce qué vendían, que los hijos le salieron zapateros, que tal vez pasaron una temporada en Bilbao y que al final de su vida Rosario decidió regresar a Hellín, a su pueblo. En la imagen Rosario cuenta con 65 años de edad y unas cuantas canas, pero aún conserva en la mirada el resplandor de quien ama y las ganas de reír delatadas por esa ceja saltarina.


Rosario Tomás Hernández con sus nietos. Autor: Vicente Crespo. Membrete en relieve: Vicente Crespo. Plaza de la Cruz, 23. Valencia. Hacia 1927. (Archivo Freix).

Libro de bautismos (1862-63) de la Asunción de Hellín, fols. 99 y 99 vto.:

  • María del Rosario Carlota
  • Hija de: Antonio Tomás, carpintero, y de Josefa Hernández.
  • Nace: 04/11/1862, bautizo al día siguiente.
  • Abuelos paternos: Rafael Tomás y Josefa García.
  • Abuelos maternos: Pascual Hernández y Mª Rosario Azorín.
  • (Todos de Hellín).
  • Madrina: Antonia Hernández, soltera, su tía.


Abuela y nieta. Autor: Juan Antonio Ibáñez Martínez. Hellín, hacia 1865. Tarjeta de visita o carte-de-visite: 5,6 x 9 cm. (Colección Miguel Santos).

Y volvemos a Juan Antonio para cerrar el círculo y establecer un nuevo orden. Porque esa niña anónima en el regazo de la anciana, se llamará Rosario. Cuadran las fechas, el peinado, la nariz y las cejas saltarinas sesenta años antes. Freix dispondrá de un nuevo documento, un nuevo regazo para la memoria: su pequeña bisabuela y la abuela de su bisabuela, seguramente esa Rosario Azorín de la partida de bautismo, pues no en vano fue quien le dio el nombre. Y nosotros cambiaremos el título por el de “Dos Rosarios” por ejemplo, y contaremos que en las paradas Rosario siempre echaba de menos el callejón del beso, el escondite en las ruinas del Coliseo, el olor de la campiña..., y por eso volvió anciana a Hellín, sabiendo que a veces debemos pagar un precio por conservar el fuego en la mirada.

Ver el mundo a través de otras imágenes significa anteponer a nuestros ojos el filtro de la memoria y de algún modo priorizar el archivo –y no la realidad a la que alude– como espacio de experiencia. En este sentido, las imágenes se ponen al servicio de una reflexión sobre la memoria. Pero simultáneamente, la sustitución de la realidad por imágenes que van a constituir el nuevo material de trabajo nos colocan en la angustia metafísica de una realidad que se desvanece y que no nos deja más que sus representaciones. (Joan Fontcuberta, “Ficciones documentales”, en La cámara de Pandora, p. 104).

Rosario se dispone a abandonar Hellín. Acaba de casarse. Sube a la tartana. Su mejor amiga, la joven soñadora de tus ojos, se despide sollozando eso de that's the price of love, can you feel it?

Gracias a Andrés Martínez Montagud y a las genialidades de Joan Fontcuberta.

Dedicado a Estíbaliz Espinosa, domadora de criaturas.


viernes, 5 de noviembre de 2010

Vicente Ibáñez: el fotógrafo de las estrellas


Retrato de Vicente Ibáñez con lámpara. Autor: Juan Ibáñez Villasclaras, su hermano mayor. Madrid, hacia 1954. El joven y apuesto fotógrafo sonríe y mira fuera de campo, a su izquierda. Es feliz, acaba de inaugurar su gabinete en la Gran Vía. Viste un elegante traje claro, su forma de sentarse implica cierta dosis de confianza y hasta de chulería castiza. El juego de luces y sombras destaca las suaves facciones de su rostro y arranca unos reflejos del cabello que ya quisiera el Photoshop. Vamos, todo un galán veinteañero que mandó esta foto a Carmen, su prima segunda, una guapa yeclana con la que mantuvo un romance de juventud. (Colección Teresa Ibáñez Losada. Vicente Ibáñez Cabello posee el negativo en placa de vidrio de 10 x 15 cm).

El pasado 31 de octubre de 2010 murió Vicente Ibáñez, el fotógrafo de la Gran Vía, el fotógrafo de las estrellas. –¡Un abrigo de piel de camello! –gritaba César Lucas. –¿Vosotros sabéis lo que era eso en la España de los años 50?

César Lucas pasaba todos los días junto a esos escaparates de la Gran Vía donde se exponían los retratos de las grandes estrellas del cine y de la canción. Tenía que detenerse para admirar, había algo más, no sólo simples retratos. Aquel centro de hipnosis era el estudio del fotógrafo Vicente Ibáñez. Pocos años después, César empieza a trabajar para el diario Pueblo y uno de sus primeros reportajes consiste en cubrir la noticia de la llegada de Romy Schneider al aeropuerto de Barajas. Sissi hacía promoción de su última película. Un jaleo tremendo sacudía la pista de aterrizaje. En el tumulto de periodistas que aguardaban a pie de escalerilla a que se abriera la portezuela del avión, había uno que vestía un carísimo abrigo de pelo de camello, zapatos relucientes, y llevaba una Rollei último modelo, la envidia del histérico grupo de colegas que lo miraban de soslayo. César Lucas se preguntaba quién sería el figurín, cuando aparece Sissi. Revuelo. Codazos. Disparos. Gritos. Romy sonríe y posa con un enorme ramo de rosas. Al bajar la escalera, abre los ojos como platos, los brazos, y ante la mirada atónita de todos, grita ¡¡Viseeeente!! fundiéndose con esa mata coat de pelo de camello.

En ese momento reconoció César Lucas a Vicente Ibáñez, aquel fotógrafo que le había impresionado tanto desde niño, y justo en ese momento decidió que algún día sería un gran fotógrafo como él, que algún día los mitos también le abrirían sus brazos y sus mundos.

La labor fotográfica de Vicente Ibáñez (1930-2010) ocupa casi toda una vida, desde 1951 hasta 1996, año en que clausura su estudio. Vicente representa la guinda de un pastel de varios pisos. Su padre era fotógrafo, también su abuelo y su bisabuelo, sus hermanos, sobrinos e hijo, sus tíos, primos, tíos-abuelos y tías-abuelas. Es cierto que Vicente es el más conocido e internacional de todos ellos, pero él ya pertenecía a la cuarta generación de la mayor saga de fotógrafos profesionales del mundo: los Ibáñez. En su sangre se concentró la sabiduría acumulada durante un siglo por sus ancestros.

Su padre, Vicente Ibáñez Navarro, salió de Yecla y recorrió media España hasta instalarse en la calle Montera de Madrid. Les decía a sus hijos: –Si queréis ser buenos retratistas, nunca saquéis los pies de la gente, que afean.

El estudio de Montera, 21, lo heredó su hijo mayor, Juan Ibáñez Villasclaras, mientras que los otros dos hijos abrieron estudio propio en la glorieta de Carlos V, junto a Atocha (Francisco Ibáñez Gámez) y en la Gran Vía (nuestro Vicente Ibáñez Gámez). La familia llegó a contar con un cuarto gabinete en la capital, en la zona de Puente de Vallecas. Actualmente los cuatro estudios permanecen clausurados o desaparecidos y sólo persiste un descendiente vinculado profesionalmente a la fotografía: Vicente Ibáñez Cabello, hijo de Juan Ibáñez Villasclaras. No obstante, Vicente Ibáñez de Juan, hijo de Vicente Ibáñez Gámez, llegó a trabajar seis años en el estudio de Gran Vía, para finalmente dar otro rumbo a su vida.

–¿Quién es la mujer más guapa que has retratado? –le pregunta su prima Teresa.

–Ava Gardner –contesta mientras prepara los focos y coloca a la niña.

–Vicente, que mi hija no es Carmen Sevilla –le suelta con picardía.

–Claro, tu hija es más guapa y más joven.


Retrato de Primera Comunión de Carmen Conejero Ibáñez. Autor: Vicente Ibáñez Gámez. Madrid, 1971. (Colección Teresa Ibáñez Losada).

Carmen es muy guapa, efectivamente, y Vicente ha transformado a una niña de ocho años en una modelo de Vermeer o en una actriz del cine expresionista sueco. El claroscuro, la falsa celosía, la mirada, las manos en la cabeza, la cálida tonalidad..., un fotógrafo que alterna con famosos, pero que trata y retrata a la gente de la calle como si ellos fueran las verdaderas estrellas, quizá ése fue uno de los secretos de cocina para obtener sus éxitos. ¿O habían visto alguna vez un retrato de Primera Comunión como éste?

A mediados de los años 60 ya es un fotógrafo muy conocido. Su fama no se ha hecho a base de “originalidades” y espectacularidad. Su fama, bien merecida, está respaldada, por muchos años de trabajo serio, realizado con verdadera conciencia profesional y por un refinado sentimiento estético. Resultado se esta manera de hacer es una enorme galería de personajes famosos que pueblan su estudio, donde junto a las primerísimas figuras de nuestra escena, de nuestra música, de nuestro mundo social, aparecen príncipes y reyes. (En “Vicente Ibáñez o el arte fotográfico al servicio de la moda”, Nueva Alcarria, 27/01/1967).

Como ejemplo, un par de exposiciones. En 1974 el Corte Inglés muestra una desconcertante propuesta taurina. Las fotografías de Vicente Ibáñez se apartan de la vulgaridad y de la rutina; con fórmulas de dispersión lumínica logra el artista imágenes dinámicas, vibrantes, con disgregaciones y vaporosidades que elevan la anécdota a un plano ideal, al par que crean una amplía gama de sugerentes efectos luminosos, cromáticos y formales. (Manuel Olmedo, “ En torno a la tauromaquia”, ABC, Edición de Andalucía, 03/05/1974, p. 54). Y en septiembre de 1991 la Comunidad de Madrid realiza un homenaje al artista que llevaba cuarenta años en la brecha con la exposición “Vicente Ibáñez. Vida de un fotógrafo”.

En la acogedora biblioteca del Centro Andaluz de la Fotografía, cuya sede se encuentra en Almería, los detectives salvajes se entrevistan con Carlos Pérez Siquier, Premio Nacional de Fotografía y coetáneo de Vicente Ibáñez. Mientras éste hacía su espectacular trabajo taurino, Carlos hacía cosas como ésta.


Ibiza, años 70. Autor: Carlos Pérez Siquier. (Colección del autor).

Carlos nos ha traído el anuario en el que aparece una selección de aquella serie taurina de 1974.



“Mis” toros. Autor: Vicente Ibáñez Gámez. Publicado en Everfoto, 3. Editorial Everest. Directores: José María Artero y Carlos Pérez Siquier, Grupo AFAL de Almería. 1974, pp. 188-192.

También nos muestra una joya, una carta de Vicente Ibáñez dirigida a Carlos, acompañada del texto autobiográfico que reproducimos a continuación. No tiene desperdicio.

Mi nombre es Vicente Ibáñez; mi padre fue fotógrafo y mi abuelo y mi bisabuelo. Un genio llamado Niepce logró imprimir sobre una placa sensibilizada la primera imagen “real”. El futuro de la Humanidad cambió, y mi vida también.

Mi bisabuelo era mágico artesano de instrumentos de cuerda, en un pueblo de nuestra España que se llama Yecla. Era un artista, y como tal, curioso y soñador. De Francia llegó la buena nueva de que alguien había logrado retener la vida en unas extrañas superficies, donde las cosas, las gentes se reflejaban como eran, con una inquietante fidelidad. Años más tarde, esa fidelidad nos daría a los humanos de nuestra generación la oportunidad de cuento de hadas de casi poder palpar la superficie de la Luna inhóspita, lívida, fantasmal, auténtica, de nuestro satélite.

Mi bisabuelo, además de seguir construyendo sus violines, se interesó tan vivamente por la recién descubierta ciencia de la luz y la sombra que impresionó las primeras placas con su nombre al pie. ¡Gracias, Juan Antonio Ibáñez!

Yo soy fotógrafo de siempre, quiero decir que desde el momento en que con una vieja Leika, tomé mi primer retrato, tal vez mi primer paisaje, ya no me acuerdo, este invento del amigo Niepce no me ha dejado ni a sol ni a sombra, y bien que me alegro. Es una profesión hermosa la mía, ¡palabra!, no sabría hacer otra cosa, no quisiera hacer otra cosa. Es mi centro, mi vida, donde me siento realizado y en donde dejo, para mi gozo personal, lo mejor de mí.

Aquí están estas fotos de toros. La Fiesta Nacional. Nuestra Fiesta. Millones de cámaras apuntando, año tras año, en cientos de plazas, la gloria, el embrujo, la liturgia del espectáculo insólito. Yo pensé en la Fiesta de los Toros, ¡a pesar de todo!, fotográficamente, no estaba completa. Puede que me impulsara la audacia de mi bisabuelo, cuando puso sus manos de artesano de instrumentos musicales, sobre el misterio recién estrenado de la inmovilidad de la imagen; puede que fuera el recuerdo siempre vivo de mi padre, fotógrafo también, aficionado a los toros como pocos, quien me empujara una tarde cualquiera a intentar plasmar algo diferente de la Fiesta, armado de un par de cámaras, ganas, cerebro y mucho corazón, eso sí.

Aquí tiene el resultado. Ojalá sea de su agrado y digno de la publicación que las reproduce.

Fdo.: Vicente Ibáñez.

(Membrete): VICENTE IBÁÑEZ – FOTÓGRAFO – Avda. José Antonio, 70 – TEL. 247 05 35 – MADRID.

Esas palabras..., no sabría hacer otra cosa, no quisiera hacer otra cosa. Es mi centro, mi vida, donde me siento realizado y en donde dejo, para mi gozo personal, lo mejor de mí..., las suscribirían todos, su bisabuelo lutier y fotógrafo pionero, o su elegante y longevo abuelo Juan, o su tío-abuelo Alejandro, el de los viajes en globo, y hasta Gabriel, el Fotico repetiría como un eco no sabría hacer otra cosa, no quisiera hacer otra cosa.


Cámara utilizada por Vicente Ibáñez en su estudio de Gran Vía. Imagen tomada mediante dispositivo de teléfono móvil por Ana Santos Payán. Cortesía de José Luis Mur. Fotocasión.

El chico que sonríe en la primera foto de esta entrada viajó a Munich con Romy Schneider, bailó con Carmen Sevilla, bebió daiquiris con Ava, profanó tumbas con Hitchcock, se adueñó de las portadas de los diarios, viajó a Hollywood y trajo a aquella España gris y anodina unas gafas de piloto y un lote de camisas hawaianas. Era un hombre simpático y muy moderno, por eso lo querían con locura. Pero en su corazón había una película de 35mm que le impedía amar a los suyos con palabras, glamour to kill. Y empezó a convertirse en historia sin darse cuenta, y su obra pasó a los tesoros de los coleccionistas con más gusto, como José Luis Mur, Enrique del Pozo... La Biblioteca Nacional adquirió gran parte de sus fondos, hoy aún en proceso de catalogación. Y esa película de 35mm acabó por invadirle el cuerpo entero y al final Vicente ya confundía la luz y la emulsión, el positivo y el negativo, la vida y la memoria, el tiempo y los rostros.


Familia a través del espejo. Autor: Vicente Ibáñez Gámez. Madrid, c/ Montera, 21, a finales de los años 50. Al fondo y en el centro, Vicente Ibáñez Gámez disparando la fotografía. A la izquierda, casi escondida en la penumbra, medio cuerpo de Conchita, su mujer. A la derecha, cuatro miembros del personal que trabajaba en el estudio de Juan Ibáñez Villasclaras, c/ Montera. Y en el grupo central: de pie, justo detrás de los niños, el matrimonio Mª. Dolores Cabello y Juan Ibáñez Villasclaras, duplicados, espalda y reflejo; sentados en el diván, y de izquierda a derecha, Vicente José, Fátima, sentada en las rodillas de Margarita, Juan María (con traje de comunión) y Mª. Dolores. El positivo que reproducimos es una copia de control. También un documento histórico, Vicente no sólo se descubre trabajando, como ya hicieran sus antepasados, sino que destaca la importancia de su hermano Juan como guía y mentor en sus primeros pasos profesionales. Las familias, los empleados, los focos, los espejos, el diván, construyen una composición de corte clásico y hasta barroco, tal vez un homenaje a Las meninas. Yo me quedo con esa mano en el bolsillo de Conchita y esas sonrisas que flotan en el tiempo como aquélla del gato de Cheshire. (Colección Vicente Ibáñez Cabello).

Una de las últimas cenas en casa de Vicente Ibáñez con artistas famosos. Uno de los invitados es el director de la sección de fotografía de Interviú: César Lucas. Durante la sobremesa Vicente elogia la labor de César, pero entonces éste cuenta la historia de por qué quiso convertirse en fotógrafo: un niño clavado en el escaparate de Gran Vía, 70, admirando las fotos de Romy, de Gregory Peck; un joven clavado ante un abrigo de pelo de camello; yo he sido fotógrafo por ti..., cuando César termina de hablar, Vicente, el fotógrafo de las estrellas, tiene lágrimas en los ojos.


Gracias a Teresa Ibáñez Losada, Vicente Ibáñez Cabello, José Luis Mur, Beatriz Esteban, Manuel Sagredo, Carlos Pérez Siquier, Rosa Pérez Machado y especialmente a Ana Santos Payán.

Dedicado a Vicente Ibáñez de Juan, Nacho Ibáñez, Silvia Ibáñez, Mª. Carmen Ibáñez, y Vicente Ibáñez Cabello.


viernes, 22 de octubre de 2010

Las bellas dotes


Velocipedistas anónimos. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1895. La autoría se atribuye con las mismas condiciones que en la entrada anterior. (Colección Marisa González).

Estos dos ciclistas se escondían con Gaudelia o Aurelia en la misma caja centenaria, pero a ellos nadie los ha reconocido..., ¿habrá alguien en Hellín que los rescate de su carrera inútil? Una propuesta...., cuando la chica-sport Aurelia tenía 18 años, su padre, José Millán, andaría por los 46. ¿Podría ser ese caballero que luce gorra y bigote?

A consecuencia de la caída de la bicicleta que montaba, falleció días pasados el joven Juan Oliva Puche. Las bellas dotes de carácter que le adornaban, hicieron que se granjease el afecto de cuantos le trataban. Sirvan estas líneas de lenitivo al justo dolor que embarga a su desconsolada familia, a la vez que para rogar a nuestros lectores una oración por el alma del infortunado joven.

18/07/1914, El Social de Hellín, 51, p. 5.

viernes, 15 de octubre de 2010

Chica-Sport

La bici de Aurelia. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, 1895. No hay membrete ni firma alguna, así que para apostar por la autoría de Alejandro tendremos en cuenta ciertos criterios bastante convincentes: lugar, fecha, factura de la obra, y algunos detalles característicos como la baldosa de su estudio y sobre todo el tipo de troquel que conforma el paspartú o marco de cartón, muy usado por nuestro fotógrafo. Se han eliminado los foros y el fondo se ha perdido, hasta el punto de que si cortáramos la parte inferior, eliminando el suelo, daría la sensación de que Aurelia emerge de la niebla para coronar el Mont Ventoux. (Colección Marisa González).

Los detectives salvajes pudieron visitar la magnífica casa de Marisa donde apareció este retrato tan deportivo y moderno. Es el retrato de una joven hellinera llamada Aurelia Millán que dirige su bicicleta hacia las últimas etapas del siglo XIX. Y aunque en estas fechas la bici ya se producía en serie y su alcance se hacía más popular, aún voceaban sus críticas los moralistas e hipócritas cuando una mujer como Aurelia se atrevía a mostrar su fuerza y su destreza en el repecho. Se escupían palabras sobre el decoro y la higiene, sobre los tobillos y las piernas desnudas, pero en realidad era el prejuicio machista el que pervertía aquellos discursos.

Aurelia está tranquila y resuelta a disfrutar de su paseo. No hace caso a las críticas de las viejas beatas que murmuran al verla pasar de esa guisa: falda-pantalón con tobilleras abotonadas, antebrazos ajustados y corsé para evitar vuelos traicioneros e incómodos de los pliegues, el chándal femenino de entonces. Aurelia es una chica sport, pertenece al club ciclista de Hellín, es la época del gran Maurice Garin, ha leído que un danés ha acabado con la supremacía gala en la carrera de Burdeos a París, se lanza por la cuesta a tumba abierta y grita de placer, grita como si fuera a despegar hacia la Luna. Qué lejos quedan aquellos trastos que usaba su madre, esa especie de triciclos desvencijados para dar vueltas tediosas al parquecillo mientras los hombres vigilaban.

Aurelia Millán García nace en Hellín en 1877. (Unos meses antes había nacido Chus, la primera hija del fotógrafo que años después haría esta foto). Aurelia acaba de cumplir los dieciocho. Sus padres, José Millán y Práxedes García, regentan una funeraria que desgraciadamente ha enterrado a siete hijos propios. Aurelia tuvo nueve hermanos, sólo sobrevivieron a la infancia ella, Rafael y Juan. Pero lo más curioso es que Aurelia no se llamaba Aurelia. Su nombre oficial: Gaudelia Damiana Juana (Juana por su abuelo Juan que era tejedor). Y ella firmaba siempre Gaudelia y siempre repetía yo me llamo Gaudelia, pero se ve que en el pueblo aquello les sonaba como Aurelia, y todo el mundo se confundía..., por ejemplo:

–Cómo zurre tu cuchufleta.

–Gracias, hombre.

–Bonica a ver si te vas caer.

–¡No tenga usted cuidado!

–¿Y como te llamas tú, niña?

–Gaudeliaaaaaaaa...

–Adiós Aureliaaaaaa...

Y tanto se lo equivocaban que Aurelia se hartó de explicar que su nombre no era Aurelia sino Gaudelia, y así poco a poco Aurelia fue ganando terreno a Gaudelia, y Gaudelia pasó a un segundo plano, escondida tras Aurelia, y a veces a Gaudelia se revelaba, y le daba por pensar que le había salido una especie de doble más conocida que ella, y no dejaba de extrañarle que ella tuviera como dos vidas paralelas y sus hermanitos en cambio ninguna. Por eso los detectives aceleran ahora esa Humber o Sierra o Peugot o Whitworth..., para rescatar de la negra espalda del tiempo esos nombres olvidados: Soledad (1874), Rafael (1876), Gaudelia (1877), Ángela (1879), Juan (1881), José (1882), Soledad bis (1886), Catalina (1887), Josefa (1891) y Vicente (1893).

Gaudelia y su doble, la impostora Aurelia, se casaron con Marcos Catalán. Ignoramos si él supo alguna vez la cantidad de mujeres que implicaba este matrimonio. El caso es que tuvieron una hija, Aurelia (esta vez sí), la niña-actriz que gesticula desde la cuna en la entrada anterior. La chica de la bici, la chica sport, vivió ochenta largos años, acompañada de su inseparable amiga, hasta que en 1954 llegó a la última meta que le quedaba por cruzar. Creo que le hubiese gustado contemplar ese conocido contraluz de Spielberg en el que una bici voladora atraviesa la luna llena.

Agradecemos a Marisa González, nieta de Gaudelia-Aurelia, su generosidad y su vitalidad.

Dedicado a Rosa, la detective que nos guió.

viernes, 1 de octubre de 2010

Cuna y piedra


¡Miá que casarse! Autor: Gabriel Ibáñez Martínez, el Fotico. Hellín, hacia 1920. Tarjeta postal. Representación infantil de la zarzuela Chicharra. Conocemos los nombres del primer niño por la izquierda, Juan Sánchez, el Braguillas, y de la última niña de la derecha, Aurelia Catalán. (Archivo Luis Sánchez López, el Braguillas).

Primero la gorra de marinero de Juan o Braguillas o Chicharra: esa gorra es la misma, sí, idéntica a la que luce el desconocido joven de la cabecera de este blog. El niño chicharra la viste con más gracia, aunque al joven tampoco le queda mal. En ambas secuencias hay cinco figuras, hay también 15 años de diferencia entre una y otra, la primera de Alejandro, la segunda de su hijo Gabriel, pero el atrezzo ha permanecido, esa gorra de acorazado potemkin.

Segundo la interpretación de estos niños hellineros: supera la zarzuela de ambiente andaluz para convertirse en un homenaje surrealista a la locura de amor. Por ahí respiran Jardiel, Mihura, Buñuel, Godot, Gila y el Cuerda de Amanece que no es poco. La tía Reposo insta a la niña Dolo (Aurelia Catalán) a que elija entre sus dos pretendientes: Chicharra (Juan Sánchez, Braguillas), una especie de buen salvaje, o Juan Miguel, el elegante hacendado (ese niño de mano en pecho y muñeco inquieto). Aquel que desee saber a quién elige Dolo o Aurelia tendrá que leer el argumento de Chicharra, zarzuela en un acto y en prosa, de Sebastián Alonso, que se estrenó el 3 de febrero de 1904 en el Teatro de la Zarzuela. (En la página 4 de El arte del teatro de 15 de julio de 1908 hay un resumen y aparece una escena similar).

Aurelia o Dolo o María Dolores, a punto de abandonar la infancia, a punto de salir de la cuna que aún la protege, expresa un fastidio de mal de ojo, ¿por qué tengo que elegir?, ¿por qué tengo que casarme? La piedra aguanta la cuna. El rosario de nena buena anulado por las trenzas de Pocahontas.

Juan o Chicharra o Braguillas, a punto de apedrear a alguien porque se llevan a su compañera de juegos, a su amiga de toda la vida, a punto de cantar una saeta o llamar a las cabras, ¿por qué no has echao de comer a la vaca? Su madre se llamaba Amor y, a pesar de su aspecto incalificable, eso es lo que a él le sobraba: amor.

Esta fotografía se tomó en la casa estudio de Alejandro y Gabriel, en el actual nº 6 de Francisco Silvela (Hellín). Imagino a los niños saliendo de la sesión entre risas y bromas y cantando esa copla que decía:

Desengáñate Braguillas

que no sabes andar bien

y si acaso pa ranchero

servirás en el cuartel.


Luego cuando estaban solos, Chicharra y Dolo hablaban en confianza.

–¿Tú te vas a casar de mayor? – le preguntaba ella arreglándose las trenzas.

–Vamos. ¡Por via e la pena negra! ¡Miá que casarme!

–¿Y qué vas a hacer?

–Zurrir.


Dedicado a Marisa González y a Luis Sánchez.


sábado, 25 de septiembre de 2010

Los cómplices de Yecla


Yecla te observa. Autor: Juan Ibáñez Abad. Yecla, hacia 1900. Copia actual (1992) a partir de positivo sobre cartón bastante deteriorado. Cortesía de José Puche Forte, quien al dorso anota: Fotografía original de Pedro Hernández, el Torratero. Fiestas de Santa Ana. 1900. Mayordomo: el abuelo de Pedro. Niño: Alfonso, el Torratero.

¿A quiénes pertenecen estos gestos de asombro? ¿Quién nos sonríe desde el balcón? ¿Quién se asoma y otea allá lejos de su tiempo? ¿Y quién es ése que abre la boca pasmado para siempre jamás? Juan planta la cámara en mitad de la calle y detiene este desfile festivo y sus imágenes veneradas, para hacer la foto de un pueblo: Yecla observándonos desde el otro lado de la lente. Y detiene los ojos que miran hacia el futuro sin verlo, las miradas que persiguen otros siglos. Y detiene también la aguja en la Torre del Reloj, el tiempo que se clava.

Juan Ibáñez Abad tenía 53 años cuando captó esta imagen y llevaba 25 en Yecla. Su hijo mayor, el hellinero Juan Ibáñez Navarro, había decidido instalar estudio propio en Gandía, pero otros dos hijos fotógrafos, Luis y Pascual, trabajarían durante muchos años en la misma ciudad que su padre. Juan ya no recordaba la locura del Monte Arabí, aunque a veces le venía aquel olor a naturaleza animal y pensaba en Margarita. Ahora se daba cuenta de lo que había cambiado Yecla, calles con más aire, edificios mágicos como el Auditorio Municipal, gente feliz. Pues debería enviarle una copia al culpable de esta metamorfosis, y con dedicatoria, a mi admirado amigo Justo.

Justo Millán Espinosa y Juan Ibáñez Abad crecieron en Hellín y compartieron destino profesional en Yecla, ambos nos han dejado imágenes congeladas, arquitectura y fotografía, testigos visuales de una época.

Parece que Juan está en la calle de Francisco Martínez Corbalán y que la figura espectral que surge tras la Torre del Reloj es la Iglesia Vieja, por tanto estaría apuntando su objetivo hacia la Plaza Mayor que en 1900 tal vez tendría otra denominación. El último edificio del lado derecho de la calle sería la casa palacio de los Alarcos cuya ventana angular no se puede apreciar..., posiblemente tapiada. No obstante esperamos comentarios de los especialistas en la historia de la fisonomía yeclana para corregir, corroborar o completar. ¡Hay cien rostros ansiosos de ser rescatados!

Detalle de "Yecla te observa", de Juan Ibáñez Abad.


Los detectives salvajes pasearon por esta calle con sus informadores e imaginaron a Justo y a Juan de chatos, recordando su juventud hellinera, enamorados de la belleza yeclana, y por un momento se asustaron cuando un anciano de enormes barbas blancas se cruzó con ellos y les hizo un guiño cómplice.

Dedicado a Teresa Ibáñez Losada y a sus hijos.



sábado, 18 de septiembre de 2010

Enmienda 3: nombres de nuestros hijos


Laure. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. El fotógrafo retrata a su mujer hacia 1905: ambos rondarían los 50 años. Membrete: Ibáñez. Hellín. (Colección Pilar Gil Ibáñez).

Los nueve hijos de Laureana, Laure o Laura Martínez Sánchez constituían hasta hace poco una relación plagada de huecos. En la anterior entrada sobre Estrella adelantamos los nombres de las dos niñas que permanecían sumergidas en la negra espalda. Laure tuvo nueve hijos, cinco de ellos murieron durante la infancia, y aún desconocíamos los nombres de esas dos niñas que se llevó el sarampión en la misma semana. La información de Pilar nos puso sobre la pista de Valdepeñas y esto resultó crucial para completar la nómina de los Ibáñez Martínez.

Los nueve de Laure y Alejandro:

1 Chus (Hellín, 1877 – Hellín, 1957)

2 Francisco (Hellín, 1879 – ?)

3 Gabriel, el Fotico (Hellín, 1881 – Hellín, 1932)

4 Piedad (1883 – Valdepeñas, 1885)

5 Presentación (Valdepeñas, 1884 – Valdepeñas, 1885)

6 Estrella (Valdepeñas, 1886 – Albacete, 1968)

7 Lola (Hellín, 1889 – ?)

8 Laura (Hellín, 1891 – Huércal-Overa, 192?)

9 Alejandro (Hellín, 1894 – Hellín, 1896)


–Cuando hacían libritos –recuerda Pilar–, Laure preparaba el aguamiel.


Dedicado a nuestro admirado coleccionista de alejandros.


domingo, 12 de septiembre de 2010

Por un puñao de rosas


Estrella Ibáñez y el Maestro Prat. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1902. Tarjeta postal. La joven Estrella, de 16-17 años, atiende al compás que marca su profesor. Éste apoya el codo derecho sobre el piano, ancla que evita tomas borrosas. Los foros y los jarrones de mentira ya han aparecido antes. Sabemos en qué lugar de Hellín se conservó este mismo piano, lo que no sabemos es si lo construyó o afinó el abuelo de Estrella, Juan Antonio, mítico lutier e iniciador de esta saga de fotógrafos. ¿Qué nota sigue vibrando en esta foto? Los detectives salvajes sospechan la importancia del documento para la historia de la cultura y de la música en Hellín, porque descubre al polifacético Alberto Prat impartiendo docencia en la intimidad del estudio. Hay algunas partituras escritas de su puño y letra en el Archivo Municipal: pertenecen a una zarzuela infantil y han sido donadas por los hermanos Tomás Espinosa a todos los hellineros. Parece que la música se impone a la fotografía, pero si se fijan bien en la zona superior y en el ángulo izquierdo, comprobarán que las fotos brotan a raudales tras el biombo. (Colección Pilar Gil Ibáñez).


En la penumbra de las escaleras que suben a las cámaras una niña gimotea. Con un trapo sucio frota sus botas empercudidas de barro y ceniza. Saltar los fuegos le ha salido caro, se ha llevado la primera paliza de su vida. Laure se ha puesto histérica cuando ha visto los zapatos de comunión destrozados. Pero a Estrella no le duelen los pescozones, sino el disgusto de su madre.

Estrella Ibáñez Martínez había nacido en Valdepeñas (Ciudad Real) en 1886. Su padre se decidió a trasladar el estudio fotográfico porque había presagiado la invasión de cólera morbo del 85, aun así se le murieron dos niñas de sarampión, Piedad y Presen. Estrella fue la sexta de los nueve hijos que tuvieron Alejandro y Laure. De su estancia en Valdepeñas se sabe poco, que vivieron en la calle Valbuena y que anduvieron por allí seis o siete años.

Al regresar a Hellín en 1890, y según el Padrón de este año, se instalan en la calle Osarios, 5. Estrella tiene 4 años, su hermano Gabriel 9, y Chus, a quien no tardará en pretender el Campaña, 13. Gabriel, el Fotico, aprende guitarra y violín; sus hermanas, piano, y Estrella, además, canta. Alberto Prat le decía que su voz salía del alma y que por eso gustaban tanto sus zarzuelas y romanzas.

A Estrella siempre se la consideró el mejor partido de la casa. Era guapa y pizpireta, tan bromista como su padre. Era lista. Sabía bordar y aprendió a cantar como una profesional. Tenía gracia para el disfraz y para aguantar las chapuzas de los hombres. Ella no se achantaba. Pero una contradicción funesta la dominaba, eran tan inteligente como buena persona, y en este equilibrio imposible acabó pesando más el corazón.

Se casó con Augusto Gil Torres el 6 de diciembre de 1909. Ambos tenían 23 años. (En junio de ese mismo año se había casado su hermano Gabriel con Magdalena). A los pocos meses murió Laure, y la familia Ibáñez Martínez perdió su referente. Alejandro se refugió en la oscuridad de su gabinete, rodeado de sus rostros de albúmina, para obviar su repentina soledad.

Augusto se había enamorado de Estrella durante una función teatral en la que ella interpretaba a dúo con un muchacho alpargatero un fragmento de El cabo primero, titulado “Yo quiero a un hombre con todo el alma”, y algunos momentos del Puñao de rosas de Chapí .

PEPE

No te asustes tú, arma mía,

luserito de mi vía,

no te asustes, que soy yo.

ROSARIO

¡Yo asustarme? ¡Tontería!

Tú me causas alegría,

pero sobresalto no.

Augusto Gil, hijo del potentado masón Eloy Gil, no tenía un nidito de amor en Triana, pero sí una tartana y hasta una moto. Su currículum venéreo y la opereta trágico-cómica en que convirtió la vida de Estrella se describirán en esa historia que ya les he dicho alguna vez que me gustaría contar.

–¿Tú sabes lo que significaba tener una moto en aquella época? –me dice Pilar mientras sonríe con picardía.

Una moto como ésta levantaba el polvo de los caminos entre Hellín, Agramón y Cancarix.

No me atrevo a escribir que la vida es injusta, pero sí que la vida suele golpear con dureza a quienes se entregan a ella sin reservas. Por ejemplo podemos pensar en el habitual desprecio, o en la infidelidad hundida entre los pliegues de la cama, como recompensa a toda la generosidad y el cariño que Estrella regalaba, como premio a esa sonrisa que iluminaba la mezquindad del más pajizo. Podríamos poner muchos más ejemplos en una lista interminable de humillación, pero ella mantuvo su luz y siempre que podía tarareaba eso de ¡Yo asustarme? ¡Tontería!


Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1908. Escena de zarzuela a cargo de las hermanas Estrella y Laura Ibáñez Martínez. Estrella, disfrazada de chulo, mira directamente a cámara. Laura le advierte de algo: Tarugo, ¿por un puñao de rosas? (Archivo Miguel Tomás).

Dedicado a Pilar Gil Ibáñez, cuya memoria une edades.


martes, 31 de agosto de 2010

Toda la familia

Retrato triste de familia. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1905. Membrete: A. Ibáñez. Hellín. Paspartú verde. Sentados, los padres y la hija mayor; de pie, los otros tres hijos. De izquierda a derecha: Laureana Martínez (la madre), Estrella Ibáñez, Alejandro Ibáñez Abad (el padre), Laura Ibáñez, Chus Ibáñez y Gabriel Ibáñez. El velador sobre el que María Jesús (Chus) apoya los brazos es el de tantísimas otras fotos. (Archivo Miguel Tomás).

¿Cómo consiguió Alejandro captar este regomeyo? Veamos, el autor se ubica en el centro de la composición y lee con rictus tenso la primera página de ABC. Su hijo Gabriel lee la misma noticia a distancia, asustado, inclinándose hacia delante y sujetándose con fuerza al respaldo de la silla, como diciendo si no lo leo, no lo creo. Laureana, a quien le gustaba hacerse llamar Laura, como no, es la única que mira directamente a cámara, y aunque está sentada, parece tan enfadada que en cualquier momento podría levantarse para atizarnos unos mandobles con el abanico. (Su actitud desafiante en un gesto muy suyo nos recuerda la entrada sobre las Martínez). Estrella es la única que se sitúa entre sus padres, los demás aparecen a la derecha de la imagen. Estrella es muy guapa, quizás por eso su padre le ha dado ese protagonismo. Al igual que su hermana Laura, mira a su derecha, fuera de campo. Ambas parecen preocupadas, serias, tal vez inquietas por algo que viene. ¿Qué observan, la puerta por la que has de entrar? Chus es para mí la mejor actriz. ¿Qué noticias traerá esa postal? ¿Qué será esa especie de cajita que ha quedado depositada junto a la mano izquierda? Chus ha tenido cuatro hijos. No le cuesta mirar al vacío, como le ha pedido su padre, mientras le vienen a la mente unos versos que aprendió a recitar hace años: sentado en un cable, fumando su pipa,
está un marinero pensando en las playas
de un vago, lejano, brumoso país.

En 1905 Alejandro y Laureana tendrían 50 años, Chus 28, Gabriel 24, Laura 14 o 15, y Estrella sobre los 20. Laureana (o Laura) parió a nueve hijos, pero cinco de ellos no sobrevivieron a la infancia. Los detectives han encontrado a Francisco (1879-?), Mª. Dolores (1889-?) y Alejandro (1894-1896), faltarían otros dos cuyos rostros se esconden en ese vago, lejano, brumoso país al que mira Chus. La obra podría presentar cierto valor desde el punto de vista de la Historia de la Fotografía en España, pues en ella se retratan juntos dos fotógrafos profesionales, Alejandro y Gabriel “el Fotico”, conocido en los círculos artísticos por Echaide. Pensábamos que con él se agotaban los fotógrafos en esta línea de los Ibáñez, pero recientemente hemos recibido una preciosa información. Gabriel Ibáñez Fondevilla, nieto de Gabriel “el Fotico”, nos ha comunicado que María Ibáñez Jávega, hija mayor de Echaide, o del Fotico, o de Gabriel, también colaboraba en el estudio mediante el retoque de negativos y la iluminación de positivos.

Cuando se reunía toda la familia, corrían el riesgo de acabar mirando al vacío de una sinfonía gris. En realidad no creo que fingieran tristeza, nerviosismo o mala leche, quizás sólo estaban hartos de posar.


jueves, 19 de agosto de 2010

Gato o canario

Autorretrato militar. Autor: Gabriel Ibáñez Martínez. Tarjeta postal. Hellín, hacia 1920. (Colección Gabriel Ibáñez Fondevilla). Tal vez algún lector pueda reconocer el tipo de uniforme. El plano contrapicado y la pose rapera hacen que Gabriel sea más Echaide que Fotico. No obstante se huele cierto tufillo burlón, tal vez el único olor soportable de la guerra.

A sus órdenes, mi teniente, ha sucedido de la manera siguiente. Yo ya sabía que a los gatos no les gustan los canarios y que se divierten haciéndoles daño. Entonces he intentado que el felino y el pájaro se hicieran amigos y, en el caso de que el gato quisiera hacer alguna sandez, darle una paliza para que no olvidara nunca en la vida el respeto que debe tenerle al canario. Yo soy un gran amante del mundo animal, ¿sabe?

Jaroslav Hasek, Las aventuras del buen soldado Svejk.


martes, 3 de agosto de 2010

Conexión Hellín-Cuernavaca



Autorretratos de Alejandro Ibáñez Abad (1890) y su hijo Gabriel (1910) tocando la guitarra. Hellín.

A las afueras de Cuernavaca un viento caliente agita flores y ramas. Las niñas salen corriendo de la piscina y abrazan y empapan a su madre, que acaba de llegar del trabajo. Sara deposita sobre la mesa una bolsa de papel, sus hijas abren los ojos como platos cuando ven lo que sale del paquete: una sandía azul.

No sé si algún día existirá en Hellín un restaurante llamado así, la sandía azul, pero de momento este fruto representa un exótico eslabón entre dos poblaciones tan distantes como Hellín (Albacete) y Cuernavaca (Morelos). La historia de cómo enlazaron manchegos y mexicanos no deja de ser extraña.

Los tambores aún atronaban cuando Lola Morales recibió a los detectives salvajes la noche del miércoles santo. Ya se contó en otra ocasión cómo al mencionar a la buscadísima Catalina, ella facilitó para sorpresa de los investigadores algunas pistas fundamentales. Pero qué tenían hasta entonces..., Juan Antonio Ibáñez y Francisca habían tenido cinco hijos: Juan, Josefa, Catalina, Alejandro y Anastasio, todos ellos fotógrafos y tan aficionados a la guitarra que en cuanto podían se retrataban con ella. Sabían además sus fechas de nacimiento y de fallecimiento, sus apellidos, Ibáñez y Abad, habían recopilado obra fotográfica no sólo de todos ellos, sino también de sus hijos, sus nietos y biznietos, no obstante sólo conocían el aspecto de Juan y de Alejandro. Por eso estaban empeñados en descubrir cómo eran Josefa, Catalina y Anastasio. De la segunda sabían que la epidemia de cólera de 1885 se la había tragado junto a toda su familia: unos cuantos hijos y su marido, un maestro llamado Juan Moreno. Ahora Lola Morales estaba allí delante diciendo que Catalina murió, sí, y que una vez vio una foto en la que ella tocaba la guitarra, pero que sólo dos niños, pobrecitos, sobrevivieron y fueron criados por su abuelo José que era hermano del maestro Juan Moreno con el que estaba casado la Catalina.

Lo detectives consultan sus fichas y ahí brillan los nombres de los supervivientes:

  1. Juan Antonio Moreno Ibáñez. Nacido en Hellín en 1875. Contrae matrimonio con una chica de Chinchilla (Ángeles Furio) el 21/09/1900. Sastre. c/ San Antonio.

  2. José Moreno Ibáñez. Nacido en Hellín en 1882. (Cuenta con tres años de edad cuando queda huérfano).

Pues fíjate, un hijo de José, les dice Lola, que se llamaba David Moreno, se hizo un guitarrista muy famoso que llegó a tocar con Cochita Piquer y se marchó a América y allí murió, y de pequeñín, después de la guerra ya daba conciertos en los teatros de Madrid. Los detectives apuntan cuatro palabras en su libreta: “David Moreno. Guitarrista. América.”

Al día siguiente las teclean en el buscador de Google. Salta una breve nota de la Wikipedia que parece confirmar la información de Lola Morales. Hay también carátulas de antiguos vinilos y hasta un divertido vídeo.

El rastro de David Moreno se va perdiendo entre compases y rasgados. Los detectives se desaniman. Vuelven a escuchar en Youtube algunas grabaciones y al repasar los comentarios se dan cuenta de que uno de los nicks corresponde a un familiar de David al que otro comentario denomina Ale tratándola en femenino. Los detectives teclean ahora “Alejandra Moreno. Guitarrista. América.” En una de las primeras entradas encuentran a Alejandra, hija del famoso guitarrista español David Moreno, trabajando en un hotel mexicano como concertista de guitarra clásica y flamenca. A continuación envían a la dirección de correo electrónico del hotel una solicitud rogando el contacto para localizar a la señora Alejandra Moreno. Pasan un par de días. El hotel contesta amablemente y los detectives escriben de inmediato a Alejandra describiendo sus pesquisas, pero con la duda razonable de que todo sea un malentendido o una simple coincidencia, de hecho la investigación parece una cadena de casualidades que parten de las conjeturas y recuerdos de Lola Morales mientras atronaban los tambores. A pesar del océano que los separa, Alejandra contesta y transmite a los detectives la siguiente información.

Certificado de nacimiento de David Moreno.

Registro civil de Gijón, Asturias.

Nace el 22 de noviembre de 1924. (Esto corrige la fecha de la Wikipedia).

Hijo de José Moreno Ibáñez, casado, jornalero, 42 años, natural de Hellín, Albacete. (¡El niño que quedó huérfano en Hellín a los tres años reaparece en Gijón!). Y de Lorenza Navarro González, natural de Hellín, Albacete. Nieto por línea paterna de Juan Moreno (el maestro!) y Catalina Ibáñez (aquí está!), naturales de Hellín, difuntos. Nieto por línea materna de Julián Navarro y de Laureana González, naturales de Hellín, Albacete. (Familia hellinera). Al expresado niño se le puso por nombre: David-Manuel.


Carátula de un disco de David Moreno Navarro.

Transcripción del mensaje de Alejandra Moreno:

“Mi padre llegó con Conchita Piquer la primera vez que vino a América, y después regresó con la compañía de Carmen Amaya y fue cuando decidió quedarse y radicarse en México. Murió el 12 de abril de 1980, mi madre es argentina y se llama Sara Haydee Tesera Aberastury. Tengo dos hermanos, David y Sara. Yo tengo 44 años, los 20 últimos dedicada profesionalmente a la guitarra clásica con recitales por todo el mundo. David, mi hermano mayor, también es concertista de guitarra clásica y lleva más de 30 años impartiendo clases de este instrumento. Todos vivimos en Cuernavaca, Morelos.”


Alejandra Moreno, hija de David Moreno Navarro, biznieta de Catalina Ibáñez.

David Moreno, hijo de David Moreno Navarro, biznieto de Catalina Ibáñez.

Los detectives salvajes anotan algunas conclusiones:

-Hay casi un siglo entre los primeros y los últimos guitarristas. El cólera, la muerte, el hambre, el tiempo, todos vencidos por la música.

-¿Por qué marcharían a Gijón?

-Alejandra se llama así como homenaje al hermano de su bisabuela, aquel fotógrafo que viajaba en globo. ¿Quién dijo “pésimo concertista”, si lo llevaba grabado a fuego? Conexión Alejandro Ibáñez Abad con Alejandra Moreno.

-Buscar la foto de Catalina.

-Conexión Hellín-Cuernavaca.


Mariana y Renata, las hijas de Sara, gritan de alegría. Su madre les dice:

–Vamos a celebrar que les han salido primos españoles comiéndonos esta jugosa sandía azul.