Se trata de un conocido autorretrato de Juan Ibáñez Abad en su estudio de Yecla. La copia del original es actual. Publio López Mondéjar dice de esta imagen: En este excelente autorretrato, vemos a Juan Ibáñez Abad trabajando en la intimidad de su estudio. Hacia 1910. (La huella de la mirada, p. 72). Yo la fecharía después. Juan murió en 1932 a los 86 años. Si aceptamos que aparenta 75-80, podríamos llevar el retrato hasta 1922-30. Lo primero que llama la atención es la tonalidad del cabello, la abundante barba blanca, centro de la composición, en contraste con la oscuridad del fondo perdido. El juego de luces y sombras recuerda a algunos cuadros clásicos. Hay una textura especial: marcas del tiempo en el rostro y en la madera de la tosca mesa, el tiempo, la cuchilla que corta sin descanso. Creo que Juan nos transmite su concepción de la fotografía como arte y oficio. Tras las candelas, los posados y las lentejuelas, se esconde una labor minuciosa, paciente, solitaria, artesanal, de manos firmes y delicadas, de mirada atenta y gafas de aro, de planchas y batas y lamparones. Algo así como miren ustedes lo que hago de verdad, no sólo descubro el objetivo durante un segundo y ya está, no, yo me paso días enteros encerrado en el estudio para moldear ese segundo capturado, para crear una suerte de belleza que les mueva a ustedes el ánimo del corazón. Podría ser. La verdad es que pocos fotógrafos elegirían esta faceta para un autorretrato, pero Juan ya se encuentra por encima del exhibicionismo juvenil. Comparen a este Juan con aquel que se retrataba sesenta años antes para declararse a Margarita Navarro. Se nota un cambio de actitud, la cuchilla que todo corta y retoca. Estoy seguro de que a pesar de mostrarse tan absorto, aún palpitaba por ella, ¿no lo ven? (Colección José Puche Forte).
Miércoles, 31 de marzo. Yecla.
Hotel Avenida. 09:30 h.
Juan Antonio Ibáñez Martínez (padre del barbudo de la imagen anterior) nació aquí en 1819, hace casi dos siglos. Fue el primer fotógrafo de la saga. También era repostero, carpintero y lutier. Me asomo a la ventana de mi habitación. Un patio decrépito, lleno de muebles arrumbados. Entre ellos un piano.
Vistas desde el Hotel Avenida de Yecla: ¿un piano desafinado para los Ibáñez? (Foto: Ana Santos Payán).
Hoy nuestro guía salvaje de Yecla será Antonio Conejero Ibáñez. A los quince días de crear este blog, Antonio fue la primera persona en ponerse en contacto con nosotros. Éste fue su mensaje: “Hola, te envío este correo para decirte que si quieres saber algo de los IBÁÑEZ FOTÓGRAFOS y conseguir algunas fotos, puedes pasarte por esta dirección: […], ya que en dicho lugar las personas que viven son familiares directos de ellos, seguro que te podrán contar muchas historias que aún no sabes. Saludos.”
10:00 h.
Almuerzo típico. Torta frita con azúcar. Me chupo los dedos.
11:00 h.
Cita con el historiador local José Puche Forte.
Nos atiende con exquisita amabilidad, fotografiamos una buena cantidad de imágenes firmadas por los Ibáñez, por Juan y por sus hijos Luis y Pascual. Un hallazgo que confirma nuestras sospechas: hay instantáneas de niños muertos..., formarán parte de esa historia que me gustaría contar. Registramos también la primera colección de postales de Yecla, unas veinte imágenes de la primera década del siglo XX tomadas por Juan Ibáñez y por su hijo Pascual. Por último, el cronista yeclano nos facilita un artículo de tres páginas escrito en 1995, La estirpe de los Ibáñez. Nos alegra leer una cita sobre Anastasio, confirma que se estableció en Villena. ¿No es emocionante llegar al mismo destino por caminos tan diferentes? Sólo haremos una insignificante enmienda al señor Puche Forte: María Jesús y Estrella no son hijas de Juan Antonio Ibáñez Martínez y Francisca Abad como indica en dicho artículo; en realidad son sus nietas, ya que son dos de las hijas de Alejandro Ibáñez Abad, aquel fotógrafo que sobrevolaba Hellín en globo. La mayoría de las fotos que conserva José Puche son copias actuales, pero también guarda algunos originales en sus gruesos cartones. Nos cuenta que la mayoría se los regaló un cartonero de Yecla que los había encontrado en la basura y que hacía poco que este cartonero se había mudado a Villena. Como Anastasio, pienso, a Villena, huyendo de la basura. Miro alternativamente a José Puche y el retrato de Juan Ibáñez Abad, una sensación extraña recorre mi cuerpo.
13:00 h.
Cita con María Martínez del Portal.
Profesora de Literatura, investigadora, estudiosa de la obra de su tío abuelo José Martínez Ruiz, Azorín, vive en una casa solariega decorada con gusto y austeridad. Hay una especie de sintaxis impresionista. Camina apoyada en una muleta. Exhala una fina cordialidad y un trato cercano. Atiende con interés a la descripción de nuestra investigación, mientras un retrato del autor de Antonio Azorín nos vigila desde una mesita próxima. Abre mucho los ojos y alza un puño, cuando le explico que las mujeres fotógrafas de aquella época deben resurgir. Añado que probablemente Azorín fue fotografiado en Yecla por Juan Ibáñez o por sus hijos. Nos pide que descolguemos un par de retratos que adornan la estancia. Los fotografiamos. Luego desaparece parsimoniosa con su muleta para buscarnos algo más. Mientras, me acuerdo de la barba valleinclanesca de Juan Ibáñez y José Puche, y me parece que hoy es un día bastante noventayochesco. Recuerdo también aquel cuaderno de notas de José María Silvestre plagado de citas de Azorín, sobre todo de El político (1908), esos 47 consejos que casi nadie contempló. Recuerdo el entusiasmo juvenil de una generación que desembocó en náusea de vértigo y sangre. Recuerdo la ilusión del grupo de “Los Tres” y me sobrecoge constatar que somos tres los detectives salvajes. Pienso que Catalina es quizás como Cesárea Tinajero, pero que también podría serlo María Martínez del Portal, que ya regresa con su muleta y con un antiquísimo álbum lacrado bajo el brazo. En sus páginas van apareciendo fotos de Juan Ibáñez Abad, lógico, media Yecla debe de tener fotos suyas, pero también salta alguna que otra carte-de-visite con el inconfundible tampón de su padre, Juan Antonio, y la indicación explícita de Hellín. María no se explica cómo han llegado a su poder, pues no recuerda tener familia en Hellín.
–¿Quieres ser una detective salvaje? –le pregunto.
–Completamente –contesta ella.
Los hermanos Yago Ortega con su madre. Autor: Juan Ibáñez Abad. Yecla, 1898. Blasa Ortega Puche, en el centro de la imagen, es la abuela de María Martínez del Portal; y la niña más pequeña, Joaquina, sentada en sus rodillas, es su madre. Todos visten de luto por la muerte reciente de una hija de Blasa. De izquierda a derecha: Roque, Lola (arriba), Juan (abajo), Blasa con Joaquina, Concha y Pepa. Nos cuenta María con una sonrisa que Joaquina lleva puesto un traje de su hermano. Disculpen los reflejos del cristal. (Archivo María Martínez del Portal).
Antes de marcharnos nos hace un obsequio más, una edición de Las confesiones que lleva un prólogo suyo (Biblioteca Nueva, 2005).
15:00 h.
Comida preparada por Teresa Ibáñez.
Gazpacho manchego. Tiramisú casero. Vino de Yecla. Me chupo los dedos.
Otra despedida. Teresa, Maite, Piluca, hasta pronto.
Ya somos todos rostros en el tiempo.
17:00 h.
Visita al Castillo de Yecla. Panorámica impresionante del altiplano.
18:00 h. Bus Alsa Yecla-Hellín.
En la estación milagrosa nos despedimos de Juan Luis y de Antonio. Cualquier palabra que escriba para agradecer a la familia de Teresa Ibáñez Losada su cariño no conseguirá estar a la altura de las circunstancias, así que mejor desisto de buscar más sinónimos grandilocuentes en mi cerebro y me quedo con esta sensación de deuda infinita que me empujará hasta los límites del desierto. En el trayecto leo algunos fragmentos del libro que nos ha regalado María. Éste es el pasaje en que Azorín describe a su bisabuelo: Una vez, allá en la primera mitad del siglo XIX, pasó por Yecla un pintor y retrató a mi bisabuelo paterno. No hemos podido averiguar quién era ese pintor; pero su obra es un lienzo extraño que ha cautivado a Pío Baroja, el gran admirador de El Greco. (Las confesiones de un pequeño filósofo, XXVIII). Me pregunto si aquel retratista tuvo algo que ver con Juan Antonio Ibáñez. Afuera florecen los almendros y acecha un azor.
20: 00 h.
Hotel Reina Victoria. Hellín.
Tenemos poco más de doce horas para disfrutar de un Hellín hundido en la celebración de la luna llena a golpe chamánico de tambor. Mientras discurre lenta la procesión desde la Iglesia de la Asunción, miles de tamborileros se aman desde la plaza de Martínez Parras, por toda la calle Sol, hasta inundar el Rabal. Huele a cerveza y orín, a beso y tabaco, a sudor y secreto. Serpenteamos por Sol y entre la marabunta nos cruzamos con Gabriel, el cancerbero del cementerio, eh, eh, ¿os acordáis de mí? Y un poco más arriba con Pepe, el recepcionista, que nos ofrece su bota de whisky. Y al final del Rabal, cerca del Museo y del Cautivo, nos encontramos a Alexis, el archivero, ¿pero habéis venido al final? Conseguimos cerveza en el tinglado de una peña y nos mezclamos en la creciente de túnicas negras y decibelios. Hay quien se derrumba extenuado como el soldado de Marathon, pero predomina un contagioso entusiasmo por la vida. Por fin, nos topamos con Luis, apodado el Braguillas, aunque lleva en realidad una caperuza anudada al cuello como es de rigor. Luis se queda estupefacto al vernos. Nos lleva inmediatamente a casa de Lola Morales, la memoria viva de Hellín. Esta señora de casi un siglo de vida parece una niña sacada de El Mago de Oz; ella prefiere recitarnos de memoria el texto completo de El hada caperucita. Nos permite fotografiar los retratos que cuelgan por las paredes de su casa. Cuando resumo lo que se conoce hasta la fecha sobre los Ibáñez y nombro a Catalina, Lola Morales da un respingo.
–Catalina vivía en esta casa –dice tan campante. –Mi abuelo se ocupó de criar a los dos huérfanos que dejó.
No salgo de mi asombro: no dejo de pensar en que si no llegamos a visitar esta tamborada nocturna, no habríamos encontrado a Catalina, ni habríamos escuchado las historias que Lolita Morales conoce y que ponen los pelos de punta. Decido guardarlas en mi cuaderno para la entrada correspondiente a Catalina y para esa historia que me gustaría contar.
23:50 h.
Cena en el Reina Victoria.
Los tamborileros ancianos más borrachos olvidan sus carteras y sus móviles, la pobre camarera sale tras ellos para devolverles estos objetos que ellos recuperan sin mucha felicidad. En el comedor del hotel está Mariano Andújar, con su mirada azul, su túnica negra y su tambor. Compartimos unos vinos y charlamos sobre nuestros avances.
Durante la misma noche nos hemos encontrado con Gabriel, Pepe, Alexis, Luis, y Mariano, todos de negro, deseando vivir felices bajo la luna llena de la primavera. Y esta recolección no es mero artificio literario, sino que tal vez ocurrió porque todos los rostros tienden a mostrarse en el tiempo.
Gabriel, el cancerbero, eh, eh, ¿os acordáis de mí? (Foto: Ana Santos Payán).
Pepe, el recepcionista que ofrece su bota de whisky. (Foto: Ana Santos Payán).
Alexis, el archivero, sonríe ante el amigo que le muestra el poder de la Fuerza. (Foto: Ana Santos Payán).
Luis, el Braguillas, posa como nadie bajo su luna y su caperuza. (Foto: Ana Santos Payán).
Jueves, 1 de abril. Regreso a casa.
Material recopilado:
200 fotografías antiguas de los Ibáñez.
Dos volúmenes de prensa histórica de Hellín.
Varios artículos especializados.
Un libro de Azorín.
Un puñado de amigos.
Os estáis ganando el ingresar con todos los derechos en la cofradía de entusiastas hellineros que durante tanto tiempo capitaneó tu abuelo.
ResponderEliminarjoooer, de vez en cuando entro por aquí y vaya la que estáis liando. Si es que la vida siempre supera a la ficción. Ánimo
ResponderEliminarAbu, juan pe, es cierto que en Hellín, Yecla, Jumilla, Almansa nos hemos encontrado abrumados. Gracias por seguir animando a estos rostros.
ResponderEliminarAl ver el autoretrato de Juan Ibáñez, me ha recordado una fotografía de Santiago Ramón y Cajal, en la que aparece rodeado de frascos y un microscopio. Juan y Santiago, cada uno maestro en su oficio, ensimismados en su labor.
ResponderEliminarMe alegra que conocieras a Lolita Morales, y espero pronto saber de la historia de Catalina.
La foto de la abuela de María Martínez Portal, impresionante, y la pena de ver a niños tan pequeños vestidos de luto.
Rosario, ya está en mi escritorio la foto de Ramón y Cajal, es cierto, se parecen, tal vez pueda subirlas más adelante. En cuanto a Lola Morales, tengo que decirte que fue todo un hallazgo para este proyecto de recuperación. Conservo algunos anuncios de prensa de la peluquería que regentaba su padre.
ResponderEliminarCuando he leído tu comentario sobre la imagen de la familia Yago, he recordado que María Martínez del Portal dijo exactamente las mismas palabras: "qué pena lo que hacían con los niños", y he vuelto a pensar en ese nombre tan irónico: Bernarda Alba.
Gracias, Rosario, por tu compañía.