Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Los dorsos 1


Dorso de una fotografía de Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1890. (Archivo Miguel Tomás).

AY, boa constrictor abrazando a la vaca que muge. ¡Ay! Alejandro atravesado por su apellido. ¡Ay! Cámara, guitarra y azúcar: Ybáñez. Ay como una corona sobre un edificio dorado de bandas, orlas, curvas y motivos vegetales, el art nouveau de los modernistas. Y de Darío, Y de Klimt, Y de Gaudí.

Gabinete fotográfico A. Ybáñez Abad. Hellín. Y de Hellín. La i griega con sus brazos poderosos, con su jardín de senderos que se bifurcan. En el sótano una tipografía minúscula: Lohr y Morejón. Madrid, la empresa proveedora del material fotográfico.

Nuestro corresponsal en Madrid nos dice ha tenido ocasión de visitar la Casa y Almacén de los Sres. Lohr y Morejon, Espoz y Mina, 3, dedicada exclusivamente a la venta de toda clase de aparatos y artículos necesarios para la Fotografía. En dicha casa encuentran los señores fotógrafos y aficionados al arte, un completo surtido de cámaras para galería y viaje de los últimos modelos y construcción sólida a la vez que elegante y ligera a todos precios y objetivos de los mejores autores, para retratos, vistas, reproducciones interiores, etc., etc., todos ensayados y garantizados por dichos señores, que tienen perfectamente montada una fábrica de placas secas al Gelatino bromuro de plata, y otras tarjetas para retratos y vistas, de las que nos ocuparemos en otra ocasión. Se remiten gratis catálogos ilustrados. (El Fomento: revista de intereses sociales, Salamanca, 14 de julio de 1886, año VI, 687, p. 2).


Dorsos de Alejandro Ibáñez Abad. (Archivo Miguel Tomás).

Ambos aluden a su faceta como pintor al óleo. El de la izquierda no indica la habitual localidad hellinera, tal vez corresponda a su paréntesis de Valdepeñas (1882-1888); y el de la derecha señala al pie otra empresa proveedora: A. Sáenz Corona, de Madrid.

La Casa Sáenz Corona fue la encargada de otorgar el premio para las mejores fotografías de la sección de arquitectura en el concurso organizado en 1901 por la Sociedad Fotográfica de Madrid. En concreto Sáenz Corona entregaría al ganador un veráscopo Richard y 100 pesetas en cartulinas para fotografías, elegidas por la persona premiada. (La fotografía: revista mensual ilustrada, Madrid, 1 de enero de 1902, año I, 4, p. 125).

Dorso, reverso, envés, vuelto, cruz, espalda, como se quiera, aquello que se esconde y que suele proporcionar mucha más información de la que nos imaginamos. No estaría mal que alguien se atreviera a hacer un buen catálogo de estas espaldas tatuadas, porque cada marca en la piel, cada dentellada nos habla de ese terrible combate de los fotógrafos contra la serpiente.


lunes, 22 de noviembre de 2010

Ficción o documento


Joven soñadora de tus ojos. Autor: Juan Antonio Ibáñez Martínez. Hellín, hacia 1865. Tarjeta de visita o carte-de-visite: 5,6 x 9 cm. Plano americano o tres cuartos. (Archivo Freix).

El detective Freix envía desde Valencia este retrato provocando la anagnórisis que más adelante comentaremos. Primero queremos preguntarnos por esta joven, tal vez quinceañera, cuya identidad desconocemos. ¿Cómo transmite esa expresión de sosiego y dulzura? ¿Por qué secuestra nuestra atención esa naricilla chata? Si nos fijamos en algunos detalles, este posado decimonónico se convierte en un juego de correspondencias y contrastes. El camafeo prendido a la gargantilla de raso negro marca el centro orbital. Y esos ojos que brillan desde hace siglo y medio no están solos; los botones, el broche, el camafeo, la doble lentejuela del pendiente también observan. Y las finas cejas, la raya en un peinado de emperatriz suicida, los labios..., enmarcan. El cuello blanco del vestido y la oscura gargantilla repiten en versión textil el contraste de piel y cabello. La mirada ligeramente desviada del eje de la cámara fija un punto de atención eterno, un amor, un sueño que perdura.


Joven soñadora de tus ojos, detalle.

Y ahora la anagnórisis: cuando el señor Freix nos hizo llegar esta Joven soñadora de tus ojos constatamos que se trataba de un retrato que ya figuraba en nuestro archivo personal, ¡y por partida doble! Hay una copia exacta a la del señor Freix y otra más con formato de óvalo que muestra sólo el busto de la joven. Los tres positivos se reencuentran en un blog del siglo XXI tras haberse separado en una caja de madera del siglo XIX. ¿Quién eres? ¿Por qué acudes así? ¿Cuántas sois?

Si Juan Antonio disponía de una cámara de ocho objetivos como la que inventó Disdéri a mediados de los 50, la joven soñadora habría salido de una de esas placas de “ocho en uno”. Sería divertido un proyecto de búsqueda y reunión de las restantes piezas del puzzle. Me acuerdo de Verónica Aranda recuperando las postales que envió desde fuertes y fronteras para crear su postal de olvido. Me acuerdo del detective Fontcuberta catalogando todas las imágenes de Laika para acabar demostrando que la pobre perra ni siquiera existió.

Freix tampoco sabe quién es la retratada, pero nos envía otra fotografía en la que aparece su bisabuela hellinera. Un tesoro para él, pues es la única que posee de ella. Se llamaba Rosario y había nacido en 1862. Se casó con un madrileño de Fuenlabrada con el que recaló en Valencia hacia 1893, tras un largo periplo de ferias. Nos cuenta Freix que desconoce qué vendían, que los hijos le salieron zapateros, que tal vez pasaron una temporada en Bilbao y que al final de su vida Rosario decidió regresar a Hellín, a su pueblo. En la imagen Rosario cuenta con 65 años de edad y unas cuantas canas, pero aún conserva en la mirada el resplandor de quien ama y las ganas de reír delatadas por esa ceja saltarina.


Rosario Tomás Hernández con sus nietos. Autor: Vicente Crespo. Membrete en relieve: Vicente Crespo. Plaza de la Cruz, 23. Valencia. Hacia 1927. (Archivo Freix).

Libro de bautismos (1862-63) de la Asunción de Hellín, fols. 99 y 99 vto.:

  • María del Rosario Carlota
  • Hija de: Antonio Tomás, carpintero, y de Josefa Hernández.
  • Nace: 04/11/1862, bautizo al día siguiente.
  • Abuelos paternos: Rafael Tomás y Josefa García.
  • Abuelos maternos: Pascual Hernández y Mª Rosario Azorín.
  • (Todos de Hellín).
  • Madrina: Antonia Hernández, soltera, su tía.


Abuela y nieta. Autor: Juan Antonio Ibáñez Martínez. Hellín, hacia 1865. Tarjeta de visita o carte-de-visite: 5,6 x 9 cm. (Colección Miguel Santos).

Y volvemos a Juan Antonio para cerrar el círculo y establecer un nuevo orden. Porque esa niña anónima en el regazo de la anciana, se llamará Rosario. Cuadran las fechas, el peinado, la nariz y las cejas saltarinas sesenta años antes. Freix dispondrá de un nuevo documento, un nuevo regazo para la memoria: su pequeña bisabuela y la abuela de su bisabuela, seguramente esa Rosario Azorín de la partida de bautismo, pues no en vano fue quien le dio el nombre. Y nosotros cambiaremos el título por el de “Dos Rosarios” por ejemplo, y contaremos que en las paradas Rosario siempre echaba de menos el callejón del beso, el escondite en las ruinas del Coliseo, el olor de la campiña..., y por eso volvió anciana a Hellín, sabiendo que a veces debemos pagar un precio por conservar el fuego en la mirada.

Ver el mundo a través de otras imágenes significa anteponer a nuestros ojos el filtro de la memoria y de algún modo priorizar el archivo –y no la realidad a la que alude– como espacio de experiencia. En este sentido, las imágenes se ponen al servicio de una reflexión sobre la memoria. Pero simultáneamente, la sustitución de la realidad por imágenes que van a constituir el nuevo material de trabajo nos colocan en la angustia metafísica de una realidad que se desvanece y que no nos deja más que sus representaciones. (Joan Fontcuberta, “Ficciones documentales”, en La cámara de Pandora, p. 104).

Rosario se dispone a abandonar Hellín. Acaba de casarse. Sube a la tartana. Su mejor amiga, la joven soñadora de tus ojos, se despide sollozando eso de that's the price of love, can you feel it?

Gracias a Andrés Martínez Montagud y a las genialidades de Joan Fontcuberta.

Dedicado a Estíbaliz Espinosa, domadora de criaturas.


viernes, 5 de noviembre de 2010

Vicente Ibáñez: el fotógrafo de las estrellas


Retrato de Vicente Ibáñez con lámpara. Autor: Juan Ibáñez Villasclaras, su hermano mayor. Madrid, hacia 1954. El joven y apuesto fotógrafo sonríe y mira fuera de campo, a su izquierda. Es feliz, acaba de inaugurar su gabinete en la Gran Vía. Viste un elegante traje claro, su forma de sentarse implica cierta dosis de confianza y hasta de chulería castiza. El juego de luces y sombras destaca las suaves facciones de su rostro y arranca unos reflejos del cabello que ya quisiera el Photoshop. Vamos, todo un galán veinteañero que mandó esta foto a Carmen, su prima segunda, una guapa yeclana con la que mantuvo un romance de juventud. (Colección Teresa Ibáñez Losada. Vicente Ibáñez Cabello posee el negativo en placa de vidrio de 10 x 15 cm).

El pasado 31 de octubre de 2010 murió Vicente Ibáñez, el fotógrafo de la Gran Vía, el fotógrafo de las estrellas. –¡Un abrigo de piel de camello! –gritaba César Lucas. –¿Vosotros sabéis lo que era eso en la España de los años 50?

César Lucas pasaba todos los días junto a esos escaparates de la Gran Vía donde se exponían los retratos de las grandes estrellas del cine y de la canción. Tenía que detenerse para admirar, había algo más, no sólo simples retratos. Aquel centro de hipnosis era el estudio del fotógrafo Vicente Ibáñez. Pocos años después, César empieza a trabajar para el diario Pueblo y uno de sus primeros reportajes consiste en cubrir la noticia de la llegada de Romy Schneider al aeropuerto de Barajas. Sissi hacía promoción de su última película. Un jaleo tremendo sacudía la pista de aterrizaje. En el tumulto de periodistas que aguardaban a pie de escalerilla a que se abriera la portezuela del avión, había uno que vestía un carísimo abrigo de pelo de camello, zapatos relucientes, y llevaba una Rollei último modelo, la envidia del histérico grupo de colegas que lo miraban de soslayo. César Lucas se preguntaba quién sería el figurín, cuando aparece Sissi. Revuelo. Codazos. Disparos. Gritos. Romy sonríe y posa con un enorme ramo de rosas. Al bajar la escalera, abre los ojos como platos, los brazos, y ante la mirada atónita de todos, grita ¡¡Viseeeente!! fundiéndose con esa mata coat de pelo de camello.

En ese momento reconoció César Lucas a Vicente Ibáñez, aquel fotógrafo que le había impresionado tanto desde niño, y justo en ese momento decidió que algún día sería un gran fotógrafo como él, que algún día los mitos también le abrirían sus brazos y sus mundos.

La labor fotográfica de Vicente Ibáñez (1930-2010) ocupa casi toda una vida, desde 1951 hasta 1996, año en que clausura su estudio. Vicente representa la guinda de un pastel de varios pisos. Su padre era fotógrafo, también su abuelo y su bisabuelo, sus hermanos, sobrinos e hijo, sus tíos, primos, tíos-abuelos y tías-abuelas. Es cierto que Vicente es el más conocido e internacional de todos ellos, pero él ya pertenecía a la cuarta generación de la mayor saga de fotógrafos profesionales del mundo: los Ibáñez. En su sangre se concentró la sabiduría acumulada durante un siglo por sus ancestros.

Su padre, Vicente Ibáñez Navarro, salió de Yecla y recorrió media España hasta instalarse en la calle Montera de Madrid. Les decía a sus hijos: –Si queréis ser buenos retratistas, nunca saquéis los pies de la gente, que afean.

El estudio de Montera, 21, lo heredó su hijo mayor, Juan Ibáñez Villasclaras, mientras que los otros dos hijos abrieron estudio propio en la glorieta de Carlos V, junto a Atocha (Francisco Ibáñez Gámez) y en la Gran Vía (nuestro Vicente Ibáñez Gámez). La familia llegó a contar con un cuarto gabinete en la capital, en la zona de Puente de Vallecas. Actualmente los cuatro estudios permanecen clausurados o desaparecidos y sólo persiste un descendiente vinculado profesionalmente a la fotografía: Vicente Ibáñez Cabello, hijo de Juan Ibáñez Villasclaras. No obstante, Vicente Ibáñez de Juan, hijo de Vicente Ibáñez Gámez, llegó a trabajar seis años en el estudio de Gran Vía, para finalmente dar otro rumbo a su vida.

–¿Quién es la mujer más guapa que has retratado? –le pregunta su prima Teresa.

–Ava Gardner –contesta mientras prepara los focos y coloca a la niña.

–Vicente, que mi hija no es Carmen Sevilla –le suelta con picardía.

–Claro, tu hija es más guapa y más joven.


Retrato de Primera Comunión de Carmen Conejero Ibáñez. Autor: Vicente Ibáñez Gámez. Madrid, 1971. (Colección Teresa Ibáñez Losada).

Carmen es muy guapa, efectivamente, y Vicente ha transformado a una niña de ocho años en una modelo de Vermeer o en una actriz del cine expresionista sueco. El claroscuro, la falsa celosía, la mirada, las manos en la cabeza, la cálida tonalidad..., un fotógrafo que alterna con famosos, pero que trata y retrata a la gente de la calle como si ellos fueran las verdaderas estrellas, quizá ése fue uno de los secretos de cocina para obtener sus éxitos. ¿O habían visto alguna vez un retrato de Primera Comunión como éste?

A mediados de los años 60 ya es un fotógrafo muy conocido. Su fama no se ha hecho a base de “originalidades” y espectacularidad. Su fama, bien merecida, está respaldada, por muchos años de trabajo serio, realizado con verdadera conciencia profesional y por un refinado sentimiento estético. Resultado se esta manera de hacer es una enorme galería de personajes famosos que pueblan su estudio, donde junto a las primerísimas figuras de nuestra escena, de nuestra música, de nuestro mundo social, aparecen príncipes y reyes. (En “Vicente Ibáñez o el arte fotográfico al servicio de la moda”, Nueva Alcarria, 27/01/1967).

Como ejemplo, un par de exposiciones. En 1974 el Corte Inglés muestra una desconcertante propuesta taurina. Las fotografías de Vicente Ibáñez se apartan de la vulgaridad y de la rutina; con fórmulas de dispersión lumínica logra el artista imágenes dinámicas, vibrantes, con disgregaciones y vaporosidades que elevan la anécdota a un plano ideal, al par que crean una amplía gama de sugerentes efectos luminosos, cromáticos y formales. (Manuel Olmedo, “ En torno a la tauromaquia”, ABC, Edición de Andalucía, 03/05/1974, p. 54). Y en septiembre de 1991 la Comunidad de Madrid realiza un homenaje al artista que llevaba cuarenta años en la brecha con la exposición “Vicente Ibáñez. Vida de un fotógrafo”.

En la acogedora biblioteca del Centro Andaluz de la Fotografía, cuya sede se encuentra en Almería, los detectives salvajes se entrevistan con Carlos Pérez Siquier, Premio Nacional de Fotografía y coetáneo de Vicente Ibáñez. Mientras éste hacía su espectacular trabajo taurino, Carlos hacía cosas como ésta.


Ibiza, años 70. Autor: Carlos Pérez Siquier. (Colección del autor).

Carlos nos ha traído el anuario en el que aparece una selección de aquella serie taurina de 1974.



“Mis” toros. Autor: Vicente Ibáñez Gámez. Publicado en Everfoto, 3. Editorial Everest. Directores: José María Artero y Carlos Pérez Siquier, Grupo AFAL de Almería. 1974, pp. 188-192.

También nos muestra una joya, una carta de Vicente Ibáñez dirigida a Carlos, acompañada del texto autobiográfico que reproducimos a continuación. No tiene desperdicio.

Mi nombre es Vicente Ibáñez; mi padre fue fotógrafo y mi abuelo y mi bisabuelo. Un genio llamado Niepce logró imprimir sobre una placa sensibilizada la primera imagen “real”. El futuro de la Humanidad cambió, y mi vida también.

Mi bisabuelo era mágico artesano de instrumentos de cuerda, en un pueblo de nuestra España que se llama Yecla. Era un artista, y como tal, curioso y soñador. De Francia llegó la buena nueva de que alguien había logrado retener la vida en unas extrañas superficies, donde las cosas, las gentes se reflejaban como eran, con una inquietante fidelidad. Años más tarde, esa fidelidad nos daría a los humanos de nuestra generación la oportunidad de cuento de hadas de casi poder palpar la superficie de la Luna inhóspita, lívida, fantasmal, auténtica, de nuestro satélite.

Mi bisabuelo, además de seguir construyendo sus violines, se interesó tan vivamente por la recién descubierta ciencia de la luz y la sombra que impresionó las primeras placas con su nombre al pie. ¡Gracias, Juan Antonio Ibáñez!

Yo soy fotógrafo de siempre, quiero decir que desde el momento en que con una vieja Leika, tomé mi primer retrato, tal vez mi primer paisaje, ya no me acuerdo, este invento del amigo Niepce no me ha dejado ni a sol ni a sombra, y bien que me alegro. Es una profesión hermosa la mía, ¡palabra!, no sabría hacer otra cosa, no quisiera hacer otra cosa. Es mi centro, mi vida, donde me siento realizado y en donde dejo, para mi gozo personal, lo mejor de mí.

Aquí están estas fotos de toros. La Fiesta Nacional. Nuestra Fiesta. Millones de cámaras apuntando, año tras año, en cientos de plazas, la gloria, el embrujo, la liturgia del espectáculo insólito. Yo pensé en la Fiesta de los Toros, ¡a pesar de todo!, fotográficamente, no estaba completa. Puede que me impulsara la audacia de mi bisabuelo, cuando puso sus manos de artesano de instrumentos musicales, sobre el misterio recién estrenado de la inmovilidad de la imagen; puede que fuera el recuerdo siempre vivo de mi padre, fotógrafo también, aficionado a los toros como pocos, quien me empujara una tarde cualquiera a intentar plasmar algo diferente de la Fiesta, armado de un par de cámaras, ganas, cerebro y mucho corazón, eso sí.

Aquí tiene el resultado. Ojalá sea de su agrado y digno de la publicación que las reproduce.

Fdo.: Vicente Ibáñez.

(Membrete): VICENTE IBÁÑEZ – FOTÓGRAFO – Avda. José Antonio, 70 – TEL. 247 05 35 – MADRID.

Esas palabras..., no sabría hacer otra cosa, no quisiera hacer otra cosa. Es mi centro, mi vida, donde me siento realizado y en donde dejo, para mi gozo personal, lo mejor de mí..., las suscribirían todos, su bisabuelo lutier y fotógrafo pionero, o su elegante y longevo abuelo Juan, o su tío-abuelo Alejandro, el de los viajes en globo, y hasta Gabriel, el Fotico repetiría como un eco no sabría hacer otra cosa, no quisiera hacer otra cosa.


Cámara utilizada por Vicente Ibáñez en su estudio de Gran Vía. Imagen tomada mediante dispositivo de teléfono móvil por Ana Santos Payán. Cortesía de José Luis Mur. Fotocasión.

El chico que sonríe en la primera foto de esta entrada viajó a Munich con Romy Schneider, bailó con Carmen Sevilla, bebió daiquiris con Ava, profanó tumbas con Hitchcock, se adueñó de las portadas de los diarios, viajó a Hollywood y trajo a aquella España gris y anodina unas gafas de piloto y un lote de camisas hawaianas. Era un hombre simpático y muy moderno, por eso lo querían con locura. Pero en su corazón había una película de 35mm que le impedía amar a los suyos con palabras, glamour to kill. Y empezó a convertirse en historia sin darse cuenta, y su obra pasó a los tesoros de los coleccionistas con más gusto, como José Luis Mur, Enrique del Pozo... La Biblioteca Nacional adquirió gran parte de sus fondos, hoy aún en proceso de catalogación. Y esa película de 35mm acabó por invadirle el cuerpo entero y al final Vicente ya confundía la luz y la emulsión, el positivo y el negativo, la vida y la memoria, el tiempo y los rostros.


Familia a través del espejo. Autor: Vicente Ibáñez Gámez. Madrid, c/ Montera, 21, a finales de los años 50. Al fondo y en el centro, Vicente Ibáñez Gámez disparando la fotografía. A la izquierda, casi escondida en la penumbra, medio cuerpo de Conchita, su mujer. A la derecha, cuatro miembros del personal que trabajaba en el estudio de Juan Ibáñez Villasclaras, c/ Montera. Y en el grupo central: de pie, justo detrás de los niños, el matrimonio Mª. Dolores Cabello y Juan Ibáñez Villasclaras, duplicados, espalda y reflejo; sentados en el diván, y de izquierda a derecha, Vicente José, Fátima, sentada en las rodillas de Margarita, Juan María (con traje de comunión) y Mª. Dolores. El positivo que reproducimos es una copia de control. También un documento histórico, Vicente no sólo se descubre trabajando, como ya hicieran sus antepasados, sino que destaca la importancia de su hermano Juan como guía y mentor en sus primeros pasos profesionales. Las familias, los empleados, los focos, los espejos, el diván, construyen una composición de corte clásico y hasta barroco, tal vez un homenaje a Las meninas. Yo me quedo con esa mano en el bolsillo de Conchita y esas sonrisas que flotan en el tiempo como aquélla del gato de Cheshire. (Colección Vicente Ibáñez Cabello).

Una de las últimas cenas en casa de Vicente Ibáñez con artistas famosos. Uno de los invitados es el director de la sección de fotografía de Interviú: César Lucas. Durante la sobremesa Vicente elogia la labor de César, pero entonces éste cuenta la historia de por qué quiso convertirse en fotógrafo: un niño clavado en el escaparate de Gran Vía, 70, admirando las fotos de Romy, de Gregory Peck; un joven clavado ante un abrigo de pelo de camello; yo he sido fotógrafo por ti..., cuando César termina de hablar, Vicente, el fotógrafo de las estrellas, tiene lágrimas en los ojos.


Gracias a Teresa Ibáñez Losada, Vicente Ibáñez Cabello, José Luis Mur, Beatriz Esteban, Manuel Sagredo, Carlos Pérez Siquier, Rosa Pérez Machado y especialmente a Ana Santos Payán.

Dedicado a Vicente Ibáñez de Juan, Nacho Ibáñez, Silvia Ibáñez, Mª. Carmen Ibáñez, y Vicente Ibáñez Cabello.