Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

martes, 25 de octubre de 2011

ASTRO


[Juan Ibáñez Navarro (1871-1963), de 91 años, a su llegada a Venus. Septiembre de 1962. Autor: Juan Ibáñez Molina, su nieto, en colaboración con Ramón Ibáñez Aznar, y los operarios José Catalá y José Moreno. (César Ibáñez Molina se encontraba en Sidi Ifni, realizando el servicio militar).]

Ven aquí niño dijo Juan a su hijo. –Túmbate a mi lado y mira al cielo, que va a llorar San Lorenzo.

Un día desastroso en las pedanías de Hellín, el calor sofocante de agosto, sólo con la ayuda de un crío de siete años, y lo peor de todo: namásqueunafotico a un pobre campesino que paga una gallina despeluchada.

–Lo quemaron vivo los romanos. Sus lágrimas se convirtieron en estrellas fugaces. Juanico, si ves alguna, pide un deseo..., si puede ser que mañana hagamos más fotos.

Padre, por qué no hacemos fotos a las estrellas?

Porque no hay luz, Juanico.

Pero el tío Alejandro dice que...

Tu tío está loco.

En 1878 Juan Ibáñez Abad realizaba una expedición de un par de meses por la comarca que comunica Jumilla con Hellín. Se llevó a su hijo como aprendiz y dejó en Yecla a su mujer y a la pequeña Saleta con dos años recién cumplidos. A mediados de agosto llegaron a Hellín derrotados y hambrientos, cubiertos de polvo y noches al raso. Cuando la madre de Juan y abuela de Juanico los vio aparecer en el portón se echó las manos a la cabeza y por dentro se cagó en Daguerre. En Hellín también vivían entonces los hermanos de Juan. Catalina, casada con Juan Moreno, un maestro tuerto, tenía un niño de apenas dos años al que habían puesto Juan Antonio en honor del padre fallecido recientemente. El niño había sacado los dos ojos, gracias a Dios. Luego estaba el tío loco, Alejandro, que no paraba de retratar a su nena Chus, de sólo un año. Por último, Anastasio que se había echado una novia muy guapa que se llamaba Filo. Todos se rieron del hermano mayor cuando apareció hecho un Cristo.

La primera locura que se le ocurrió a Alejandro al poco de casarse en 1876 fue la de regalar a su mujer, Laure, una foto de las estrellas. Construyó una especie de primitivo globo sonda al que enganchó la vieja cámara de su padre. La cámara tenía un mecanismo rocambolesco ideado por el relojero del pueblo para descubrir el objetivo al cabo de un tiempo de ascensión. Una noche salió muy digno de su laboratorio y fue con el artilugio quijotesco a la plaza. Antes se soltarlo, se aseguró de que el reloj de latón clavado a la cámara hacía tic-tac. Un grupo de curiosos seguía con atención (esta frase no es mía) los movimientos del joven. Cuando el globo se perdió en la oscuridad nocturna y todos los cuellos se esforzaban hacia arriba, Alejandro elevó el índice y pronunció un sortilegio incomprensible para quienes iniciaban su regreso a la bodeguilla: alea jacta est. Al amanecer Alejandro volvió a su casa con las manos vacías y sin saber si el invento había funcionado.

Pero el tío Alejandro dice que el año pasado echó fotos desde el cielo.

Tu tío está loco.

[Joan Fontcuberta feliz en el espacio. Autor: Iván Istochnikov, finales de los 60.]

El fotógrafo Joan Fontcuberta conoció la extraordinaria historia de Juan Ibáñez Navarro y quiso emular su aventura. Sus planteamientos transgresores lo llevaron a superar con éxito la exigente preparación soviética. Así pudo ser admitido en una expedición soyuz a finales de los años 60, en la que rindió merecido tributo a la pionera fotografía astral de los Ibáñez.

Cuando Juan cumplió los 90, soñó con su padre tumbado en Hellín buscando las perseidas en aquel océano de galaxias y se dijo que ya era hora de ir a buscar las placas de su tío Alejandro. Eligió Venus como destino. Al volver escribió una carta a sus amigos (dos médicos y el jefe de policía de Gandía) explicándoles su viaje al planeta del amor. Para demostrar la veracidad de su historia se retrató con su espectacular traje de astronauta, y luego firmó muy serio: Juan Ibáñez Navarro.

Aquella sesión fotográfica se realizó tras muchos ruegos y exigencias venusianas. Finalmente, se hizo la foto al acabar la jornada de trabajo, sobre las diez de la noche. Juan Ibáñez Aznar no quiso formar parte de aquella burla que relataba su padre. A los demás miembros del equipo les resultó muy curioso que el traje espacial obligara a llevar abierta la bragueta. Como la tecnología ha evolucionado tanto en los últimos años, tal vez puedan resultar chocantes algunos elementos del equipo. El saludo, en cambio, es el típico gesto, conocido universalmente, vengo en son de paz.

¿Has pedido un deseo, Juanico?

Sí.

¿Cuál?

Volar hasta Venus.

[Autorretrato de Juan Ibáñez Molina, nieto de Juan Ibáñez Navarro, en la Luna.]

Como se ve, los Ibáñez continúan con su afán explorador, pero yo sospecho que la historia de las placas espaciales del loco de Alejandro se acerca más al mito que a la historia. Quién sabe si no es imposible que nos orbite todavía un trasto con un eco de soledad como la cola de un cometa que emita su mudo tic-tac, tic-tac, tic-tac.

Para Luna.