Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Los cómplices de Yecla


Yecla te observa. Autor: Juan Ibáñez Abad. Yecla, hacia 1900. Copia actual (1992) a partir de positivo sobre cartón bastante deteriorado. Cortesía de José Puche Forte, quien al dorso anota: Fotografía original de Pedro Hernández, el Torratero. Fiestas de Santa Ana. 1900. Mayordomo: el abuelo de Pedro. Niño: Alfonso, el Torratero.

¿A quiénes pertenecen estos gestos de asombro? ¿Quién nos sonríe desde el balcón? ¿Quién se asoma y otea allá lejos de su tiempo? ¿Y quién es ése que abre la boca pasmado para siempre jamás? Juan planta la cámara en mitad de la calle y detiene este desfile festivo y sus imágenes veneradas, para hacer la foto de un pueblo: Yecla observándonos desde el otro lado de la lente. Y detiene los ojos que miran hacia el futuro sin verlo, las miradas que persiguen otros siglos. Y detiene también la aguja en la Torre del Reloj, el tiempo que se clava.

Juan Ibáñez Abad tenía 53 años cuando captó esta imagen y llevaba 25 en Yecla. Su hijo mayor, el hellinero Juan Ibáñez Navarro, había decidido instalar estudio propio en Gandía, pero otros dos hijos fotógrafos, Luis y Pascual, trabajarían durante muchos años en la misma ciudad que su padre. Juan ya no recordaba la locura del Monte Arabí, aunque a veces le venía aquel olor a naturaleza animal y pensaba en Margarita. Ahora se daba cuenta de lo que había cambiado Yecla, calles con más aire, edificios mágicos como el Auditorio Municipal, gente feliz. Pues debería enviarle una copia al culpable de esta metamorfosis, y con dedicatoria, a mi admirado amigo Justo.

Justo Millán Espinosa y Juan Ibáñez Abad crecieron en Hellín y compartieron destino profesional en Yecla, ambos nos han dejado imágenes congeladas, arquitectura y fotografía, testigos visuales de una época.

Parece que Juan está en la calle de Francisco Martínez Corbalán y que la figura espectral que surge tras la Torre del Reloj es la Iglesia Vieja, por tanto estaría apuntando su objetivo hacia la Plaza Mayor que en 1900 tal vez tendría otra denominación. El último edificio del lado derecho de la calle sería la casa palacio de los Alarcos cuya ventana angular no se puede apreciar..., posiblemente tapiada. No obstante esperamos comentarios de los especialistas en la historia de la fisonomía yeclana para corregir, corroborar o completar. ¡Hay cien rostros ansiosos de ser rescatados!

Detalle de "Yecla te observa", de Juan Ibáñez Abad.


Los detectives salvajes pasearon por esta calle con sus informadores e imaginaron a Justo y a Juan de chatos, recordando su juventud hellinera, enamorados de la belleza yeclana, y por un momento se asustaron cuando un anciano de enormes barbas blancas se cruzó con ellos y les hizo un guiño cómplice.

Dedicado a Teresa Ibáñez Losada y a sus hijos.



sábado, 18 de septiembre de 2010

Enmienda 3: nombres de nuestros hijos


Laure. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. El fotógrafo retrata a su mujer hacia 1905: ambos rondarían los 50 años. Membrete: Ibáñez. Hellín. (Colección Pilar Gil Ibáñez).

Los nueve hijos de Laureana, Laure o Laura Martínez Sánchez constituían hasta hace poco una relación plagada de huecos. En la anterior entrada sobre Estrella adelantamos los nombres de las dos niñas que permanecían sumergidas en la negra espalda. Laure tuvo nueve hijos, cinco de ellos murieron durante la infancia, y aún desconocíamos los nombres de esas dos niñas que se llevó el sarampión en la misma semana. La información de Pilar nos puso sobre la pista de Valdepeñas y esto resultó crucial para completar la nómina de los Ibáñez Martínez.

Los nueve de Laure y Alejandro:

1 Chus (Hellín, 1877 – Hellín, 1957)

2 Francisco (Hellín, 1879 – ?)

3 Gabriel, el Fotico (Hellín, 1881 – Hellín, 1932)

4 Piedad (1883 – Valdepeñas, 1885)

5 Presentación (Valdepeñas, 1884 – Valdepeñas, 1885)

6 Estrella (Valdepeñas, 1886 – Albacete, 1968)

7 Lola (Hellín, 1889 – ?)

8 Laura (Hellín, 1891 – Huércal-Overa, 192?)

9 Alejandro (Hellín, 1894 – Hellín, 1896)


–Cuando hacían libritos –recuerda Pilar–, Laure preparaba el aguamiel.


Dedicado a nuestro admirado coleccionista de alejandros.


domingo, 12 de septiembre de 2010

Por un puñao de rosas


Estrella Ibáñez y el Maestro Prat. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1902. Tarjeta postal. La joven Estrella, de 16-17 años, atiende al compás que marca su profesor. Éste apoya el codo derecho sobre el piano, ancla que evita tomas borrosas. Los foros y los jarrones de mentira ya han aparecido antes. Sabemos en qué lugar de Hellín se conservó este mismo piano, lo que no sabemos es si lo construyó o afinó el abuelo de Estrella, Juan Antonio, mítico lutier e iniciador de esta saga de fotógrafos. ¿Qué nota sigue vibrando en esta foto? Los detectives salvajes sospechan la importancia del documento para la historia de la cultura y de la música en Hellín, porque descubre al polifacético Alberto Prat impartiendo docencia en la intimidad del estudio. Hay algunas partituras escritas de su puño y letra en el Archivo Municipal: pertenecen a una zarzuela infantil y han sido donadas por los hermanos Tomás Espinosa a todos los hellineros. Parece que la música se impone a la fotografía, pero si se fijan bien en la zona superior y en el ángulo izquierdo, comprobarán que las fotos brotan a raudales tras el biombo. (Colección Pilar Gil Ibáñez).


En la penumbra de las escaleras que suben a las cámaras una niña gimotea. Con un trapo sucio frota sus botas empercudidas de barro y ceniza. Saltar los fuegos le ha salido caro, se ha llevado la primera paliza de su vida. Laure se ha puesto histérica cuando ha visto los zapatos de comunión destrozados. Pero a Estrella no le duelen los pescozones, sino el disgusto de su madre.

Estrella Ibáñez Martínez había nacido en Valdepeñas (Ciudad Real) en 1886. Su padre se decidió a trasladar el estudio fotográfico porque había presagiado la invasión de cólera morbo del 85, aun así se le murieron dos niñas de sarampión, Piedad y Presen. Estrella fue la sexta de los nueve hijos que tuvieron Alejandro y Laure. De su estancia en Valdepeñas se sabe poco, que vivieron en la calle Valbuena y que anduvieron por allí seis o siete años.

Al regresar a Hellín en 1890, y según el Padrón de este año, se instalan en la calle Osarios, 5. Estrella tiene 4 años, su hermano Gabriel 9, y Chus, a quien no tardará en pretender el Campaña, 13. Gabriel, el Fotico, aprende guitarra y violín; sus hermanas, piano, y Estrella, además, canta. Alberto Prat le decía que su voz salía del alma y que por eso gustaban tanto sus zarzuelas y romanzas.

A Estrella siempre se la consideró el mejor partido de la casa. Era guapa y pizpireta, tan bromista como su padre. Era lista. Sabía bordar y aprendió a cantar como una profesional. Tenía gracia para el disfraz y para aguantar las chapuzas de los hombres. Ella no se achantaba. Pero una contradicción funesta la dominaba, eran tan inteligente como buena persona, y en este equilibrio imposible acabó pesando más el corazón.

Se casó con Augusto Gil Torres el 6 de diciembre de 1909. Ambos tenían 23 años. (En junio de ese mismo año se había casado su hermano Gabriel con Magdalena). A los pocos meses murió Laure, y la familia Ibáñez Martínez perdió su referente. Alejandro se refugió en la oscuridad de su gabinete, rodeado de sus rostros de albúmina, para obviar su repentina soledad.

Augusto se había enamorado de Estrella durante una función teatral en la que ella interpretaba a dúo con un muchacho alpargatero un fragmento de El cabo primero, titulado “Yo quiero a un hombre con todo el alma”, y algunos momentos del Puñao de rosas de Chapí .

PEPE

No te asustes tú, arma mía,

luserito de mi vía,

no te asustes, que soy yo.

ROSARIO

¡Yo asustarme? ¡Tontería!

Tú me causas alegría,

pero sobresalto no.

Augusto Gil, hijo del potentado masón Eloy Gil, no tenía un nidito de amor en Triana, pero sí una tartana y hasta una moto. Su currículum venéreo y la opereta trágico-cómica en que convirtió la vida de Estrella se describirán en esa historia que ya les he dicho alguna vez que me gustaría contar.

–¿Tú sabes lo que significaba tener una moto en aquella época? –me dice Pilar mientras sonríe con picardía.

Una moto como ésta levantaba el polvo de los caminos entre Hellín, Agramón y Cancarix.

No me atrevo a escribir que la vida es injusta, pero sí que la vida suele golpear con dureza a quienes se entregan a ella sin reservas. Por ejemplo podemos pensar en el habitual desprecio, o en la infidelidad hundida entre los pliegues de la cama, como recompensa a toda la generosidad y el cariño que Estrella regalaba, como premio a esa sonrisa que iluminaba la mezquindad del más pajizo. Podríamos poner muchos más ejemplos en una lista interminable de humillación, pero ella mantuvo su luz y siempre que podía tarareaba eso de ¡Yo asustarme? ¡Tontería!


Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Hellín, hacia 1908. Escena de zarzuela a cargo de las hermanas Estrella y Laura Ibáñez Martínez. Estrella, disfrazada de chulo, mira directamente a cámara. Laura le advierte de algo: Tarugo, ¿por un puñao de rosas? (Archivo Miguel Tomás).

Dedicado a Pilar Gil Ibáñez, cuya memoria une edades.