Francisco y Adela. Autor: Vicente Ibáñez Navarro o su hijo Juan Ibáñez Villasclaras. Madrid, 1942. Estudio de c/ Montera, 23. (Colección Adela Romero).
Francisco y Adela se casaron el cinco de noviembre de 1942 en la parroquia de su barrio, el Cristo de la Victoria. Aquel día cayó un aguacero sobre Madrid y tuvieron que correr por la calle Fuencarral para comprar el sombrero y el ramo de flores sin empaparse. Luego bajaron a Sol y buscaron algún estudio donde hacerse la foto. Subieron un poco por la calle de la Montera y se metieron en Ibáñez. Adela sacó el sombrero de su aparatosa caja y lo estrenó para la ocasión, con velo y todo. El collar de perlas se rompió años más tarde al volver de una fiesta.
Los fotógrafos cuchicheaban su jerga, Vicente Ibáñez ya tenía 55 años, su hijo Juan 27. La escasez de material fotográfico durante la terrible posguerra potenció el ingenio y el reciclaje: cuando se acabó el celuloide, recuperaron las viejas placas de cristal. Pero aún así el toque moderno era necesario.
–¿Han visto El halcón maltés o Billy, el niño? –preguntó Juan a los novios.
–Pues sí.
–Es que lo que se lleva ahora es el plano tres cuartos del cine –aclara Juan–. Resulta muy elegante.
–Los pies siempre afean –masculla Vicente sonriendo a Francisco y Adela.
–Quietos..., bonita sonrisa señora.
Aunque Adela no sonreía para imitar a las estrellas de Hollywood. Simplemente era feliz, habían sobrevivido. (Y ninguno de los cuatro podía imaginar lo premonitorio de aquella fotografía: la hija de Francisco y Adela se casaría mucho tiempo después con un descendiente de Alejandro Ibáñez Abad).
En el altar se quitó el velo, Francisco le sacó la lengua y se puso bizco. Les dio un ataque de risa y el cura los reprendió. –Señores, lo que están haciendo es una cosa muy seria.
Francisco Serrano había nacido en La Habana. Antes de que estallara la Guerra había trabajado en la embajada de Cuba, pero cuando Franco bombardeó Madrid la primera vez, enseguida se alistó en las Brigadas Internacionales como guardia de seguridad.
Adela Romero Pascual, madrileña, había nacido en 1917. Vivía en Guzmán el Bueno. Su hermana Carmen era amiga de Dolores Ibárruri, que en los primeros meses de 1936 fue encarcelada en Ventas. Carmen le contaba a su hermana Adela que fue a visitar a su amiga recluida y que casi se muere del susto cuando Lola le dio una pistola envuelta en un trapo. –Deshazte de esto, aquí no la necesito.
En otoño de 1936 la lluvia de acero arreciaba sobre Madrid. La madre de Adela había salido a buscar algo de comida y había vuelto pálida. Después de vomitar, contó a sus hijas que un obús había caído en la Gran Vía. Había visto a una mujer sin cabeza, un surtidor de sangre y de tripas. A su lado, un niño llorando.
Desde noviembre la casa de Adela está casi en la línea de frente. Los combates cuerpo a cuerpo se desarrollan en los alrededores de la Ciudad Universitaria: Parque de la Bombilla, Hospital Clínico, Residencia de Estudiantes... Le comento a Adela que he leído que algunos soldados africanos de Franco llegaron a Moncloa y a la calle Ferraz. Y que existe la teoría de que no quisieron seguir avanzando para que la guerra se prolongase y así poder aniquilar al enemigo. –Pues sí, yo vi a los moros en mi calle, en Guzmán el Bueno, pero de allí no pasaron. Les echaron a tiros los brigadistas y la gente que les arrojaba cosas desde los balcones. Recuerdo que fue el 20 de noviembre de 1936 –me dice, entornando los ojos–. Pero no se fueron porque quisieran. Los echamos.
En 1938 Francisco Serrano es destinado a hacer guardia en una barricada de Guzmán el Bueno. Allí conoce a Adela. Se enamoraron en el baile de la verbena. En el cine Palacio de la Música se besaron y se prometieron sobrevivir para casarse tras la guerra. El 28 de Marzo de 1939 Madrid es entregado al enemigo. Francisco es conducido con otros militares a un campo de concentración en Vallecas. Al día siguiente se fuga y va a buscar a Adela. –¿Cuándo nos casamos?
El capitán Carlos Alegría, personaje de Los girasoles ciegos, expone la teoría –rechazada por Adela– para justificar su rendición al bando perdedor. Llama la atención que Alberto Méndez sitúe los hechos un año después, en 1937.
»Preguntado por las razones de su conocimiento de los hechos referidos, el procesado responde que porque de él dependía la Intendencia para el Frente Sur y Suroeste, bajo las órdenes directas del General Várela. Y que por eso sabe que en noviembre de 1937 el coronel Ríos Capapé y Mohamed el Mizzian llegaron hasta la parte alta de la calle Ferraz, en el centro de Madrid, donde sólo encontraron una resistencia de francotiradores en retirada.
»El declarante es mandado callar y lo hace.
»Preguntado acerca de si son las gloriosas gestas del Ejército Nacional la razón para traicionar a la Patria, responde: que no, que la verdadera razón es que no quisimos entonces ganar la guerra al Frente Popular.
»Preguntado que si no queríamos ganar la Gloriosa Cruzada, qué es lo que queríamos, el procesado responde: queríamos matarlos.
(Alberto Méndez, “Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir”, en Los girasoles ciegos, Anagrama, 2004, pp. 27-28).
Querían matarlos, pero no lo consiguieron. Ahí están los dos tan campantes, orgullosos de haber defendido la libertad y la democracia, felices por estar vivos y juntos. Eso sí que es una alegría.
Y en esta historia nada es ficción. La realidad, una vez más sobrepasa a cualquier relato imaginado.
ResponderEliminarUna historia preciosa, Adela está guapísima, feliz a pesar de todo. Me gusta mucho la foto, también le veo tintes cinematográficos, claro que habrá quien diga que es algo normal trtándose de los intérpretes de una vida de película.
ResponderEliminarabu, belén,
ResponderEliminares que nunca se conformaron con ser girasoles ciegos, no?