Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

martes, 27 de abril de 2010

Recuerdo de otro hombre bueno. José Silvestre Puig.


José Silvestre Puig con su tía María Tomás Ibáñez. Autor: Gabriel Ibáñez. Hacia 1922. Tarjeta postal.

El pasado 31 de marzo de 2010, José Silvestre Puig se alejó en su barca para siempre. Se marchó satisfecho, la cabeza bien alta hacia el horizonte, remando toda la vida a contracorriente. La impronta de su personalidad se ha grabado en todos aquellos que lo acompañaron, y todos ellos lo recordarán por la firmeza de sus principios, por su valentía y por su trato fraternal.

José Silvestre Puig nació el 19 de septiembre de 1921 en Hellín (Albacete). Vivió una infancia feliz en su pueblo hasta que estalló la Guerra Civil. Su padre, Francisco Silvestre Paredes, director de Renovación, murió durante la contienda, y su tío, el alcalde José María Silvestre Paredes, tomó el último barco que zarpó cargado de republicanos y miedo. Con sólo 17 años de edad, José decide acompañar a su tío para cuidar de él. Embarca también en el Stanbrook y llega a Orán. A pesar de que José deseaba alistarse en la Legión Extranjera como otros jóvenes hellineros que habían huido en el mismo barco, se muestra solidario y sigue a su tío en la locura de la repatriación. Con sólo 17 años es juzgado por “Auxilio a la rebelión” y condenado a la pena capital, pena que acaba conmutándose por la de libertad vigilada. Con 17 años se despide de su admirado tío en el patio de la cárcel horas antes de que lo fusilaran. Cuando José sale de la cárcel, se marcha de Hellín para siempre. Únicamente regresa al cementerio cada año para poner flores en la tumba de su tío. Mucho tiempo después, el 6 de junio de 1989, reuniría fuerzas y unas palabras para publicar en La Tribuna de Albacete una semblanza sobre su añorado tío, cuyo título era “Recuerdo de un hombre bueno”.

Con sus hermanas Rosario, Antonia, y con su madre Elena, resistió en el duro escenario que el Madrid de posguerra proporcionaba a los “perdedores” de la guerra. Desempeñó todo tipo de trabajos hasta que, siguiendo los pasos de su tío, empezó a trabajar en el mundo jurídico. Gracias a su constancia pudo mejorar su situación y crear una familia junto a Eulalia. Sus dos hijos, Francisco y José, y sus nietos, han heredado un apellido que algunos intentaron exterminar y unas cualidades personales que toda una vida honoran.

Ana y yo tuvimos la inmensa fortuna de conocerlo sólo un mes antes de que se marchara. Un par de conversaciones telefónicas y un par de citas en su casa de Madrid bastaron para percibir con toda intensidad a un hombre bueno, a otro hombre bueno, un hombre hospitalario que no guardaba rencor, pero sí memoria, una memoria lúcida que rescató para nosotros con total desinterés sus experiencias en el Hellín de la Guerra Civil, su aventura en el Stanbrook y en Orán, y los trágicos avatares durante la repatriación, una memoria histórica, una memoria que sobrevivió para servir de ejemplo. Nos contó cientos de anécdotas y hasta travesuras, como sus divertidos paseos en una barquita por el puerto de Orán “bajo una total impunidad” y ausencia de vigilancia por parte de las autoridades francesas.

Este 23 de abril, día del libro, he querido releer uno que él me prestó y que aún conservo. Se trata de una biografía política de Rodolfo Llopis, el artífice de la odisea Stanbrook, cuajada de anotaciones manuscritas a lápiz y fragmentos subrayados. La primera palabra que José Silvestre Puig subrayó aparece en la página 51: solidaridad. Este precioso vocablo se cita en un artículo del programa pedagógico de la República: La enseñanza será laica, hará del trabajo el eje de su actividad metodológica y se inspirará en ideales de solidaridad humana.

José Silvestre Puig. Retrato al óleo. Hacia 1975.

Primavera norteafricana, un pequeño bote se desliza por la rada de Orán, un muchacho rema solitario, la cabeza bien alta hacia el horizonte, y contra cualquier pronóstico razonable, sonríe. Así recuerdo yo a José Silvestre Puig.

3 comentarios:

  1. Tú también eres un hombre bueno porque te emocionas con las personas dignas y entrañables y sabes transmitir esa emoción a los demás.

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