Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

domingo, 24 de febrero de 2013

Onírica

Saleta proyectando la boda de su hermana. Autores: Juan Ibáñez Abad y su hija Saleta Ibáñez Navarro. Yecla (Murcia), 1914. Fotomontaje. Positivo sobre paspartú sin membrete. (Colección Juan Giménez Ibáñez).


Saleta quería mucho a su hermana pequeña. Eran hijas de diferentes madres, pero eso no importaba. Saleta no pudo tener niños, así que cuidó de su hermana como si fuera su hija. De hecho se la llevó a Madrid en los primeros años del recién inaugurado siglo XX, cuando la Casa de la Moneda fichó a su marido, Antonio Belda. Tocaban juntas el piano y ponían posturitas en el pequeño escenario imaginando la ovación del público o que las saludaban desde un tren en marcha. Saleta enseñó a su hermana el secreto de las poses, la magia de retocar el vidrio, le enseñó a esperar y esperar..., una espera necesaria para que la imagen captara ese momento congelado y emocionante que haría subir las lágrimas un siglo después como si se tratara de un sortilegio. Sí, Saleta, como tantas otras mujeres, se especializó en esperar.

Aquí Saleta imagina literalmente, crea una imagen: su querida Asunción casándose algún día con Juan Giménez, su novio. Saleta sonríe porque sonríe Asun –se puede leer al revés–. Ambas felices, la mayor con casi 40 –iba a escribir “frisaba los cuarenta”, pero me ha dado no sé qué–, la menor con veintipocos. La veía claramente arrastrando un largo velo, pero al mismo tiempo elegante y moderna. ¿Llegaría esto algún día a producirse? ¿Es tan poderosa nuestra imaginación como para transformar la realidad, impregnar con destellos de luz la vida de las personas que amamos? ¿O simplemente fabricamos un trampantojo sobre el foro de nuestros deseos?

Todos los implicados en esta fotografía onírica, Juan Ibáñez Abad, sus hijas Saleta y Asunción, y su yerno Juan Giménez, conocieron a un señor alto y bohemio que se llamaba Blas Candela. Llegaba de madrugada al estudio y hacía verdaderas virguerías con los negativos. Juan, Saleta y Asun eran buenos retocadores, pero Blas era un manitas, la técnica del collage, tan denostada por los puritanos, coser y cantar para él. –Lo mismo te hacía un traje que una foto –me cuenta su nieto. No sabemos si en la época de esta foto, Blas ya andaba por Niño 52, pero trabajos como éste serían muy de su gusto. Lo que no imaginaba ninguno de ellos es que los hijos de Blas serían retocadores en los gabinetes Ibáñez de Montera y Atocha, y mucho menos que un nieto, también llamado Blas Candela fuera retocador del fotógrafo de las estrellas en Gran Vía 70. Dos sagas paralelas se funden a lo largo de tres generaciones, fotógrafos y retocadores, Ibáñez y Candela, imaginación y belleza.

Asunción y Juan el día de su boda. Autor: Juan Ibáñez Abad. Yecla, 1914. Membrete: J. Ibáñez. Niño, 52. Yecla. (Colección Juan Giménez Ibáñez).

Fotografiar los sueños y que éstos se hagan realidad, como un filtro dorado que nos salve, yo estaría todo el día disparando!


Dedicado a Juan y Amparo Giménez Ibáñez, a Blas Candela e Isabel Martínez, y a todas las mujeres que dejaron de esperar.